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  Conquista de lo inútil
Werner Herzog

(Traducción: Ariel Magnus)
274 páginas; 23x15 cm.
Entropía, 2008
ISBN: 978-987-24797-1-8
         
                   
       
       
 

Por motivos que me son desconocidos, no me fue posible siquiera leer los diarios que escribí durante mi trabajo en la película Fitzcarraldo. Hoy, veinticuatro años más tarde, me resultó fácil, aun cuando técnicamente no fue sencillo descifrar la propia letra, que en aquel entonces estaba reducida a un tamaño microscópico.

Estos textos no son un informe de filmación –apenas si se la menciona–, y diarios son sólo en el sentido más amplio: son otra cosa, más bien paisajes interiores, nacidos del delirio de la jungla. Pero tampoco de eso estoy seguro.

W. H.
Enero de 2004

 

Contratapa
                   
           
           

San Francisco, 16/6/1979

Casa de Coppola sobre Broadway. Afuera un viento muy fuerte sacude con violencia los arbustos de laureles. Los veleros en la bahía se inclinan por completo; las olas están afiladas, inquietas. Desde Alcatraz, el faro manda señales en pleno día. Todos mis amigos no están ahí. Cuesta acometer este trabajo, esta enorme carga de los sueños. Sólo los libros dan algún consuelo.

La torrecita, arriba en la esquina de la casa, designada ingenuamente para la meditación, está repleta de una claridad tan chillona que me atrevo a asomarme sólo de a un minuto por vez, luego me hace retroceder de nuevo. Puse la pequeña mesa contra la única porción de pared, el resto son ventanas llenas de luz enloquecida, y en la pared dibujé con regla y lápiz puntiagudo una retícula de precisión matemática. Eso es todo lo que veo: el punto donde las líneas se cruzan. Trabajo en el guión con mucha furia y urgencia. Será apenas poco más de una semana, mirando fija y desquiciadamente ese punto.

El aire está fresco, casi frío. El viento golpea de tal forma contra los vidrios que pierdo el punto frente a mí y me doy vuelta directo hacia la luz, tan filosamente clara que duele en los ojos. Sobre el puente Golden Gate se mueven diminutos puntitos de autos. Tampoco la oficina de correos al final de la colina servía de refugio. De regreso, subiendo el camino empinado, me sobrepasaban por el suelo las hojas secas. Era el fin de la primavera, pero el follaje caído estaba coloreado de amarillo y rojo oscuro. El viento lo hacía avanzar delante de mí por sobre la colina de piedra, y cuando llegué arriba el puño del vacío lo había arrebatado. Una vez más, y como un escalofrío, me entró contra cualquier intento de defensa la certeza de hallarme en una estrofa de un poema ajeno, y me sacudió de tal forma que miré furtivamente a mi alrededor por si me habían visto. La colina se convirtió en un enigmático monumento de hormigón, y eso hizo que hasta la colina se asustara de sí misma.

San Francisco, 17/6/79

El padre de Coppola me hizo escuchar una grabación de su ópera. Al oírla adquiere un rostro notoriamente enjundioso, severo, inteligente, muy en contra de su aspecto.


San Francisco, 18/6/79

Télex de Walter Saxer desde Iquitos. El asunto se ve bastante bien, sólo que es probable que en poco tiempo todo se venga abajo. Somos como trabajadores con rostros serios, confiados, que construyen un puente sobre un abismo, pero sin pilares. Hoy tuve una prolongada conversación casual con el productor de Coppola, que entre un milkshake y una hamburguesa me quiso hacer creer de pasada que él se haría cargo del destino del proyecto. Le di las gracias. Me preguntó: sí, gracias, o no, gracias. Le dije: no, gracias. Después de la operación de hernia, Coppola no se siente aún del todo bien. En él se mezclan de forma singular el lamento quejumbroso, la necesidad de protección, el trabajo profesional y el sentimentalismo. La oficina del séptimo piso se afanaba febrilmente por tener una cama de hospital en la sala de montaje y otra para transportar y armar donde fuera. A Coppola no le gustaban las almohadas; estuvo la tarde entera refunfuñando sobre los ejemplares que le traían con esmero, y rechazó todos.

Fragmento
 
         
   
     

Autor

 

 

 

 

 

   
   
           

Werner Herzog (Múnich, 1942) es realizador cinematográfico, guionista, productor, actor y escritor. Dirigió más de cincuenta películas, entre las que se destacan También los enanos comenzaron pequeños, Aguirre, la ira de Dios, Nosferatu, Woyzeck, Fitzcarraldo, Grito de piedra, Invencible y Grizzly Man. A lo largo de su carrera recibió numerosos reconocimientos. Entre ellos, el premio especial del jurado en el festival de Ámsterdam y el FIPA de Plata de Biarritz por el documental El pequeño Dieter necesita volar, el Oso de Plata de Berlín por Signos de vida, el premio al mejor director en Cannes por Fitzcarraldo, el premio del jurado en Cannes por El enigma de Kaspar Hauser, el premio del Directors Guild of America por Grizzly Man, el premio al mejor filme extranjero de Le Syndicat Français de la Critique de Cinéma por Aguirre, la ira de Dios, y el premio del FIPRESCI en Venecia por The Wild Blue Yonder. Entre sus obras literarias publicadas en castellano se encuentran Del caminar sobre el hielo y Vaya país.

     

Reseñas

 

 





Radar
(Ariel Magnus)

ADN Cultura
(Matías Serra Bradford)

Perfil
(Quintín)

Hipercrítico
(Juan Terranova)

La Voz
(Roger Koza)

La Nación
(Silvia Hopenhayn)

 

Entrevistas

Revista Ñ
(Andrés Hax)

 

[Radar]

El peso de los sueños

por Ariel Magnus

 

"Quiero alentarlo a traducir con total libertad algunos tramos del texto”, me escribió Werner Herzog en su primer mail, “porque el tono poético es más importante que lo preciso de la descripción. Sobre todo bien al final, donde hablo del remolino de palabras, elegí en mi idioma palabras que siempre tuve en la cabeza por su sonoridad. Traducidas directamente, estas palabras pierden sin embargo su resonancia. En ese caso deberíamos buscar juntos palabras que a mí me parezcan maravillosas en castellano, como por ejemplo murciélago”. El mail es de fines de 2007. En los meses subsiguientes le fui mandando la traducción por partes, ya que Herzog domina el castellano y se había ofrecido a leerla y eventualmente corregirla. Casi un año más tarde, cuando ya le había mandado el libro entero, Herzog me mandó su segundo correo, disculpándose por no haber podido mirar la traducción (había estado filmando la secuela de Bad Lieutenant, en este caso con Nicolas Cage en lugar de Harvey Keitel, y de inmediato se había ido a Venecia para poner en escena el Parsifal, me contó culposo, como si yo le hubiera pedido explicaciones). En este segundo mail vuelve a insistir sobre el “remolino de palabras”: “Habría que buscar, en completa libertad respecto al original, palabras que en castellano tengan un sonido extraño y misterioso. Me ocuparé de esto en los próximos días y le mandaré propuestas”. Herzog empezó a filmar en Etiopía y luego de nuevo en San Diego y después en Kashgar, por lo que las propuestas nunca llegaron. Tal vez fuera mejor así, porque no sé si me hubiera animado a traducir las palabras originales por otras distintas, por ejemplo murciélago, aun cuando me lo pidiera el autor.

Estos y otros pocos mails, aunque no muy útiles para los aspectos más prácticos de la traducción, sí lo fueron para mí desde un punto de vista conceptual. En primer lugar, porque pintan a Herzog tal como lo imaginaba y admiraba, es decir como un tipo obsesionado con una idea, un detalle mínimo en donde se juega de alguna manera el espíritu de toda su obra. Fitzcarraldo es sin ir más lejos la historia de una obsesión, tanto la historia que se cuenta en la película como la realización de la película misma. Por eso cuando el proyecto se estanca y aún no se ha decidido la incorporación de Klaus Kinski, Herzog se pregunta por qué no actuar él mismo de “Fitz”. “Me atrevería a hacerlo –asienta en su libro–, porque mi tarea y la del personaje se hicieron idénticas.”

Esa obsesión, que en la película Fitzcarraldo es erigir una ópera en la selva amazónica y en la filmación se concentró en la necesidad de cruzar un barco por encima de una montaña, adquiere para Herzog la forma y el valor de una metáfora (metáfora de qué, nadie lo sabe, Herzog tampoco). Un cineasta que basa en la metáfora la fuerza narrativa de sus películas más que cine parece estar haciendo literatura. Tanto más literario se encargará de ser entonces al escribir un libro, y eso es lo que distingue este diario de filmación de cualquier otro: aunque llevado adelante durante el rodaje, fue concebido como un libro en sí, con sus propios objetivos, imágenes y metáforas. Que de la traducción de ese libro a Herzog le importara ante todo el tono poético de ciertos pasajes no hacía más que confirmar su ambición literaria, sin la cual Conquista de lo inútil sería un mero documento de época.

Cosa que naturalmente también es. Como su autor demoró casi un cuarto de siglo en darlo a la imprenta, los personajes que aparecen (desde Coppola hasta –para quien preste atención– Olmedo y Porcel) y las anécdotas que se cuentan (la muerte de John Lennon, una visita al set donde Kubrick está filmando El resplandor) pertenecen ya a la historia del mundo, además de la del cine. Crónica de lo accidentado que puede ser el rodaje de una película, estos “paisajes interiores”, como los llama Herzog, son efectivamente un viaje al interior de un realizador solitario y muchas veces al borde de un ataque de nervios (“Por un momento se apoderó de mí la sensación de que mi trabajo, mi visión, me destruirían –escribe en octubre de 1979, cuando aún le quedaban dos años por delante–, y por un segundo me permití una mirada sobre mí mismo que de otra forma no consentiría jamás: por instinto, por principio, por un impulso de supervivencia; una mirada nacida de una curiosidad más bien material: si mi visión no me había destruido ya. Me tranquilizó saber que aún respiraba.”)

Como documento, personal e histórico, Conquista de lo inútil es insoslayable. Sin embargo, creo que el tema principal del libro no es ese, sino la selva. Como Fitzcarraldo, con la ópera y el equipo de rodaje, con cruzar el barco por la montaña, el Herzog escritor está obsesionado con la descripción del mundo vegetal que tanto lo atrae como lo repugna. Más allá del principio y algunas saltos al mundo civilizado (donde básicamente Herzog no hace más que pasarla mal), el libro transcurre casi íntegro dentro de la jungla, tratando de subsumirla a palabras. Una y otra vez Herzog se detiene a describir el río, el ruido de los pájaros, la lluvia, el calor, las actividades de los insectos y los otros animales, los hábitos de los indios. Recién hacia la mitad nos explica (o al fin entiende él mismo) qué une el tema central del libro con el tema central de la película: “Aquello que ya no es concebible ni por el más exótico cálculo de probabilidades aparece en la ópera como lo más natural, en una poderosa transformación de todo un mundo en música. También los grandes sentimientos de la ópera, que con frecuencia son despreciados por hiperbólicos, a mí por el contrario me parecen reducidos al mínimo, condensados a lo arquetípico de los sentimientos, sin posibilidad de seguir siendo concentrados en su esencia. Son axiomas de sentimientos. Eso es lo que une a la ópera con la jungla”.

Otro tema central del libro, y otra apuesta fuertemente literaria, son los sueños. Herzog cuenta varios, sin señalizarlos como tales. Contar los sueños como si fueran parte de la realidad es una forma deliberada de poner la realidad al nivel onírico al que parece pertenecer por momentos, por ejemplo cuando Herzog se mete con su moto dentro de un cine o los actores locales le ofrecen, con toda seriedad, asesinar a Kinski. Bien mirado, todo ese grupo de personas tratando de pasar un barco por arriba de una montaña en el medio de la selva amazónica es una imagen contra la que no cualquier fantasía nocturna puede competir. Por eso cuando Herzog se refiere a su proyecto como a su sueño, la trillada palabra adquiere su verdadero peso. “Yo dije que sí –cuenta que contestó cuando, fracasado el primer tramo de la filmación, los productores le preguntaron si estaba con ánimos para empezar todo de nuevo–, de lo contrario sería alguien que ya no tiene sueños, y sin ellos no querría vivir.”

Podemos discutir si Conquista de lo inútil es literariamente un buen libro o no, pero al menos podemos discutirlo, cosa que no creo que se pueda hacer con muchos diarios de filmación. Tardé tres años en encontrar la editorial donde me creyeran esto, y no es casualidad que haya sido Entropía, que se dedica principalmente a publicar autores noveles, un meritorio suicidio editorial acaso equivalente a los suicidios fílmicos del joven Herzog. Con la invalorable ayuda de Juan Nadalini discurrimos el espinoso camino de conseguir que Herzog nos cediera los derechos (a pesar del entusiasmo con que la agencia española que se los maneja intentó impedirlo) y de aplicar a la beca del Instituto Goethe, poca cosa en realidad si se lo compara con la harto más espinosa tarea de descifrar ciertos pasajes de su libro.

Herzog dijo hace poco en una entrevista que Conquista de lo inútil es mejor que todas sus películas juntas. Sin atrevernos a tanto, en Entropía coincidimos, después de leerlo ya no sabemos cuántas veces, aunque siempre con el mismo placer, en que sin dudas compite con Fitzcarraldo. La idea fue trasladarlo del alemán al castellano por el lugar que pedía Herzog en sus mails, el más difícil: su espíritu literario. Tal vez la imagen del barco pasando de un río al otro por arriba de una montaña sea también una metáfora de la traducción.

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[ADN Cultura]

Intensidad de lo adverso

por Matías Serra Bradford

En una selva "envuelta en sí misma", en plena filmación de la película Fitzcarraldo , Werner Herzog encuentra en su libreta un refugio donde preservarse: "En medio de cientos de extras indígenas, docenas de trabajadores forestales, la gente de los barcos, personal de cocina, equipo técnico y actores, la soledad me golpeó como un animal gigante y enfurecido. Pero yo veía algo que los otros no veían". Suele decirse de los enajenados que "ven cosas". El sueño de construir un teatro de ópera en el Amazonas, utopía del barón del caucho y melómano peruano Carlos Fermín Fitzcarraldo, fue la semilla que Herzog necesitó para vislumbrar una geografía y un proyecto demenciales. (El cruce de música y desequilibrio es un leitmotiv reincidente en el trabajo del cineasta alemán; basta recordar su film sobre el compositor Gesualdo y, en otro plano, Tierra de silencio y oscuridad , sobre los sordomudos, halagada por Oliver Sacks, otro veterano en ese campo.)

Paso a paso, Herzog registra el primitivo suspenso de una alucinación: hacer pasar un barco, de un río a otro, por arriba de una montaña. Y plasma un modelo de fragilidad definitivo para la creación artística. Un diario íntimo se asemeja a una madre permisiva, todo lo tolera y todo lo absuelve. Este, Conquista de lo inútil. Diario de filmación de Fitzcarraldo incluye los contratiempos imaginables y los peligros menos risueños: los berrinches de Klaus Kinski, los sobornos mendigados, las lluvias que no llegan, los ríos que no crecen. Provocar condiciones adversas parece ser en Herzog, como en Peter Brook, el único modo de preparar un marco propicio para dar lugar a la "verdad extática". El autor de Del caminar sobre hielo y Herzog on Herzog , devoto de Büchner, Hölderlin y Von Kleist, ya se había jurado "ir hasta el fin de lo insensato". La práctica del montaje, médula del cine, es absorbida por la rutina del diario: qué se elige contar de un día. Y el diario, en paralelo, también pone en juego cómo borrar mejor la frontera entre ficción y documental.

Conquista de lo inútil es un zoológico a puertas abiertas: serpientes, tarántulas, iguanas, monos, murciélagos, ratas, tapires, caimanes, "buitres que extienden sus alas como el Crucificado y que perseveran como estatuas en esa posición, presumiblemente para refrescarse o ahuyentar parásitos que pican." La hipnosis de la descripción febril se vuelve irresistible y una recia cualidad visual impera en las observaciones: "La selva a ambos lados del río, que celebraba su misa nocturna, cumplía la función de monaguillo. Ningún sonido animal, ningún grito nocturno; sólo de un gigantesco árbol torcido cayó una hoja inmensa, como un pterosaurio alcanzado por flechas."

En el último año del rodaje de Fitzcarraldo, 1981, año que cultivaba como todos una férrea vocación de olvido, otros fervorosos adictos a la naturaleza, dos diaristas impenitentes en lengua alemana -Ernst Jünger y Peter Handke- tomaban notas cuya sola espectacularidad consistía en llegar con gracia al final de la jornada, en velar por el día siguiente. Por esos mismos meses, Handke escribía: "Me gustaría tener la selva virgen delante de la ventana; así, con el tiempo, vería el mayor número de detalles que pueda uno ver." Y eso es lo que consignó Herzog, hasta la más ínfima vibración de una jungla. El 18 de marzo de 1981, Jünger definió involuntariamente otro de los desvelos del cineasta de Münich: "¿Por qué produce tanta inquietud que un ser humano desaparezca sin dejar rastro?" Jünger alude a la leyenda del niño abandonado Kaspar Hauser, que Herzog llevó al cine, enigmática contracara de megalómanos como Fitzcarraldo o el conquistador de Aguirre, la ira de Dios .

Exótico, genuino, Conquista de lo inútil deja una huella imborrable y le devuelve a la literatura una cualidad un tanto relegada: la intensidad.

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[Perfil]

Metáfisica de lo inútil

por Quintín

La última película hasta el momento de Werner Herzog fue rechazada en Cannes. Es una remake de Un maldito policía, el ya clásico de Abel Ferrara. Pero la buena noticia sobre este director más admirado en la Argentina que en su país (es el análogo cinematográfico de los Ramones) es que se acaba de publicar en castellano el diario de filmación de Fitzcarraldo, la más herzoguiana de las películas de Herzog, aventura de un hombre blanco que busca la hazaña imposible en los confines de la civilización occidental (como el Che Guevara en Bolivia) o a todas luces inútil. Conquista de lo inútil es precisamente el título del diario que se ocupa de los tres años (1979-1982) que duró la filmación de este absurdo cinematográfico, cuyo centro es el pasaje de un barco de vapor por encima de una montaña. La anécdota se basa en un tal Brian Sweeney Fitzgerald que hace un siglo quiso construir un teatro de ópera en Iquitos, en medio de la selva peruana. Pero para pasar su barco de un río a otro, Fitzgerald tuvo la buena idea de desarmarlo, mientras que Herzog decidió llevarlo entero, sin ningún truco y tuvo que exponerse, además, a convivir con Klaus Kinski. ¿Para qué?

Una hipótesis sobre el motivo de esa locura es que se trataba simplemente de obtener una imagen, la última imagen. Tokio-Ga, un documental de Wim Wenders de 1985, encuentra a Herzog en lo alto de una torre. Allí declara que no hay imágenes nuevas, que ya están todas filmadas. Por supuesto que Herzog siguió trabajando y prosiguió su raid de proyectos Guiness en los hielos antárticos, en la boca de un volcán en erupción, sobre la montaña más traicionera del mundo o tras la figura de un amante de los osos que terminó comido por uno de ellos. Pero el libro, tocado por la inspiración literaria, permite arrojar otra mirada sobre la empresa. La elaborada traducción de Ariel Magnus atrae con frases tales como “el tiempo tira de mí como un elefante y a mi corazón lo desgarran los perros”. Sin embargo, la belleza del diario reside sobre todo en que esboza una verdadera metafísica de lo inútil. Por un lado, el relato avanza en medio de toda suerte de bestias (ratas, arañas, serpientes, caimanes, tarántulas), calamidades naturales, accidentes mecánicos, batallas entre los indios y entre los miembros del equipo, problemas con los políticos peruanos o con los activistas europeos y visiones dantescas que culminan en una adolescente dándole el pecho a un cerdo y otra a un perro (afortunadamente, no de manera simultánea). Pero para el escritor Herzog todo es un juego basado en “una gran metáfora” (la del barco sobre la montaña) aunque confiesa que no tiene idea sobre qué sería esa metáfora. Mientras tanto, el diario alterna las penurias de la filmación con chistes malos, anécdotas bizarras (“un hombre, tras una pelea dramática con su mujer, corre al baño, se pesa apresuradamente en la balanza, después se pega un tiro”), discusiones irrelevantes (si la cinchada debe volver a ser un deporte olímpico). En la página 209 Herzog cuenta que una vez vio una foto en el puerto de Hamburgo y no descansó hasta descubrir qué día y a qué hora había sido tomada, desde dónde y con qué lente.

La obsesión por lo inútil como divisa, como eje de la libertad humana cuya culminación es la literatura, parece demostrar que esa cinematografía titánica de Herzog no es un acto fascista –como alguna vez supusieron sus detractores– sino otra metáfora cuyo objeto desconocemos, pero que deja el sabor de una aventura contagiosa, en el fondo más mental que física. El 15 de julio de 1979, en Iquitos, a Herzog y a miembros del equipo se les ocurre ir al cine. “La película venía de Argentina, con uno bien flaco y uno bien gordo, rubias de pechos inflados...” ¿Por qué no iniciar, siguiendo la idea de la foto de Hamburgo, una pesquisa sobre el título de ese film que uno sospecha con Porcel y Olmedo?

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[Hipercrítico]

La balada del explorador megalómano

por Juan Terranova

A mediados de los 90, como parte de una educación sentimental que se pretendía cosmopolita y universal, formé parte de un grupo irregular de estudiantes que iba todos los fines de semana a la Sala Lugones del Teatro San Martín. A los dos años de empezar con la rutina ya habíamos descubierto qué películas pertenecían a la cinemateca y cuáles eran prestadas por otras instituciones. Las que pertenecían a la sala se reprogramaba una y otra vez, metiéndolas a veces con astucia, a veces con fórceps, en ciclos temáticos. Muchas de ellas eran simplemente excelentes. De ese repertorio de fijas había una que se llamaba Enemigo íntimo y contaba la historia de dos artistas histéricos y extremadamente talentosos que se odiaban pero se amaban y que trabajando juntos eran insuperables. Uno de los artistas era el taciturno cineasta Werner Herzog. El otro, un Klaus Kinski imparable, demoledor, el mejor actor alemán de todos los tiempos.

Neurosis

Enemigo íntimo cuenta la relación de Herzog con Kinski desde el punto de vista de Herzog, pero también es la mitificación de ambos. Hay una escena central. Después de mostrar hasta qué punto la neurosis y la frivolidad de Kinski se enciende cuando hay una cámara registrando lo que sucede, el director encuentra al actor en Los Alpes por un festival y se besan y se abrazan. Es una escena de una ternura fingida y real al mismo tiempo. De hecho más allá de los viajes y la violencia, toda la filmografía de Herzog parece trabajar así, hacerse la misma pregunta: ¿Qué es real? ¿Qué no lo es?

Entrevista

En una de las escenas del documental, Herzog entrevista a Claudia Cardinale, coprotagonista de Fitzcarraldo con Kisnki, y le muestra un cuaderno del tamaño de la palma de una mano donde llevó un diario mientras la película se rodaba en las irregulares condiciones que presentaba la selva. Es el diario de un hombre que quiere subir un barco por arriba de una montaña para filmar la historia de un tipo que sube un barco por arriba de una montaña para llevar la ópera al Amazonas. Gracias a Editorial Entropía, y a una pulcra y eficiente traducción de Ariel Magnus, ahora podemos leer esos apuntes con el título de Conquista de lo inútil (diario de filmación de Fitzcarraldo).

El libro de la selva

¿Cómo se hace para filmar Fitzcarraldo? ¿Cuáles son los entretelones, la trastienda del hecho creativo? Para empezar, todo es manual y el escenario es esperable. Poblados llenos de indios ladinos, hidroaviones oxidados, humedad, precariedad, alimañas de todo tipo y un actor alocado corriendo entre las monstruosas plantas peruanas. (Kinski le respondió a Herzog, en ese juego de amor-odio-necesidad con su excelente y muy recomendable autobiografía Yo necesito amor, editada por Tusquets en castellano.) Así, se podría citar a Defoe, a Hemingway, a Brecht, incluso a Humboldt. Ya que el libro nos dice, con su escritura espiralada y vertiginosa, que todavía hoy es posible una épica de la creación. Y la trama del libro avanza de una forma tan lenta, repitiéndose tanto a sí misma en descripciones y situaciones, que la sensación de agobio y angustia que trasmite es muy acabada, sin que por eso la prosa deje nunca de ser clara y a veces hasta luminosa. Conquista de lo inútil es un largo solo de batería improvisado arriba de una lancha que cruza un caudaloso rio amazónico. Su lectura, piadosa y vital, resulta placentera, cuando no directamente adictiva.

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[La Voz]

Un travelling de Herzog

por Roger Koza

Los diarios son un género literario extraño. Un antiquísimo libro como Las confesiones es un antecedente de cómo desplegar (e inventar) la intimidad en prosa, reconociendo, a pesar del supuesto carácter de privacidad, un lector privilegiado, el Altísimo en el caso de San Agustín, y un imaginario lector desconocido, en el caso de cualquier escritor ligado a esta tradición literaria. Nadie escribe porque sí, y menos aun sin el deseo de que las pupilas de un otro potencial reparen sobre las páginas que ya no están en blanco.

Los diarios de filmación no siempre suelen ser interesantes, y hasta cierto punto pueden ser insignificantes en términos literarios. Pero Conquista de lo inútil (Diario de filmación de Fitzcarraldo) es, más que un diario de filmación, la expresión subjetiva de Werner Herzog. Abarca un tiempo específico (desde junio de 1979 a noviembre de 1981) y coincide, azarosamente, con los preparativos de una película y su rodaje.

No es cualquier película. Es Fitzcarraldo, una de las grandes películas de Herzog, en la que un hombre enamorado de la ópera atraviesa la selva peruana transportando un barco. Una empresa delirante, una proeza hiperbólica y ridículamente sublime. Leyendo las 272 páginas de Conquista de lo inútil, más que aprender sobre los secretos de un rodaje se entrevé una mirada filosófica.

El cine de Herzog ha sido desde sus inicios una peregrinación en los límites de la civilización, lo que en su perspectiva es también un paso más allá de la razón. La locura, fenómenos extremos de la naturaleza, comunidades heterodoxas, utopías dementes constituyen los tópicos dominantes de su cine.

Este diario abandonado, crónicas que Herzog describe como "paisajes interiores, nacidos del delirio de la jungla" y que revisita recién en 2004, momento en el que se publica, incluye transcripciones de un discurso filosófico desordenado, aunque coherente, en el que se destila una suerte de naturalismo darwinista poético cifrado en una curiosidad extrema, matizado por un pesimismo discreto. Dice Herzog: "La selva, exclusivamente en el presente, si bien está involucrada en el tiempo, permanece por siempre sin edad. Para todo ello algo como la justicia sería una contradicción".

No obstante, el animal preferido de Herzog, tanto en el libro como en sus películas, es el hombre, esa criatura definida por el habla y el uso del pulgar. Herzog permanece atento a las diferencias culturales. La selva peruana, algunos viajes a países limítrofes de Perú, incluso ciertos pasajes en los que Herzog está en Estados Unidos funcionan como datos empíricos para un ensayo difuso sobre la naturaleza humana. "La vida, esa pasión inútil" (la pretérita provocación de Sartre) podría ser un lema de su escritura. Así, Klaus Kinski, el intérprete principal de la película, compite en importancia con la selva, las mujeres indígenas dan de mamar a los chanchos y a los perros, los resabios coloniales se materializan.

Escribe Herzog: "Un sector de la asamblea se levantó con una hostilidad que yo sólo conocía por los relatos de antiguos navegantes, con la diferencia de que los nativos llevaban remeras con ‘John Travolta Fever’ y ‘Disneylandia’".

Quienes busquen una meditación sobre el arte cinematográfico poco encontrarán en Conquista de lo inútil. El término plano, concepto cinematográfico por excelencia, rara vez es empleado por Herzog, excepto cuando imagina algunas panorámicas sobre la selva.

Este diario de filmación contiene algunos chismes (sofisticados): Coppola, Jack Nicholson, Glauber Rocha, Syberberg, entre otros, aparecen en estas páginas, incluso Mick Jagger, quien participó en el rodaje, aunque finalmente las escenas que involucraban al cantante de los Rolling Stones quedaron descartadas. Hasta "el Gordo" Porcel y Olmedo forman parte del elenco impensable de este libro apasionante, un libro que conjura, en su lectura, "la fatiga de los hombres, la carga de los sueños y los suplicios del tiempo".

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[La Nación]

Mapa subjetivo de la jungla

por Silvia Hopenhayn

Los diarios de filmación pueden ser apasionantes o anecdóticos. No es fácil contar una película, y menos aún decantar por escrito la experiencia de filmación. Se van las páginas en las manías de tal o cual actor, las dificultades climáticas o divergencias con el productor. Pero cuando el director es una suerte de poseído por las imágenes, un portador de visiones, su obra se distingue por su intensidad. El relato puede ser tan maravilloso como un viaje a lo desconocido. Es el caso del cineasta alemán Werner Herzog, cuyo film Fitzcarraldo fue una verdadera proeza onírica.

En excelente traducción del escritor argentino Ariel Mangus, se publicó el diario de filmación de Fitzcarraldo con el título Conquista de lo inútil (Entropía). El prólogo, también de Herzog, es un trampolín al desenfreno y revela su brutal relación con las imágenes. Comienza así: "Con la descabellada furia de un perro que ha hincado los dientes en la pierna de un ciervo ya muerto y sacude y tironea al venado caído de modo que el cazador abandona la tarea de calmarlo, se prendió de mí una visión, la imagen de un gran barco de vapor sobre una montaña (?), la voz de Caruso que hace enmudecer todo dolor y todo grito de los animales de la selva y extingue el canto de los pájaros".

Herzog comienza su periplo en la casa de Francis Ford Coppola en San Francisco, en busca de financiamiento (un sueño mal pagado puede convertirse en pesadilla), y a las pocas páginas ya está en Caracas y luego en Lima, Iquitos y el río Marañón, a punto de empezar su travesía junto con el iracundo actor Klaus Kinski (antes protagonista de Aguirre, la ira de Dios y Nosferatu ). Recordemos lo que el propio Kinski escribió sobre Herzog tras el rodaje de la película: "Los cinco meses en la selva de Perú son muy parecidos a los de hace diez años, cuando rodamos Aguirre . De nuevo son la total imprudencia, ineptitud, incapacidad, arrogancia y falta de escrúpulos de Herzog las que ponen en juego una y otra vez nuestra vida y amenazan con echar a rodar definitivamente el rodaje y provocar un desastre financiero. De nuevo alimenta a la compañía con una bazofia incomible que hace cocinar con manteca de cerdo".

El diario de Herzog no redunda en esa relación (cuyos frutos, podridos y maduros, aparecen retratados en su documental Mi enemigo íntimo ); más bien traza un mapa subjetivo de la jungla, los revuelos del campamento, las dificultades para mantener intacto el barco que debían trasladar por la montaña, los problemas de sonido en la ejecución de la ópera. Lo más bello de la escritura es lo que el ojo de Herzog registra: "Un papagayo a mis pies mastica una vela que sostiene con los dedos de una pata?"; "unas hojas de banano inmóviles en el vapor vespertino; pequeños sapos aterrizan con un chasquido sobre las pálidas hojas".

El diario es casi un día a día, desde el 16 de junio (¡el mismo día en que transcurre Ulises , de James Joyce!) de 1979 hasta el 4 de noviembre de 1981. Gran parte de lo narrado transcurre en Iquitos y Camisea, y otro poco en San Francisco, Lima y Nueva York.

Se trata, en suma, de una embarcación literaria digna del estrepitoso mundo de las imágenes de Herzog.

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[Revista Ñ]

 

Los sueños y las pesadillas del Sr. Herzog

por Andrés Hax

Existe un santo remedio para la cura –de forma instantánea– de los males de cineastas, poetas, novelistas, pintores que están trabados, a los que no les sale su gran trabajo porque no tienen: a. suficiente dinero; b. suficiente tiempo; c. suficientes recursos; d. suficiente disciplina; e. otro. Si usted cumple con este perfil váyase hasta su videoclub y alquile El peso de los sueños, un documental de Les Blank, estrenado en 1982, sobre el rodaje de la película Fitzcarraldo de Werner Herzog. Si sus recursos lo permiten, agréguele a esta dosis, la lectura de Herzog on Herzog, una entrevista de trescientas páginas realizada por Paul Cronin y publicada por la editorial inglesa Faber & Faber en 2002. Cuando vea la tenacidad del director alemán y la voluntad con la que persigue sus metas; cuando lo vean triunfar en cumplir su sueño de filmar una película imposible, sus problemas –estimado lector-artista– tomarán otra dimensión. Tendrá que sincerarse y reconocer que si no está escribiendo la novela, terminando la película, pintando los cuadros o componiendo la sinfonía de su vida, es porque no sienta el traste para hacerlo. La gran lección de la vida artística de Werner Herzog es que si hay algo que querés hacer, hacelo. Punto final.

Ahora, se agrega un capítulo más a la rica y prolífica producción de Herzog, un libro que reúne los diarios (suerte de Moleskines escritos en letra microscópica) que llevó durante la ardua y quijotesca filmación de una de sus mejores películas. Fitzcarraldo. Conquista de lo inútil ya se ha publicado en alemán y hay traducciones pendientes en inglés e italiano y varios otros idiomas. El título viene de un diálogo de la película que consagró al demente y brillante actor Klaus Kinski. En un brindis, un personaje, Don Araujo, declama: "¡Por Fitzcarraldo, el conquistador de lo inútil!"

El libro de Herzog podría incluirse en un pequeño estante que contendría, entre otros, Apuntes sobre la filmación de Apocalypse Now, de Eleanor Coppola, El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, La cuarentena de J.M.G. Le Clézio, Fordlandia, del argentino Eduardo Sguiglia, y una buena biografía de la travesía africana de Rimbaud. Es que Conquista de lo inútil es un libro de la selva, del hombre occidental en el continente oscuro; el antihéroe que va a la jungla para arrancarle algo por su propia gloria, pero que termina transformado (y desquiciado) por ella.

La historia de la filmación de Fitzcarraldo es meta ficción pura: Herzog es Fitzcarraldo y Fitzcarraldo es Herzog. Y la locura de Fitzcarraldo –su idea descabellada de cruzar un barco por una montaña de un río a otro para montar un teatro de ópera en la mitad de la selva– fue la mismísima de Herzog. Pero lo imposible se logró y quedó una gran película y la leyenda de su realización.

Hablamos por teléfono con el director trotamundos, napoleónico en sus ambiciones y parco en sus explicaciones. Estaba en un hotel en Londres de rumbo a Perú, o venía desde Perú, o se iba a Africa, o volvía a Bavaria...

En la película "Mi peor enemigo" (1999) sobre su relación con Klaus Kinski aparece uno de los cuadernos que fueron la base para este libro. Y allí le comenta a Claudia Cardinale que ni siquiera se animaba a leerlos. ¿Qué cambió?
Contenían muchas cosas que me alivió que estuvieran guardadas como escritos. Pero nunca me atreví a mirarlos hasta hace más o menos diez años. Intenté descifrar una o dos páginas pero después frené, porque me daba demasiado miedo. Hace dos años, volví a abrirlos y me pareció que había algo extraordinario en los textos y supe que sobrevivirían todas mis películas

¿Por qué?
Porque escribo mejor de lo que filmo. Porque hay más sustancia en estos escritos que en todas mis películas juntas.

¿Cómo es eso de que leerlos le causaba miedo?
Bueno... Me confrontaba con todo el tumulto y la confusión. No quiero mirarme a mí mismo. No quiero verme de muy cerca. No sé muy bien, es como una cautela instintiva que siento. 

¿Siente algo de remordimiento de no haberse dedicado más a escribir?
No, no tengo ningún tipo de preocupación acerca de mí mismo o mi trabajo. 

Usted escribe sus guiones en muy pocos días, pero las filmaciones, a veces, le llevan años. ¿Qué dice esto sobre las diferencias entre las dos disciplinas?
No dice nada. Es la naturaleza de cada medio. Cuando hacés una película tenés logística, tenés temas de financiamiento, tenés temas de organización con los actores...Es natural todo eso y nunca me ha traído problemas. Tampoco he tenido problemas con el hecho de que el papel tiene más paciencia que el celuloide.

¿Kinski estaba celoso de sus diarios? 
Sí. La que se dio cuenta de eso fue Claudia Cardinale. A Kinski le molestaba no saber lo que escribía; pensaba que tal vez estaba escribiendo sobre él. Aunque tengo que decir que el texto no es una descripción del proceso de filmar. Es completamente independiente de eso. Es como un sueño afiebrado en la jungla. Es poesía. No es un diario sobre un rodaje. No es una memoria. Es poesía.

Uno de los encantos de Conquista de lo inútil es percatarse de la minucia de la vida de Herzog: por ejemplo, ¡que en San Francisco fue a ver una película de Porcel y Olmedo! También, está repleta de observaciones asombrosas, como la descripción de un chofer en Iquitos: "Lo llamativo en ese auto era el hecho que no tenía volante; el chofer manejaba con una gran pinza, una llave francesa, y lo hacía bien".

Menciona en el libro que Mario Vargas Llosa quiso participar en la película. 
El estaba interesado en el cuento de Fitzcarraldo y hablábamos mucho sobre eso. Tenía ganas de participar en el guión, pero eso se descartó rápidamente porque estaba trabajando muy intensamente en un libro que tenía una fecha de entrega pendiente. Era más un gesto de amistad. Entonces terminé escribiéndola solo, pero estoy contento de que resultara así. 

Cuenta cómo se hizo un tatuaje de "la muerte cantando". ¿Ese es un símbolo importante para usted?
No. Como describo en el libro, fue algo totalmente espontáneo. Fue con Paul Getty, el heredero estadounidense que fue raptado por la mafia (quienes le cortaron una oreja durante el secuestro). Yo soy amigo de la melliza de su esposa. Simplemente estábamos todos juntos un día charlando y él me dijo que se iba a hacer un tatuaje. Yo me fui con él por acompañarlo nomás, por curiosidad de ver cómo se hacía un tatuaje. Y allí, sin pensarlo, armé un dibujo de la muerte cantando; es un esqueleto vestido con un esmoquin, cantando con un micrófono antiguo. Pero no tiene relevancia. Y me lo hice mucho, mucho antes de que se pusieran de moda los tatuajes. 

En el documental Grizzly Man (2005) usted declara: "Yo creo que el denominador común del universo no es armonía pero sí el caos, la hostilidad y la matanza". ¿Cómo sigue adelante cuando tiene una fe tan desoladora sobre la realidad?
No es una mirada desolada del mundo. Estoy hablando del universo. Si miras al universo de una manera no sentimental, no romántica, no Walt Disney, inmediatamente te darás cuenta de que el denominador común es la hostilidad en vez de la amistad sentimental. Lo ves muy claramente en Conquista de lo inútil. La mirada sobre la naturaleza, la manera en que yo veo las cosas que me rodean, es totalmente no romántica. 

¿Pero usted ha sido acusado de continuar la tradición alemana romántica en su cine?
Mire, esto no es problema mío. Es un problema de los críticos. Y dado que en muchos países, cuando piensan en la cultura alemana inmediatamente piensan en el romanticismo –porque es una de las pocas cosas que conocen–, de golpe intentan conectarme con eso. Pero mis afinidades no pasan por la literatura o cultura romántica; vengo de una tradición mucho más temprana, como la de los poetas barrocos. Amo la poesía de los Eddas, la tradición de Islandia de hace más de mil años.

¿Piensa que el cine durará por todo el tiempo que durará la civilización humana? 
No lo sé. Pero diría que el cine es más vulnerable que la palabra hablada o la palabra escrita porque la película puede desintegrarse mucho más rápido que los libros. La vida técnica de una película es mucho más corta que la vida técnica de un libro. Cuando leemos literatura de hace cien años, por ejemplo, lo vemos con ojos diferentes, lo absorbemos con un espíritu diferente; y se rejuvenece por nuestra mirada. 

¿Hay un puñado de libros que le han acompañado e inspirado a través de su vida?
Sí, por supuesto. Más que nada la poesía. El poeta alemán (Friedrich) Hölderlin. El es quien llegó a los límites más extremos de mi lengua. Y, por supuesto, se volvió loco. E1 estaba luchando con mantener el idioma intacto mientras traspasaba los límites de la lengua. Es un poeta muy, muy fascinante. O por ejemplo, los Eddas. Y después, para consolarme, cuando las cosas se ponen difícil de verdad, leo Las segundas guerras púnicas, de Livy, sobre Hannibal y Fabius Maximus. Pero eso es para el consuelo. 

Acá en Buenos Aires hay miles y miles de alumnos de cine. ¿Que les puede decir a ellos para alentarlos o guiarlos?
En principio no estoy obligado a decirles nada. Ellos tienen que buscar su propio camino. Pero, en general, diría que tienes que confiar en tu propia visión y no tener miedo de seguir tus sueños. Al mismo tiempo, siempre me gustaría alentarlos. Y una de las películas alentadoras que hice hace poco tiempo fue Encuentros al fin del mundo (2007), que fue filmada en la Antártida. Digo que es alentadora porque es una película que fue hecha por dos hombres. Un director de fotografía y yo. Hoy se puede hacer una película con sólo dos personas. Entonces digo, no tengas miedo al aparataje. Se pueden hacer cosas buenas con un equipo reducido. 

¿Siente que sigue siendo la misma persona que comenzó a filmar a los 19 años?
Para empezar ya no me atormentan las dudas. Me siento muy confiado en mí mismo. Y tengo el mismo fuego dentro de mí. Siempre estoy explorando cosas nuevas. Nunca me quedo quieto. No me repito. 

¿Quedan grandes relatos por contar? ¿El mundo es menos misterioso ahora que cuando filmaba Fitzcarraldo y sólo había un télex a 300 kilómetros del lugar de rodaje para comunicarse con "el mundo"?

No, para nada. Tienes que ver algunas de mis últimas películas como Grizzly Man que es posiblemente una de las mejores películas mías. O Encuentros al fin del mundoen la Antártida: es un continente absolutamente nuevo. Hice esta película con Nicolas Cage en Nueva Orleans. Acabo de filmar, antes de la Navidad, una película en el sur de Etiopía que ya entregué. Y la semana pasada estuve en Perú para filmar una secuencia de una nueva película titulada My son, My son, What have yee done? 

Esto es una pregunta un poco fuera de lugar, pero ¿usted piensa que una persona puede llegar a cambiar su vida? ¿De descubrir tarde en su vida un talento o una fuerza de voluntad que no existía antes? ¿O el destino de uno ya está marcado desde el comienzo?
No me hagas preguntas que han torturado a la humanidad por miles de años. Yo tomé mi destino en mis propias manos. Hay que reconocer que ocurren accidentes y coincidencias que nadie espera. Pero no te puedo contestar una pregunta así en dos minutos y hablando por teléfono. 

Bueno, entonces le pregunto: ¿su poder de voluntad es innato o es algo que trabaja conscientemente? 
Tienes que tener mucho cuidado con ese tipo de pregunta. Me suena rara. Yo soy una persona que tiene una visión clara y que sigue esa visión. Yo soy un esclavo de mi mirada y yo he aceptado el destino de seguir mi vocación. Es más perseverancia que fuerza de voluntad. Hay una forma linda de decirlo en castellano, en un proverbio: "La perseverancia es don de los dioses." 

A la distancia, suponemos que Herzog empieza a perder la paciencia. Enemigo de la introspección, da cuenta de que la entrevista llega a su fin. Pero es, ante todo, un caballero y no corta el teléfono hasta que este cronista se queda conforme. 

Ya lo dejo en paz. Pero ya que estoy en Argentina no puedo dejar de preguntarle: sé que era jugador de fútbol y que fue importante para usted en su juventud. ¿Lo sigue siendo?
En realidad yo quería ser el campeón del mundo de salto en esquí. Pero los deportes, y entender el espacio y la orientación de uno mismo dentro de un espacio es algo que es muy importante para entender como cineasta. Pero en cuanto al fútbol me encanta el juego mismo. Y ustedes están bendecidos como argentinos en tener el mejor jugador del mundo de los últimos tres o cuatro años, que es Messi. 

¿Ve fútbol por televisión?
Sí, veo al pequeño Lionel. Es simplemente un milagro. 

¿Obtiene placer estético en mirarlo?
No. Es simplemente una gran alegría ver a alguien con una comprensión tan completa del juego. Con tanta velocidad y tanta habilidad. Es un gran, gran placer verlo jugar. 

Bueno, mil gracias.
De nada. Ojalá pudiera estar en la Patagonia ahora, o en algún lugar de la Argentina, y simplemente descansar por cuatro semanas...Por favor dale saludos a mi amada Argentina. 

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