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  Poesìa y errancia
Alicia Genovese
108 páginas; 20x13 cm.
Entropía, 2025
ISBN: 978-987-1768-90-5
   
     
   
     
 

«Alicia Genovese hace dialogar al ensayo y al diario de escritura en tanto espejos de un mismo tránsito: la confianza en el desplazamiento y en el abandono de lo conocido. Si existe un anhelo, debería existir una aparición, nos dicen los textos que conforman la primera parte de este libro. La errancia como un salirse de sí fraguado en el anhelo para encontrarse con lo que emerge: la poesía se vincularía, así, con una disponibilidad y con un hallazgo esperado. 

Si quien escribe es una errante que se configura, cada vez, en relación al lenguaje y a la percepción, la reflexión en estos ensayos se articula alrededor de procedimientos singulares, en infinitivo móvil, que sostienen la búsqueda del poema: habitar, improvisar, ejercitar, respirar. Cada poeta, entonces, armaría su propia cartografía y aquí Genovese sobrevuela otros derroteros: el de Olga Orozco, el de Héctor Viel Temperley, el de Ricardo Zelarayán, entre otros.

“Conozco la partitura de la búsqueda, del ir hacia adelante, de saltar el obstáculo, las fronteras. No veo otra cosa fuera de la persistencia”, escribe Genovese en una entrada del “Diario de errancia”. Ricardo Piglia plantea que Kafka escribe un diario para volver a leer las conexiones que no ha visto. La escritura diarística es un método para descifrar su propia experiencia. En el caso de Genovese, el diario nos muestra la praxis de su escritura y un modo propio de habitar el mundo en el que la poesía no aparecería en la errancia ni el hallazgo, sino en la misma interrupción que provoca el encuentro.»

Gloria Peirano

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Preliminar

La errancia es inherente a la tarea de escribir, un viaje sin rumbo fijo guiado por el impulso, el deseo de la palabra y la capacidad de búsqueda. No posee la certeza de un destino; es un tránsito, un andar en procura del camino propicio que en su hacer pueda otorgar sentido. Como todo viaje, implica un alejamiento, una retirada de lo conocido y del llano aplanado en la reiteración ya sin estímulos para explorar. La capacidad de errancia no teme al extravío, a lo irresuelto, se deja llevar hacia aquello que sucede sin atarse a los caminos direccionados; es mayor la atracción por lo que pueda proporcionar la eventualidad. La errancia es desplazamiento, la felicidad del desplazamiento en una ruta; comienza en el límite que desborda lo adaptado y relativiza logros que sólo invitan al encierro, a la fórmula y la imitación, llama a traspasar una línea desértica. Es la entrada a un lugar estimulante y purificador, un desierto como el que concebía Edmond Jabès, esa nada donde las preguntas fertilizan. Decir no, no es esto, no es acá, conlleva una fuerza impulsora hacia algún sitio que se percibe debe existir, aunque no se lo conozca.

Emily Dickinson hablaba en un poema de una tarea imprecisa que consiste en hacer girar una rueda en la oscuridad sin saber cuál será la meta, pero con la confianza en el desplazamiento para hallar un sentido. La tarea no hace referencia a escribir ni especifica una búsqueda vital, aunque probablemente ambas cosas estén implicadas en esos versos. “Mi rueda está en lo oscuro/ ni un rayo puedo ver/ pero sé que en su avance goteante/ da vueltas y más vueltas”. Y luego: “Mi pie va en la corriente/ una senda inusual./ Mas toda senda tiene/ al final un sentido”. Apoyada en esa rueda la poeta atraviesa un camino infrecuente, se deja llevar por una marea. Si se intentase visualizar una imagen literal podrían ubicarse las ruedas de una bicicleta por una ruta en medio de la lluvia, goteantes, o una travesía por un río en un bote a pedal, esos que luego evolucionaron en los barcos a vapor que surcaban el Mississippi con una rueda cilíndrica en la popa. El tránsito en todo caso enfrenta una zona difusa donde ella se impulsa confiada a través de la corriente. La errancia se proyecta desde este poema activando una rueda propia marca Dickinson que gira y motoriza, en un espacio silencioso, el intento por encontrar algún sentido o llegar a un claro. En un plano simbólico del poema, quien escribe es una errante, sigue su camino a oscuras por un rumbo infrecuente y se templa en ese seguimiento poco predecible hacia algún lugar. Aún hay otro elemento que aparece en este poema de Dickinson: el abandono del lugar conocido, donde están los otros con quienes se contrasta. “En sus atareadas tumbas otros/ encuentran raro empleo;// otros con nuevo y elegante andar,// cruzan la puerta majestuosamente/ arrojando detrás de sí el problema”. Unos tienen empleos como tumbas y otros con elegante andar no tienen en cuenta esa misteriosa búsqueda en la que se empeña la poeta y que la lleva a errar, la convierte en errante.

Pienso en la errancia como búsqueda del poema, de la
poesía cuando casi ninguna palabra, ninguna idea produce
ese chispazo interrogante para avanzar. Errar implica seguir el camino a tientas en busca de apoyos, circunstanciales quizá, pero que actúen como propiciadores de la escritura. Errar es atender el llamado de aquello que permanece sin reconocerse, sin que hayamos podido receptarlo, aquello que parecía no suceder, no ser visible y sin embargo nos detiene hasta transformase en una elección. Cada objeto nombrado, cada ángulo enfocado puede hacer girar una brújula. La errancia fructifica en su posibilidad de afinar la captación sensible, esa potencia receptora, que es convocada y afectada por las cosas. En la errancia se van recolectando datos que en su aparición imprevista comienzan a conectar con otro tipo de información y se convierten, con la guía emotiva que viabiliza toda escritura, en materia primordial, generadora de procesos vitales y expansivos durante la tarea de escribir. En la errancia, con la rueda que gira en lo oscuro, se comienza a vislumbrar el rumbo hacia un poema, el pasaje, la compuerta que empuja hacia su sentido. Cómo se encuentra un derrotero si no se arriesga el paso hacia aquello que el verso libera “sin quererlo”, como decía Alfonsina Storni, “todo eso mordiente, vencido, mutilado” donde la poesía ha sabido hallar razón de ser, un claro.

La errancia es también un aprendizaje, un recorrido
comparable a la improvisación para los músicos de jazz. En
su proceso no reina la libertad absoluta, pero es necesario un profundo sentido de libertad, una audacia personal para abrir el campo muchas veces condicionado por el recurso o la respuesta previsible. Se necesita despejar pautas que se comprueban innecesarias y deshacer soluciones remanidas. Se requiere apego al juego, predisposición, osadía para despojarse de preceptos y soportar cierta aridez, para intimar con la emoción, incluso la más incómoda, y errar para ir arrastrando notas, fragmentos significativos. Se requiere aprender a habitar en un espacio sin señales que, sin embargo, se van perfilando. El poema va en pos de un hábitat para respirar allí dentro.

 

Fragmento
     
   

Autor

 

Foto:
Alejandra López
 
                     

Alicia Genovese (Lomas de Zamora, 1953) ha publicado la nouvelle autobiográfica Ahí lejos todavía y más de quince libros de poesía, entre los que se destacan su obra reunida La línea del desierto y, más recientemente, Oro en la lejanía y La invención del equilibrio. Como ensayista, sus textos siempre han estado dedicados a la lectura de poesía: La doble voz: poetas argentinas contemporáneasLeer poesía. Lo leve, lo grave, lo opaco y Abrir el mundo desde el ojo del poema.


   

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