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Cassavetes dirige
Michael Ventura
Traducción: Juan Nadalini
324 páginas; 23x15 cm.
Entropía, 2023
ISBN: 978-987-1768-77-6

 
 
     
   
     
 

«La vida tiene bordes filosos y está toda poceada: es fácil cortarse, tener sangre en la frente, terminar en el piso. No saber lo que se dice ni lo que se quiere decir. ¿Cómo trasladar al cine esa crudeza? ¿Quién lo intentó, quién lo logró, cómo hizo?

Tal vez porque, ya enfermo, intuye que Love Streams podría ser su última película, John Cassavetes convoca al periodista Michael Ventura para que escriba un diario de rodaje. Aterrado y fascinado a la vez, pasional admirador del director como tantos de nosotros, Ventura pasa entonces a formar parte del equipo que durante varios meses de 1983 produce, filma y monta la película, ese ensayo sobre el amor en todas sus variantes protagonizado por Gena Rowlands, el propio Cassavetes y Seymour Cassel.

Ventura desarrolla un talento doble: escucha con discreción y narra con eficacia. De su libreta va a surgir la confirmación de una sospecha que teníamos como espectadores: Cassavetes moldea sus películas minuto a minuto, de acuerdo a lo que vaya pasando en cada actuación y en cada interacción. Lo que le importa es el detalle, no la trama, que actuar constituya una experiencia y que eso pueda verse en la pantalla.

Para quienes quedamos subyugados desde la primera vez que vimos Love Streams –para quienes volvemos con frecuencia a esas escenas de entresueño, al silencio en la penumbra, al grito, a la risa, a la mueca–, la posibilidad de entrar en el set de filmación cuarenta años después es un regalo inesperado. Para quienes todavía no la vieron o ni siquiera conocen a Cassavetes –qué decir–: este libro es la silueta de la tentación, la puerta a una manera de hacer cine que, como queda documentado en el texto de Ventura, se parece mucho a una manera de vivir. Si las películas de Cassavetes constituyen una aventura no sólo estética sino también existencial, el relato detallado del detrás de escena amplía esa vivencia y nos ofrece múltiples caminos de reflexión: sobre qué es el cine, sobre qué es el arte, sobre quiénes somos.» 

Laura Wittner

 

Contratapa

 

 

 

 

 

 

 

 

     
   

Ver a Cassavetes es siempre una sorpresa, porque nunca está exactamente igual a como uno lo dejó. Y menos en estos días: a los cincuenta y tres años, la intensidad de su vida empieza a pasarle factura. Debo ser honesto: la mitad de las veces tiene un aspecto lamentable, como si la piel del rostro hubiera perdido toda vitalidad y sólo sus ojos lo mantuvieran con vida. Nadie más tiene ojos así. Toda virulencia y toda picardía callejera, todo enojo y toda ironía, todo lo que provoca risa o inspira ternura, todo lo angelical o lo demoníaco que hay en su alma, tarde o temprano, en algún momento del día, se nos revela a través de sus ojos. Como cualquier otro hombre, Cassavetes busca protegerse, pero sus ojos no intervienen en ese proceso. Aunque son sumamente francos, uno siente en esos ojos la presencia de un secreto terrible. Terrible para él, quiero decir. Dudo que alguien más –a excepción, tal vez, de Gena Rowlands– sepa de qué se trata ese secreto. Puede que él tampoco sepa. Pero, sea el que fuere, uno siente que ese enigma lo impulsa y que, a través de sus ojos, ese secreto te observa de frente. A mucha gente le resulta muy difícil hablar con John porque hasta su mirada más amable es tan directa que puede incomodar. Cuando Cassavetes te mira, se fija únicamente en la persona que tiene adelante. No le importa tu puesto, tu sueldo, ni tu contrato, no le presta atención a tu prestigio y mucho menos a tu pose. Mira a la persona. Y siempre está interesado. Hasta en sus días más frenéticos, se hace un rato para charlar dos palabras con cualquiera. Si Cassavetes no demostrara un interés así, genuino, sería muy complejo para un interlocutor cohibido tolerar esos ojos. De hecho, considerando lo volátil que puede ser, si John no respetara profundamente a los seres humanos por su mera condición de seres humanos sería... bueno, alguien difícil de tratar.

Así que hoy llego a las oficinas de preproducción de Love Streams en Cannon, con su atmósfera de bar de barrio, sin saber muy bien qué esperar. Me hacen señas para que entre. Me presentan, rápida y despreocupadamente, al informal equipo de Cassavetes. Mi primera impresión, por ahora algo difusa, es que todos, hombres y mujeres, parecen taxistas neoyorquinos de la vieja guardia. Lo que me hace sentir como en casa, ya que mi padre era taxista en esa ciudad. Cassavetes me ofrece vodka, Coca-Cola y café con la misma bocanada de aire que usa para decir tres o cuatro cosas más. Se los pide a Helen Caldwell, una chica adorable de unos veinticinco años y anteojos enormes. Helen alza una ceja. John alza una ceja más impresionante:

–¿Quién te trajo el café esta mañana? ¿No te lo traje yo?

–Sí, efectivamente. Eso hiciste.

Entonces Caldwell se levanta de su silla y va a buscarme una Coca. (Según el médico, la Coca-Cola no es mucho mejor que el café, así que tampoco debería tomar eso. Pero ya bastante me costó rechazar el vodka. Sobre todo porque John está tomando vodka. Y recién es media tarde.)

Físicamente, John volvió a cambiar. Está más ojeroso, más demacrado, y engordó de una manera rarísima. Cara, brazos, piernas y culo siguen igual de flacos, pero la panza se le infló como un globo. Parece embarazado de tres meses. Un vientre enorme y tenso como el parche de un tambor. Da la impresión de que tuviera la camisa abotonada sobre una pelota de básquet.

Cassavetes es un hombre con un ego inmenso pero con poquísima vanidad. No quiere o no puede bajar la panza, y sin embargo no hace nada para ocultarla (por ejemplo usar camisas más holgadas). Quiere lucirla como parte de la caracterización de su personaje en Love Streams. La panza de Cassavetes va a ser el lastre de Robert Harmon, un símbolo del peso muerto que lo agobia. Cassavetes está a punto de encarnar una descripción cáustica de las flaquezas y las necesidades de los hombres, un retrato de la desesperación y el anhelo, con un final redentor sumamente atípico. Y más allá de teñirse las canas de castaño oscuro, va a utilizar su propio deterioro para personificar la realidad de Robert Harmon.

Nos sentamos con John en su oficina para charlar sobre las posibilidades del libro. Pero Cassavetes casi nunca habla de una sola cosa a la vez, ni siquiera lo hace en un único plano. Lo serio y lo absurdo, lo sagrado y lo profano, lo íntimo y lo impersonal se van entrelazando en el devenir de las frases. Y la amalgama que da cohesión a ese discurso no es un cierto afán narrativo sino la intensidad de su presencia, su estilo.

Me habla del libro: “Todo el mundo se refiere a sus experiencias personales y llama a eso verdad”. Después, del personaje que va a interpretar en Love Streams: “Creo que un hombre está hecho de dos cosas: confusión y orgullo”. Después, de la película: “Nos van a dar su atención, con suerte, durante cinco minutos”. Me gustaría detenerlo para desmenuzar juntos esas oraciones.

La primera es una declaración: todo arte, toda visión, es algo relativo. En la segunda, o bien está despojando a los hombres de cualquier posible nobleza, o bien quiere subrayar lo utópico y hermoso que resulta cuando esas criaturas se elevan y alcanzan algo noble. En la tercera, evaluó y desestimó sus oportunidades con el público: esas pocas oportunidades por las que está dispuesto a jugarse todos sus esfuerzos.

Pero quién sabe, nada es seguro, porque de inmediato pasa a explicarme que es urgente convencer a los productores de que esta película necesita un catering de primera línea. Un equipo de filmación es como un ejército: marcha al ritmo de su estómago: “Todas esas cosas que ellos consideran lujos son en realidad las más baratas”, dice, “comparadas con el costo de un día en que todo sale para la mierda porque la gente no siente que está haciendo una película”.

El diseñador de producción, Phedon Papamichael, llega con muestras de tela y flores artificiales. Primo de Cassavetes, nacido y criado en Grecia, Papamichael trabaja con John desde Faces, y también en dirección de arte y diseño de producción para realizadores como Jules Dassin y Michael Cacoyannis. Es unos años mayor que Cassavetes, cuenta aún más anécdotas y fuma tanto como él. (¿Olvidé mencionar que las oficinas de John están siempre cubiertas de humo?

Yo, que por el momento dejé el vicio, soy una rareza en este sitio.) A diferencia de John, Phedon por lo general es muy preciso a la hora de encender sus cigarrillos, como si tratara de demostrar algo, mientras que Cassavetes puede prender un fósforo mientras habla y acordarse recién cuando se quema los dedos. Phedon sabe siempre dónde dejó los cigarrillos y usa encendedores muy sofisticados, mientras que el constante “¿Alguien tiene un cigarrillo?” de John es casi un chiste recurrente en todos sus rodajes, nunca tiene fósforos y es capaz de olvidarse sus incontables paquetes de Marlboro en cualquier parte. (Ya avanzada la filmación de Love Streams, se va a dejar uno sobre el tablero de mi auto, y va a quedar ahí intacto hasta el próximo viaje, como esperándolo.)

Cuando quieren, Papamichael y Cassavetes pueden ser los dos sujetos más obstinados del mundo, lo que tal vez explique por qué se tienen tanta paciencia. No les queda otra. Los retazos de tela y las flores artificiales que trae Phedon disparan una discusión tras la cual mucha gente dejaría de hablarse durante largo tiempo, o acaso para siempre. Bufan, gritan, se insultan. Phedon insiste apasionadamente con esa tela y estas flores, pero John quiere esa otra tela y estas otras flores, o tal vez no, tal vez nada de todo eso sirva. A la mierda con las telas y las flores de plástico. Phedon se va dando un portazo, vuelve hecho una furia, discute un rato más. Hasta que John dice, en voz baja:

–Bueno, puede que tengas razón. –Phedon lo mira fijo, sorprendido. John le ofrece una sonrisa taciturna–: Tantas idioteces que dije y puede que tengas razón...

Y el problema queda zanjado. Por hoy.

 

Fragmento
     
   

Autor

 

   
                     

Michael Ventura (Nueva York, 1945). Empezó su carrera profesional en los años setenta trabajando como periodista y crítico de cine. Luego escribió novelas, libros de no ficción y guiones de películas, entre las que se cuentan Echo Park y Roadie. También dirigió el documental I’m Almost Not Crazy, que registra parte del rodaje de Love Streams (1984).

 


   

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