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  Las tormentas
Santiago Craig

192 páginas; 20x13 cm.
Entropía, 2017
ISBN: 978-987-1768-43-1

También disponible en ebook en Amazon, BajaLibros, Google Play, Apple Store y Kobo.

 
       
             
           
             
 

Con un lenguaje tan poético como preciso, con una maestría calma, llena de detalles y capas que se superponen hasta lograr una profundidad asombrosa, Santiago Craig relata estas ocho historias de personajes obsesionados por el paso del tiempo, de recuerdos míticos que se transforman en fantasmas, de hombres que necesitan controlar al menos algo, aunque sea sólo cavar un pozo en la arena para después meterse adentro.

La cotidiana desesperación de estos mundos los acerca a veces al fantástico, o al absurdo. Y sin embargo, sus habitantes en ningún momento son otra cosa más que seres humanos navegando en el caos de la vida, encontrándose y desencontrándose en una casa demasiado grande, reconociéndose unos a otros por el olor que llevan impregnado en el pelo. A veces es el olor del cansancio y el jabón blanco de la pobreza digna. Otras veces, es el olor de una tarta de atún, de un cuerpo amado, de la familia que supieron construirse bajo la tormenta.

Federico Falco

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De "Formosa"

6.

Pensando, como era lógico, que el deseo de Segundo Deleany era que los formoseños de una vez se le fueran, otro consejo que le dieron fue que los ignorara por completo. Hay que dejarlos hacer, le decían. Como se los deja llorar a los chicos. Así se dan cuenta de que hacer es un error, de que hacer es inútil. Y desisten.

No era mala la recomendación, seguro le iba a servir para
otras cosas. Este asunto no era el caso. Porque de lo que
hubieran podido desistir Segundo Deleany no sabía ciertamente nada.

En los días que pasaron fueron armándose una rutina. Situaciones diarias que los iban llevando, lo normal de la comida, de los baños, de abrir y cerrar las ventanas. Pero también algunas cosas nuevas. Como los fueguitos del balcón, por ejemplo. Sin venir a nada, porque un asunto fue llevando al otro, con hojas al principio, con papeles y después con objetos que le iban pidiendo. Un portalápices, un rosario, las cartas de Elena, algunas medias sueltas, sus juguetes viejos, prendieron fogatas de dimensiones discretas y propias de una zona urbana. Nada que alarmara a nadie, pero suficiente para favorecer la charla y estar tibios. Contaban historias los formoseños y también sabían escuchar. Eran buenos en eso. Lo mismo que en rezar. Eran conocedores. Segundo Deleany no creía en el Dios de la Biblia, pero igual rezaba. A la noche, ensimismado, cerrando los ojos en la cama y pensando en una divinidad vaga, sin forma, omnipotente. Los formoseños le enseñaron a recitar una oración que pedía perdón por casi todo y que repetía quince veces la palabra "piedad", cerrando cada verso. A ellos no les parecía bien rezar sin estar de rodillas. Postrados ante Dios, le decían, así se le hablaba, humildes. Ese modo de pedir al cielo lo adoptaron los tres en fila y por las noches, después de lavarse los dientes, lo incorporaron a su rutina. Se repartieron también las tareas domésticas con la condición de nunca hacerlas solos. Mientras Acosta limpiaba los pisos, Segundo Deleany lo escoltaba con charla, le cebaba mate dulce. Le hablaba proezas de juventud, cosas ciertas del pasado: la vez que se acostó con dos chicas, cuando ganó el torneo de ajedrez en el club, el día que cruzó cosas turbias por la frontera. Si Miñona cocinaba, Acosta le coreaba alrededor canciones que incluían imitaciones del canto de algunos pájaros. Con naturalidad y fluidez se fue dando así la cuestión. Un día atrás de otro.

Segundo Deleany dejó de comentar el asunto en el trabajo. Y, salvo Favio alguna vez, nadie le preguntó más nada. Con lo que tenía, como solía ser, Segundo Deleany siguió adelante. Su desconcierto frente a lo que le pasaba, su desamparo, pensaba, no era mayor sino, tal vez, un poco distinto al de todos los otros.

 

Fragmento
             

Autor

 

 

Foto: Julián Shebar


 

   
       
                 
     

Santiago Craig (Buenos Aires, 1978). Publicó el libro de relatos El enemigo (2010) y el poemario Los juegos (2012). Sus cuentos fueron incluidos en diversas antologías y recibieron premios tanto en la Argentina como en España. Las tormentas fue reconocido con una mención especial en el Premio Iberoamericano Cortes de Cádiz.

   
                 

Reseñas

Infobae Cultura
(Diego Petrecolla)

La Nación
(José María Brindisi)

La primera piedra
(Gustavo Yuste)

Bazar Americano
(Paula Tomassoni)

Polvo
(Luciano Sáliche)

Caburé Libros blog
(Alejandra Zina)

Otra parte
(Gerardo Tipitto)

Entrevistas

Eterna cadencia blog
(Luciano Lamberti)

Infobae Cultura
(Diego Petrecolla)

Télam
(Dolores Pruneda Paz)






[Infobae Cultura]

Una literatura entre lo mundano y lo de otro mundo

Por Diego Petrecolla

Los personajes de Santiago Craig en su nuevo libro de cuentos, Las tormentas, suelen ser rutinarios; ven pasar desde afuera las modas y corrientes, se mantienen como rocas en el medio de ríos que los atraviesan. Son oficinistas, vendedores en locales de shoppings, padres de familia que eligen vacaciones tranquilas, gente de barrio cuya juventud quedó o va quedando atrás, a los que, sin embargo, los envuelve siempre algo extraordinario.

Casi todos ellos están inmersos en sus rutinas: atender el local, tareas administrativas, hacerse cargo de los hijos. Pero es en el medio de esas jornadas (con rutinas rígidas como una trinchera, en palabras del autor) donde aparecen las tormentas de imaginación que caracterizan los relatos de Craig, como expiación de lo cotidiano, como lucha contra el tedio, tironeando contra los días que pasan y se transforman en cosas nuevas.

Cuando las rutinas no están, sus opuestos más directos irrumpen como contexto de los relatos: vacaciones y mudanzas, como en el caso de Hacer un pozo y meterse adentro, Mudanza e Ir unos días a un lugar sin nadie a descansar.

Más allá de la escritura precisa, llena de recursos, referencias a un mundo propio y al imaginario de una generación que, en cierta forma, perdió el protagonismo (el autor nació en 1978), son estos estallidos de imaginación que se dan entre las vidas de los personajes, los que marcan el pulso, el común denominador de los relatos.

Así aparecen las misteriosas visitas de personajes fantasmales de otras provincias, los padres fanáticos del fenómeno ovni, madres postizas reales o imaginarias, estatuas de próceres que cobran vida y se dedican a la destrucción del mundo posterior, o bien ríos llenos de rayas peligrosas que jamás aparecen.

Pero también hay lugar para el refugio, para los pequeños espacios de salvación cotidiana, valiosa y terrenal: los hijos, la vida de pareja, las series en la cama y los juegos adolescentes como salvoconducto ante lo incierto y peligroso de estos caprichos de la mente. El resguardo que brindan los días que pasan iguales, pero siempre al borde de quebrarse, como hielo fino.

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[La Nación]

Valioso conjunto de cuentos

Por José María Brindisi

Todavía quedan escritores que recuerdan que un libro de cuentos no es una bolsa de deshechos. Es decir que entienden que -al margen de la calidad intrínseca de lo que allí se incluya- el conjunto debería potenciar el sentido de las partes, construir una suerte de progresión que se nutra de sus tonalidades y acabe por justificarlas. Desde esa perspectiva indispensable hay que abordar un volumen como Las tormentas, de Santiago Craig (Buenos Aires, 1978), en el que de algún modo todos los relatos parecen uno solo, un mismo universo que se va reelaborando y resignificando.

No se trata de la misma historia, aunque en ocasiones estas pudiesen superponerse vagamente, sino de un imaginario común, un recorrido persistente que anida en ciertas continuidades: el afuera amenazante, a veces la anticipación de un futuro caótico y violento; la cotidianidad intrascendente, apagada, y la intuición o la certeza de que la vida de sus protagonistas se copiará a sí misma hasta el final. Y, sobre todo, la lucha por el espacio, un espacio que es construcción ficcional o salvación, un modo de definirse, de conquistar, pero también una alarma o directamente la escenificación de una derrota.

A propósito de ese espacio en el que se vive tanto como se padece ("Hoy pasó tu papá por casa", "Olivia"), ese espacio que a veces se anhela ("Ir unos días a un lugar sin nadie a descansar" o "Mudanza") o inquieta ("Formosa") o se piensa como una isla ("Hacer un pozo y meterse adentro"), Craig lo utiliza por lo general como una clave sombría del destino de sus personajes: esos hombres cada vez más solos que sin embargo poseen una familia, esa entidad que se les ofrece como un sitio de sosiego pero asimismo como una cárcel.

Sobre el final, "Tormentas" descompone o recompone todo el conjunto, y es acaso el mejor de los relatos, el más elusivo. Al margen del diálogo tácito que establece con el resto a partir del título del libro, se distingue del resto -de esa paleta de modulaciones de la angustia y la desesperanza- no solo porque su protagonista es femenina, sino además porque de algún modo representa una iniciación. Un extraño llega al páramo en el que ella vive con su abuela y su madre loca, y ese vínculo abre sensaciones nuevas, escapes, razonamientos impensados.

Aun con esporádicos mecanicismos, la escritura de Craig posee la doble virtud de desplegar un notable vuelo poético sin resignar naturalidad. De esa inusual destreza para transitar las historias en sus propios términos deriva lo más valioso de su estilo, forma pero también fondo, y quizá también la potencia de su proyecto.

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[La primera piedra]

Las horas previas e inestables

Por Gustavo Yuste

Si se puede hablar de corrientes dentro de la narrativa argentina contemporánea, una de ellas sería el aprovechamiento de la brevedad como motor de un relato. Sin embargo, el libro Las tormentas (Entropía, 2017) de Santiago Craig no parece ir en esa misma dirección, prefiriendo el largo aliento y recursos de fuerte registro poético para llevar adelante sus cuentos donde lo real muestra sus diferentes vértices sin necesidad de recurrir a ningún guiño fantástico.

En los diferentes relatos se puede apreciar una atmósfera tensa, un aire espeso que empieza a ralentizar la respiración de los distintos personajes en una calma que antecede a la tormenta. Como en esos días de enero, donde la mañana es ideal para ir a la playa y la tarde deja caer granizo por toda la costa, estos ocho cuentos recrean esa sensación de estar parados justo antes del punto y aparte.

Ahora bien, recrear ese clima no es algo sencillo, pero Craig lo logra de gran manera: tal es así que su registro poético y de largo aliento puede hacer sentir al lector que está leyendo el comienzo de una novela, donde no hace falta fijarse cuánto le queda a cada relato. Por ejemplo, puede leerse en esa sintonía: “Salí, cerré con llave y apoyé la mano en la puerta gris. La acaricié porque estaba solo, porque quería hacer eso, porque había vivido ahí y ahora me iba”. 

Otro factor de peso en este libro, son los diálogos entre los distintos personajes de cada cuento. Craig puede introducir tanto a los protagonistas de las historias como al lector en un sentimiento de confusión, como si todas las partes supieran que mientras se dice algo, hay algo más importante que se está callando. Ya sean dos adolescentes del interior del país en pleno descubrimiento sexual o una pareja porteña hastiada por una vida que no salió como se esperaba, las conversaciones directas e indirectas aportan una gran fluidez a la historia.

En definitiva, se puede ver la precisión de Santiago Craig como narrador cuando se descubre que en Las tormentas conviven en profundidad los sentimientos de los distintos personajes, algo que gana aún más impacto gracias su registro poético. Un ejemplo: “Se acurrucan y se abrazan como dos hámsters en el aserrín de su jaulita. Los números rojos del reloj titilan las doce y veinte. Diego pensaba que era mucho más tarde”.  O también: “Una casa nueva enseña a medir el entusiasmo. Nada de lo que uno enchufa anda, nada de lo que uno amura se sostiene”. Los relatos de Craig, por el contrario, se sostienen gracias a la base siempre irregular y sorpresiva de lo poético. Y eso es lo que los hace sumamente cautivantes.

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[Bazar Americano]

Un lugar que no es afuera ni adentro

Por Paula Tomassoni

A lo largo y a lo ancho de los cielos, la literatura ha escrito tormentas. Ha narrado la expectativa nerviosa y la ilusión de entender qué significa el movimiento de las nubes, cómo se traducen los colores. Las tormentas comprometen los sentidos y dividen las clases sociales. Traen cosas, y marcan una frontera entre el antes y el después, una frontera de tiempo pero también de contingencia.

Las tormentas es un libro que reúne ocho relatos escritos por Santiago Craig y que puede leerse siguiendo la imagen de la frontera, pero no en el sentido de la línea que separa, sino de esa zona permeable en la que las cosas, más que ser, devienen. Están estando, diría Saer. ¿Cuándo empieza y cuándo termina una tormenta? La superposición de imágenes que ilustran la portada del libro hablan de algún modo de esta zona de hibridez, de transición: una de ellas muestra una casa de campo, la otra una ruta, ambas coronadas por nubarrones oscuros. Creo que es en esa superposición, en ese pasaje, que las historias de este libro se construyen.

El gesto que recorre a los personajes es la resignación, la mirada descreída y aburrida del mundo que habitan. En “Formosa”Segundo Deleany debe convivir con dos personas extrañas que irrumpen literalmente en su casa, modificando también sus charlas y sus relaciones en el trabajo. Esta aparición pone en jaque la vida ordenada y tranquila del personaje, que por momentos constituye una parodia del modo de ser de la clase media. En “Olivia” el narrador cuenta su historia triste con distancia, como si fuera la vida de otro. Su madre y la mujer de su padre habitando la misma casa, el mismo hombre, y el mismo nombre, sucesivamente. Mujeres que desaparecen, que mueren jóvenes, casi que se empecinan en irse y dejar el mundo habitado por hombres. “Mudanza” es un relato que, nuevamente, ataca al núcleo de la felicidad burguesa y el sueño de la casa propia. ¿Cómo definimos lo inhabitable? En “Ir unos días a un lugar sin nadie a descansar” el narrador y su familia (mujer e hija pequeña) viven unos días de vacaciones en la casa de Lucas, un amigo suyo al que ya casi no ven. El clima, muchas veces tenso, las situaciones forzadas hacen que el personaje se muestre lejano, extranjero en ese mundo que lo invita pero no lo convoca. “Hoy pasó tu papá por casa” es un cuento que sugiere con astucia lo extraordinario, cargando las tintas sobre el padre del narrador. Al tiempo que nos entretenemos con las hipótesis de abducción extraterrestre que se sugieren en el relato, se narra un modo particular de mirar y de entender las relaciones familiares. “Hacer un pozo y meterse adentro” transcurre nuevamente en la playa, en un espacio que repite situaciones que el personaje guarda en el recuerdo de su propio pasado, en su padre. En ese marco hacer un pozo sin sentido aparente implica, de por sí, un gesto de ruptura del deber ser. “Tormentas es el primer cuento que elige como narradora a una mujer. Narra los sucesos que vive un grupo de amigos jóvenes en un pueblo que se inunda, bajo la mirada testigo e inquisidora de un chico que viene de la capital. A modo de cierre, el cuento “Guaminí” sintetiza el encuentro de tres generaciones: una ya muerta y la segunda que explica a la tercera, que pregunta con insistencia, como si quisiera saberlo todo. La cinta se irá corriendo y todos irán ocupando el lugar del siguiente en la cadena generacional, haciendo las mismas cosas, buscando arraigarse aún después de muertos, como el abuelo, a sus espacios de pertenencia.

Los relatos de Las tormentas se contextualizan en una línea de tiempo casi histórica, en una geografía integrada. Cuentan el ahora pero solo como un punto de intersección entre el antes y el después. Narran el adentro pero para entender que solo así puede saberse el afuera.

Varias de las historias están habitadas por personajes que tienen más o menos treinta años, pareja e hijos pequeños. Trabajan. Están o recuerdan también a sus padres, y aún a sus abuelos. Los hechos entonces no se cuentan aislados, es decir, la importancia no cae en el hecho en sí, sino en pensarlo como un eslabón de una cadena en la que hubo y habrá situaciones similares.

Se figura más bien una repetición tortuosa. Algo parecido a esa película en la que Bill Murray se despertaba todos los días el mismo día, el primero del invierno, en un pueblo aburrido lleno de nieve y de gente abombada. Un día que es el último no porque el mundo esté a punto de acabarse; un día que es el último porque se repite y se repite sin parar y no deja que después haya otra cosa (de “Hoy pasó tu papá por casa”).

Como si de algún modo las historias de los personajes no pudieran pensarse de manera aislada sino como el eco de las que sus padres y abuelos habían vivido y el antecedente de las que vivirán sus hijos. El foco no está entonces puesto en el suceso, sino en la sucesión. No es este amor, es el amor, o una cadena de situaciones en la que alguien ama.

Vamos en fila india siguiéndonos los propios pies porque no sabemos todavía adónde vamos. Ellos saben más, los pies, que nosotros. (de “Las tormentas”)

Como esta, muchas imágenes dan cuenta de la cadena: no es la situación individual, la existencia personal de esos pies la que se está narrando, sino los pies en un sentido genérico, universal, los pies de la especie que conocen porque vienen caminando la historia de la humanidad, generación tras generación. Las personas hacen uso de esos pies que ya saben, que los llevan, a veces de modo inconsciente.

Así, tampoco la muerte se piensa como un límite en esa cadena, aunque aparece siempre en las historias de un modo tangible, material. Si bien en algunos casos, como en “Formosa” (tal vez el relato más distinto al resto, de espíritu a la vez fantástico y kafkiano) el personaje muerto está subrayado por su ausencia, hay otros, en otras historias, presentados de un modo esencialmente corporal.

Una desgracia cómo le pegaron anoche ese ramito a las manos. Con cemento de contacto: qué pena haberlo visto. Era notorio, estaba hecho sin afecto y sin cuidado. Se le resbalaría entre los dedos raquíticos el manojo de jazmines (de “Olivia”)

Iba de boca al fondo y sangre en el pelo, con las manos estiradas al costado, vestido con la ropa que se usa en las fábricas y en los talleres. La camisa celeste abierta flotando como aletas de raya venenosa y los pantalones azules (de “Las tormentas”).

En el asiento de atrás, protegida por una bolsa verde, la urna de madera barnizada guarda el polvo del abuelo (de “Guaminí”).

Aunque no sea la muerte sino los muertos los narrados, siguen haciendo sistema con la cadena generacional, transmaterial que los relatos proponen.

Además de las tormentas, hay otros espacios que dialogan con la tradición literaria local: la casa inabarcable, que separa en vez de unir, de cobijar, a quienes la habitan; el río desbordado que arrastra; la ciudad que se despliega interminable.

Craig construye estas historias con un lenguaje espacioso, que también se despliega y se prolonga. Es un lenguaje que se da tiempo para construir una imagen, una idea, el sentido del tránsito que estamos proponiendo como lectura.

Las tormentas es un libro que nos sacude la modorra de creernos importantes, de pensar que nuestras historias valen por sí mismas. Valen, en el sentido de constituir un eslabón generacional, un corte particular en el devenir humano. La literatura toma entonces la generalidad de la historia, la abstracción de la filosofía, pero las reconstruye literariamente desde el lenguaje y el modo de mirar.

Leí casi todo el libro viajando en el tren Roca. El anonimato del pasajero de transporte público en horario pico, en sintonía con estos relatos, me obligó a pensar el carácter efímero, intrascendente, de cada historia particular, en el torrente inabarcable de la narración colectiva.

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[Polvo]

Meteorología literaria

Por Luciano Sáliche

I

“A veces las cosas pasaban y ahí tocaba estar, sin poder hacer nada”, escribe Santiago Craig en Formosa, el primer cuento de Las tormentas (Entropía, 2017). Un hombre recién madrugado recibe a dos tipos de traje en la puerta de su departamento. Los hace pasar sin saber bien qué necesitaban. Todavía algo dormido les pide que le digan en qué puede ayudarlos, pero de su boca sólo salen desvíos. Mientras tanto, uno de los dos anota todo en un cuaderno. Esa situación incómoda se prolonga hasta volverse un cuadro delirante, gracioso y por momentos tenebroso.

La frase aparece cuando el protagonista, Segundo Deleany, sale de la casa rumbo al trabajo. Los tipos siguen allí, esperándolo, en su hogar. Deleany no entiende cómo pasó todo: que hayan entrado y que sigan ahí sin que él entienda muy bien qué es lo que querían. ¿Cuáles son esas veces en que las cosas pasan y no se puede hacer nada? Cuando las personas dejan de estar en el centro de la escena, cuando se empequeñecen y el mundo se impone con su catarata de situaciones.

Cuando regresó del trabajo, los dos formoseños —de Formosa eran los tipos de traje— seguían ahí. Continuaron dialogando sin saber qué querían, por qué habían golpeado su puerta, por qué estaban ahí. ¿Cómo sostener esta escena en un lapsus de la trama, una suerte de vacío narrativo que, y pese a ésto, se mantiene positivamente inquietante? ¿Por qué y cómo es que funciona un cuento así? La respuesta está en esta palabra: clima.

II

Literatura y clima están mucho más relacionados de lo que parece. Quizás es mejor empezar hablando del lenguaje. Hay algo impersonal en el clima. Nuestro idioma no sabe cómo pararse frente a los avatares meteorológicos. Cuando llueve, ¿quién llueve? Cuando hace calor, ¿quién hace calor? Cuando amanece, ¿qué carajo es lo que amanece? La gramática llama a estos verbos unipersonales o terciopersonales porque no tienen sujeto, salvo los usos metafóricos. Pero, como bien sabemos, la metáfora es una trampa del lenguaje, una intención poética, un elástico estético. Es decir: literatura.

En términos críticos, cuando hablamos de clima en literatura nos referimos al ambiente que generan las palabras, las imágenes retóricas, la construcción de una atmósfera que, más bien implícita en el devenir de la historia, se vuelve clave a la hora de capturar la atención del lector y llenarla de sensaciones. Como si fuera, digamos, la envoltura de la trama. La literatura argentina está llena de buenos escritores que saben cómo construir un buen clima. Incluso hay momentos en que esa “atmósfera narrativa” se vuelve literal.

Por ejemplo, en la novela Glaxo. Cuando Hernán Ronsino escribe que “las luces resbalan sobre el asfalto mojado” hablamos de un detalle que, desde luego, no modifica la trama, pero da cuenta de una sensación: ese asfalto mojado es melancolía pura y más sabiendo que que la historia de Glaxo ocurre en Chivilcoy. ¿Sabén en qué se convierte esa ciudad después de que unas gotas potentes empapen todo? Pero por otro lado, la frase da cuenta de un fenómeno meteorológico: la lluvia. En ese sentido es que se da el doble juego: las personas —en la literatura: los protagonistas— se empequeñecen y el mundo se impone.

III

Santiago Craig es porteño, nació en 1978 y tiene dos libros previamente publicados: los relatos de El enemigo en 2010 y los poemas de Los juegos en 2012. Las tormentas es el último. ¿Qué hay en Las tormentas? En principio: ocho cuentos. El título del libro toma el nombre de uno de los relatos y le agrega el artículo las. ¿Por qué? Pareciera que se trata de una suerte de cábala para no romper la lógica de los dos anteriores, y tal vez en ese gesto se encuentre algo fundamental de la literatura de Craig: la superstición, que, al fin de cuentas, es creer en una fuerza sobrenatural —el clima sería la fuerza natural— que empequeñece a las personas.

Los ocho cuentos son de una meticulosidad pocas veces vista entre lo que se escribe habitualmente. Hay algo obsesivamente artesanal en el armado de cada relato que da la impresión de que la decisión detrás de cada palabra ha sido largamente pensada. La poesía ahí hace su aparición reclamando la supremacía olvidada de la cotidianeidad. Por ejemplo, en el cuento Tormentas, se lee: “La lluvia es una rima perezosa que cuelga de los sauces, la puntuación de una charla entre gorriones encima de las tejas tibias”.

Aquí, los personajes —aburridos y alienados como en la realidad— sobreviven a la monotonía que, de vez en cuando, les da magia. Le roban, como dice en el cuento Hacer un pozo y meterse adentro, “pequeñas libertades ganadas a cuentagotas a una rutina que se había vuelto sólida como una trinchera de bolsas apiladas”. Porque la historia de la humanidad es una sucesión de, como escribe en el cuento Hoy pasó tu papá por casa, “siglos de sentido común encriptado”.

IV

Las tormentas es un gran libro porque construye —desde un silencio humilde y sin ningún tipo de ambición— pequeños universos de una profundidad inusitada. No le alcanza con narrar tramas, sino que va al fondo: personajes diminutos que caminan bajo un clima avasallante que los envuelve hasta ahogarlos, como golondrinas muertas de miedo en medio de una tempestad. Ese es el poder del clima en la literatura, de la meteorología literaria: el de una fuerza narrativa, cuasi mística e impersonal que, trabajada como en este libro de Craig, arrasa con todo, incluso con el lector.

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[Caburé Libros blog]

Hechizo del tiempo

Por Alejandra Zina

Llegué a Las tormentas, primer libro de cuentos de Santiago Craig, por Facebook. Las recomendaciones en el muro son casi infinitas y cualquiera tiene voz autorizada para hacerlas, sin importar edad, profesión o procedencia. El muro es como el mar, adentro todos somos iguales. Basta un buen posteo para tomar nota y salir a buscar ese libro, esa película o esa serie que promete gustarnos.

Mi encuentro con Las tormentas no pudo ser más deslumbrante ni más inesperado.

Me gustan los cuentos que no pretenden ser perfectos. Incluso me gusta que se vean imperfectos. La sensación de no saber bien para dónde va lo que leo, de no saber por qué tiene el final que tiene, de por qué los personajes hacen lo que hacen. Me gusta que me pidan (silenciosamente) más lecturas. Que me atraviesen.

En un momento del largo relato que da título al libro, Miqui, la narradora, dice que las casas del barrio están hechas como de juguete y que el pueblo se ve como la escenografía de un teatro, pero también dice que aunque las construcciones parezcan muy frágiles no se derrumban. Los cuentos de Craig son iguales, parecen frágiles pero no se derrumban.

Me gusta la atmósfera densa, la forma poética de cada frase, la extrañeza de cada situación que me obliga a leer lentamente. Me  gusta que se respire aliento de novela, de poesía, de relato breve, de relato largo, sin esfuerzo ni pretensión. Como si la forma fuera completamente anecdótica. Es completamente anecdótica. Y la libertad total.

La escritura poética tensa la trama, los diálogos, y llega a su punto máximo justamente en “Tormentas”, donde ya no interesa tanto lo que se está contando sino el cómo, donde las imágenes y comparaciones se atiborran y la lengua se vuelve un poco loca, como la madre de Miqui.

Son historias distantes y a la vez vitales, con protagonistas hombres que se sienten agobiados por sus vidas desencantadas, sus trabajos grises, sus hijos reclamando atención; mientras las mujeres en segundo plano, parecen mejor preparadas para dar batalla o, al menos, para creer que algo puede ser diferente.

El fantástico y la ciencia ficción viborean en casi todos los relatos sin asentarse completamente, como si estuvieran ahí para salvar algo que finalmente no salvan.

Invasores venidos de Formosa, ovnis, tormentas feroces, casas tenebrosas, los cuentos de Santiago Craig siempre están al borde de la catástrofe o el apocalipsis, pero pareciera que el absurdo de la vida cotidiana termina neutralizándolos. Ni lo sobrenatural resiste a lo doméstico. En este sentido son cuentos desesperanzados. No esperan un futuro mejor para sus protagonistas. Lo mejor que podría pasarles, pasa de largo. Como una tormenta de verano, cuando de golpe oscurece y se cae el cielo, y a la media hora escampa y otra vez el sol, el calor agobiante, el mismo estado de antes de la lluvia.

Así es el Día de la marmota, un día literalmente rayado que se repite sin parar, una y otra vez. La película, con el siempre desconcertado Bill Murray, es todo un ícono para los que caímos en el mundo adulto en los ´90. Pensándolo mejor quizá sea el gran leitmotiv de Las tormentas, los ocho relatos como variaciones de una misma situación: personajes atrapados en el tiempo preparándose para vivir cuando se rompa el hechizo.

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[Otra parte]

El don persuasivo

Por Gerardo Tipitto

Ganador de varios premios en este decenio, poeta, publicitario y con frecuencia convocado a participar de diversas antologías literarias, Santiago Craig es un autor joven y últimamente vuelto a consagrar. En la más reciente edición de los Premios Nacionales, Las tormentas obtuvo una mención detrás de los libros de cuentos de Liliana Heker, Marcelo Cohen y Mariana Enríquez. Se trata, sin dudas, de un libro sobresaliente, heterogéneo pero para nada desparejo. Si sus opciones geográficas, de clima o situaciones pueden llevarnos desde un departamento tomado por dos extrañísimos agentes que resultan tan remotos como la provincia de la que provienen —“Formosa”—, o desde el interior de un probador en el que dueña y empleado coquetean entre ellos y con lo burdo y lo trivial —“Hoy pasó tu papá por casa”—, hasta el afuera casi pleno de “Tormentas” o de “Hacer un pozo y meterse adentro”; y si la aventura rutera y sentimental que encaran un padre y su hija en “Guaminí” tanto como el tedio hogareño e intrafamiliar de “Mudanza” contribuyen a generar esa impresión contrastante entre los cuentos, ciertos rasgos de estilo, el vívido movimiento de la página sostenido por el encadenamiento de las acciones, el ritmo y la puntuación de la prosa hacen del volumen una entidad consonante. El fraseo corto, ágil, con cierta inclinación a la oralidad —“Iba a ser para ellos el pozo”, “tenía partes Mercedes”, “A ellos no les parecía bien rezar sin estar de rodillas”: el sujeto pospuesto es una marca de la casa— y esa especie de diálogo sin marcas, como disimulado en la mecánica de la narración y que parece atravesar casi todos los relatos, son otros insumos que apuntalan ese efecto de unidad. Entre los personajes, algunas figuras masculinas y femeninas que transcurren por la mediana edad tienen una sintomatología parecida, algo perplejos ante su propia adultez. Un abuelo que desarma las tristezas con historias y un padre que cree en la vida extraterrestre adensan el elenco con sus propias particularidades; pero sin dudas los niños de “Tormentas” y su andadura salvaje y litoraleña son los que se llevan la corona. Acaso el más rico de la colección, y aunque su preeminencia entre en franca disputa con “Formosa”, un cuento vibrante disparado por una anécdota pueril y de la que casi nadie podría sacar provecho, “Tormentas” hace gala de una serie de componentes que lo realzan todavía más. Entre sus múltiples variables y connotaciones —lo narra una chica frecuentemente amonestada por otras mujeres, repiquetea detrás algo de Cuenta conmigo y se inscribe en la saga de los entrañables relatos que conjugan verano, aventura e infancia—, tiene la rara virtud de poner en escena una excursión en lancha hacia los “indios” y encolumnarse detrás de ella . Más allá de los finales algo grandilocuentes —“Bruno pensó que había llegado a ser lo que iba a ser para siempre”; “ese día que está por empezar, como todos los otros, va a repetirse una y otra vez hasta el final de su vida”—, a Las tormentas lo acompañan una solidez y cierto don persuasivo de que entre la acción narrativa y otro canal paralelo hecho de algo así como sensaciones generosamente irradiadas por las palabras se construye aquello tan parecido a un encanto, el nudo entre la imagen psíquica, las emociones y tal vez algunos de los propios recuerdos removidos por la lectura.

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[Eterna cadencia blog]

"La escritura es un esfuerzo por sostener algo que se está yendo"

Por Luciano Lamberti

Santiago Craig nació en Buenos Aires en 1978. Publicó los relatos de El enemigo y el libro de poemas Los juegos. Trabaja como psicólogo. Nos juntamos en el bar de Eterna Cadencia una mañana, después de haber dejado a nuestros hijos en el colegio, para hablar del flamante volumen de cuentos que acaba de editar Entropía (Las tormentas) y del libro Veintisiete maneras de enamorar a una chica, que saldrá en Interzona el año que viene.


–¿Cómo empezaste a leer?

–Empecé leyendo historietas. Mi plan de chico, alrededor de los ocho años, era ese: ir con un amigo al Parque Rivadavia y comprar Patoruzú viejas. Tía Vicenta, Quino, me había agarrado la loca por ahí. También dibujaba, combinaba eso. Ya en la secundaria empecé a escribir poemas, escuchaba Jim Morrinson y me agarró por ahí. A través de la música, fue. Mi viejo era disckjokey de pibe, y en casa había discos, no había libros. No tenía biblioteca en casa. No era un tema el libro. La formación era más por la música. Yo lo seguía a él y era casi un hippie enano, lo que me gustaba a mí era lo que le gustaba a él. Jimmy Hendrix, esas cosas. Lo que me diferenciaba de él era que me gustaban los Doors o Lou Reed, y para mi viejo eso era malo. Decía que Lou Reed era un perro, y yo le encontraba como un misticismo. Jim Morrinson en su momento me voló la cabeza, yo tenía trece años y empecé a seguir su bibliografía, leía a William Blake, a Rimbaud, Baudelaire. Fue la transición a comprar libros, empecé a ir a las librerías. Porque en casa no había.

–Tu escritura es muy poética, por el trabajo de la lengua y los climas que generás. ¿Es algo de lo que sos consciente?

–En realidad lo que me gusta leer en general tiene que ver con ese tipo de escritura. Y sí, cierto extrañamiento si se quiere lo busco. La poesía tiene de alguna manera cierta verticalidad. Y la escritura son esos momentos en los que estoy fuera. No encaro la escritura como “voy a contar una historia”, me paro a decir, a pensar. Yo lo tengo por ese lado. Por ahí me voy un poco a la digresión, a lo poético, pero es instintivo, me gusta hacer eso, me sale.

–Pero también trabajás con marcos de mucha tensión. Como si se percibiera la inminencia del desastre.

–Sí. Yo lo noto más en una relectura que en el momento de escribir. Lo que está sucediendo siempre es una amenaza que puede pasar. Es una manera de pensar. Mi mujer me critica mucho: vos nunca estás tranquilo, siempre pensando que puede pasar algo. No puede estar todo bien.

–¿Te pasa lo de descubrir cosas tuyas a partir de lo que escribís? ¿Ves alguna especie de cruce entre tu profesión y tu escritura?

–No sé, más allá de que lo que quiera mantener alejado yo, no creo que esté muy asociado. Sí, por alguna razón estudié sicología en su momento y tengo como alguna tendencia a ser analítico. Fui a la UBA, no me interesaba demasiado el sicoanálisis, me resultaba más interesante Freud como personaje. Yo leía como cuentos los casos clínicos. Leí a Freud, a Jung, me interesaba más la parte literaria. Los aspectos más técnicos y más teóricos de la escuela francesa ya llegaba un punto en el que me embolaban. Supongo que la escritura es un recorrido donde te vas poniendo en evidencia en determinadas reiteraciones, o temas, o búsquedas. Estás. Pero no hago un trabajo de analizar eso después. Soy más un lector de la realidad en clave literaria que en clave sicológica.

–Me pareció que había dos autores que podían llegar a relacionarse con tu libro. Por un lado Sara Gallardo, sobre todo Eisejuaz, y por otro Plop de Pinedo.

–No leí Eisejuaz. Lo empecé, porque está en casa, pero no lo terminé. Me gusta mucho Sara Gallardo. El país del humo, se llama uno, que son relatos cortos. El cuento “Las tormentas” lo fui haciendo por partes en un largo tiempo. Primero fue un cuento corto, que era el primer capítulo solo. Después lo empecé a seguir, en un momento tenía bastantes páginas más, era casi una novelita corta, y lo empecé a achurar y a achurar y quedó algo que dije: acá está. A lo largo de ese tiempo, que fueron años, tuve distintas lecturas. Sí, probablemente haya algo de Sara Gallardo ahí. Y Pinedo me suena, sí, yo conocí a su esposa. Y en su momento leí fragmentos y cosas porque me los pasaba ella. A ese libro después lo reeditaron, hubo una zona gris donde no se conseguían. Ahora me hiciste acordar que debería leerlo.

–¿Cómo fue tu aprendizaje como escritor?

–Hasta tercer año iba a un colegio de curas varones donde dibujar o escribir era algo que estaba bien. En ese lugar dibujar, escribir, hacer historietas era algo que te convertía en popular. Y me cambié a otra escuela, porque me pegó Jim Morrinson y me quería dejar el pelo largo, en donde eras un boludo. Pasé a ser el nabo. Y había una amiga de mi vieja que me llevó a un taller que era la Escuela del sol. Lo dictaban Caron y Bettina, el libro está dedicado a ellos dos. Caron era un tipo muy dedicado al surrealismo, un demente, divino. Éramos todos adolescentes y el tipo nos agarró en el momento justo. Yo era un chabón, rollinga, y los pibes ahí eran más sofisticados. Venía una piba y me hablaba de ópera, yo no entendía nada. Era un ambiente en que la escritura era parte de la vida, leía a Girondo, a Pizarnick, cosas que para ese momento era importante. Yo en esa época escribía mucha poesía.

–¿Cómo trabajaste estos cuentos?

–Los cuentos que están ahí, creo que el más viejo debe tener siete años. Son cuentos que a lo mejor después los agarré y los reelaboré un poco en función de eso, de ver si tenía un libro. Hay otro cuento que no está ahí, que se llama “Elefante”, que ganó el premio Cambaceres. Y en ese momento pensé: por ahí me dan bola en algún lado ahora que gané eso. El tema es que en ese cuento encontré una especie de voz. Y vi algunos otros cuentos que tenían como lo mismo. Pero la verdad es que los cuentos me venían y los escribía, y no sé si necesariamente iba pensando en un vínculo parejo, iban saliendo.

–¿Qué tiene que tener un cuento para vos lo consideres como tal?

–No tengo muy definido qué es un cuento en mi cabeza. Cuando leo a otro exijo que el cuento tenga determinados elementos, pero cuando lo escribo yo soy más laxo. Cuando leo me interesa la historia, me interesa meterme en un conflicto. Pero si algo de lo que yo escribo no tiene alguno de esos elementos encontraré la forma de justificarlo. En general la forma más directa de que un cuento termine es que encuentre en mi cabeza una forma circular. Digo: bueno, tiene un dibujo. A veces es medio deforme pero cierra. En general tengo una imagen que de alguna manera tiene que suceder, pero ser al principio, al medio, al final. Y después escribo alrededor de eso.

–¿El hecho de ser padre influyó de alguna manera en tu escritura? ¿Los niños son víctimas en el libro?

–Mirá, hay un librito que me editó la Universidad Nacional de Córdoba porque gané un concurso, con un poema bastante largo, de una mamá que está cuidando a su hijo en el pelotero y se viene el fin del mundo. Me gustaba esa situación: la única que puede ver lo que está pasando es esa mamá y empieza a enloquecer. Evidentemente influye ser padre, cambió mi perspectiva respeto de la fragilidad de todo. Tengo esta paranoia un poco apocalíptica donde todo se puede romper en cualquier momento, y me esfuerzo porque eso no suceda. La escritura es un esfuerzo en ese sentido: el de sostener algo que se está yendo, como el agua entre las manos. Más allá de un montón de cuestiones positivas y lindas que tiene la paternidad, la sensación está. Ahora mis hijas están más grandes, pero cuando eran bebés yo no entendía que se enfermen, todo tenía que fluir y funcionar. Pero puede ser. No lo había pensado.

–¿Escribís mucho?

–No le doy tiempos a otras cosas. Hay momentos para comer, para dormir, para estar con mi familia. Pero entre a tomar una cerveza con mis amigos y escabullirme para escribir termino haciendo eso. No tengo mucha vida social. El otro día llegué un ratito antes a un partido de fútbol y estaba en el auto escribiendo, o sea, a ese nivel. Aprovecho los huecos. En un momento pensé que mi escritura se iba a volver un poco fragmentada por esto.

–¿Seguís escribiendo poesía?

–Tengo muchos cuadernos, a veces los agarro y les doy una mirada. Pero es como que me sale. Está siempre vinculada a algo movilizante. Algo que me pasa. Me metí en un quilombo de la tele, me entró algo en la cabeza y me pongo a escribir. Hace poco me salió algo sobre una de las tantas minas que habían matado. Me había pegado por ahí, y salió por ese lado. Pero no como algo sistemático.

–¿Ves alguna diferencia entre Las Tormentas y Veintisiete maneras? Me pareció que el segundo era más lúdico y el primero más denso, más oscuro.

–Sí, es así. Tengo esos dos registros siempre. Hay cuentos que forman parte de otro libro si se quiere que tienen la estructura de Veintisiete, son cuentos más parecidos a los de Las tormentas pero tienen un componente lúdico. Hay uno que se llama “El récord mundial de hamacas” y es de un tipo que quiere batir ese récord, y hay un japonés que se lo quiere quitar. Otro que es un náufrago en una plaza. Más Cortázar o por ahí. Yo con Cortázar tengo eso de que, aunque no lo relea, me atraviesa. Y lo dicen en cuarto lugar, si nombran las influencias. Yo a Bestiario lo asociaba a Sargent Pepper, de chico. Decía: así es un libro, así es un disco. No terminaba de entender por qué, pero era así. Tenía un tema, algo que lo cruzaba.

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[Infobae Cultura]

"Lo cotidiano y lo extraño están siempre emparentados"

Por Diego Petrecolla

Las tormentas es algo así como una anti-lectura ideal para el verano que ya está ahí con escenarios, personajes y climas que encontrarán su eco en las páginas del libro. En los ocho cuentos el autor logra pasajes y situaciones memorables, con detalles tan ínfimos como valiosos: "Un viento acá es otra cosa. Un susurro recostado al borde de los toldos".


-Muchos escritores desdeñan los concursos literarios. Vos participaste y ganaste varios. ¿Lo tomás como un ejercicio, un desafío?

-Los concursos son la forma más fácil de dar por terminados los textos. Más que ganar o no ganar, es una forma de sentir que lo que hago tiene alguna fecha de entrega, un contexto de contención. Si escribo y mando a un concurso hay como una secuencia, un borde. No es un desafío en el sentido de ganar un concurso, sino más bien de escribir, corregir, tomarme el tiempo. La escritura siempre tiene que ver con un tiempo marginal, medio robado a otra cosa y los concursos ayudan a sedimentar esa excusa.


-Varios de los personajes de Las Tormentas tienen vidas sin nada fuera de lo común y sufren repentinos raptos de imaginación y fantasía. ¿Qué te llevó a hacer de ese uno de los recursos centrales?

-Es una lectura posible, sí. Yo no se si lo había pensado así cuando iba escribiendo los cuentos. Me parece que lo cotidiano y lo extraño están siempre emparentados. Desde que era chico escribía o dibujaba historias en las que había siempre dos mundos, uno ideal o mágico y otro más doméstico. Con los años, esos mundos mágicos, a lo mejor se volvieron un poco más oscuros o siniestros o, ni siquiera eso, más bien raros. Yo siento que escribo acerca de cosas que son ciertas. Son ciertas para mí al menos.


-Lo generacional también tiene peso. Casi todos los protagonistas son pre-millennials, por ponerlo en algún término. ¿Qué le encontrás a esa generación más allá de lo autorreferencial?

-Bueno, yo soy pre-millenial. Con todo lo que eso quiera decir. En Las Tormentas hay chicos, y hay otros personajes que no son de mi edad, digamos, pero puede ser que el punto de vista esté marcado por eso generacional que mencionás. Yo no pienso mucho desde lo generacional, sino más bien, desde experiencias compartidas en ciertos momentos de la vida. Por ejemplo: la gente que tiene hijos chicos en un contexto económico imprevisible, los adolescentes en algún pueblo de provincia, un señor viudo… hay algo universal en esas situaciones que va más allá. Lo propio de mi generación supongo que me atraviesa.


-¿Con que escritores de tu generación te identificás?

-Me gusta lo que escriben Federico Falco, Luciano Lamberti, Jorge Consiglio. Me gustan los cuentos de Samanta Schweblin. Me gusta mucho la poesía de Carlos Battilana, a quien conocí gracias a nuestra condición compartida de "cuervos". Leo mucho y me olvido, pero si hablamos de identificación, no sabría qué decir. Me fui formando una idea de lo que es escribir tan heterogénea que ya no se.


-Situaciones familiares como mudanzas y vacaciones también sirven de contexto para algunos de los cuentos. ¿Por qué?

-Porque, como te decía, son contextos que siento ciertos, verdaderos. Hay cosas autobiográficas deformadas, otras que invento. Me interesan, ya que mencionás las vacaciones y la mudanza, los momentos de cambio, esos paréntesis. Y la verdad es que medio que se me imponen esos temas. Ahora escribo una novela y aparecen las vacaciones, las tormentas, los nenes…Y digo ¿otra vez? Bueno, veremos qué pasa.


-¿Cómo se gestó la selección de cuentos que forma Las tormentas?

-Fue un trabajo en conjunto con los editores de Entropía. Ellos me ayudaron mucho en ese sentido, yo les mandé muchos cuentos y fuimos descartando, reordenando, editando. Son cuentos que escribí a lo largo de varios años.


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[Télam]

"Escribo sobre lo que no sé, lo que me interpela tiene que ver con esos agujeros"

Por Dolores Pruneda Paz

El libro "Las tormentas" reúne ocho cuentos de Santiago Craig, historias cotidianas atravesadas por el intento de entender qué es el tiempo, donde lo metafísico se cruza con lo corpóreo sin distinciones y desarrolladas en una lengua poética y precisa.

Craig escribió estos cuentos a lo largo de siete años. Los escribió junto a otros libros, como Veintisiete maneras de enamorarse, de pronta aparición (27 relatos vinculados con las relaciones de pareja) y el poemario Los juegos, que apareció en 2012; también hay otro libro de relatos que aguarda su edición, mientras escribe una nueva novela.

Esa forma de funcionar es un poco cómo entiende lo literario Craig, donde la lírica se confunde con la prosa y se desentiende de límites de forma y género. Las tormentas fue un poema que después se convirtió en nouvelle, y luego en el cuento que da título al libro que ahora publica Entropía.

Los parajes alejados y espacios que se despegan del trajín urbano son un recurso en estos cuentos y parte de una geografía adoptada: “Hay dos cosas que me apropié de mi esposa –cuenta Craig a Télam–, el intento de encontrar cuestiones que tienen que ver con lo femenino y los pueblos de provincia. Ella es de Santa Fe, estuve mucho ahí y eso me quedó”. Pero además le interesan las voces y las cadencias que pueda imaginar como lenguaje: "La manera en que yo creo o invento que existen en esos lugares", asevera.

La mirada sobre los hijos y las voces infantiles son otra constante que se despliega en estos textos: "Creo que la paternidad es un lugar donde se mezcla un deber ser que tiene bordes y a la vez no los tiene. Ves cómo se va gestando el ser humano, es raro, veo a mi hija a los ocho años y digo ahora estás siendo lo que vas a ser para siempre y sigo sin entender, no puedo asir eso y llevarlo a un cuento".

Craig nació en Buenos Aires en 1978, estudió psicología en los 90 mientras trabajaba de telemarketer ofreciendo planes de Internet, pero ejerció “poquito”, dice: “Leía a Freud como si fuera literatura”. Hizo un máster en periodismo y ejerció como periodista, asistió a talleres literarios y ahora dicta un taller y trabaja en una consultora.

- Télam: Los textos parecen atravesados por distintas formas de entender el tiempo.

- Santiago Craig: No es una cosa muy racional, no dije voy a hacer un libro sobre el tiempo, tampoco dije voy a hacer un libro, sino simplemente fui escribiendo cuentos a lo largo del tiempo y en general me pasa que estoy pensando todo el tiempo en el tiempo. Eso se filtra en lo que escribo, desde lo autobiográfico y como recuerdo sobre otros, lo que yo imagino de ellos. La sensación obvia es la de no poder asir el tiempo, y en ese esfuerzo por asentar algunas cosas, escribo.

- T: La reiteración, la rutina y la memoria como otra forma de hablar del tiempo también están presentes. 

- S.C.: El cuento más representativo de mi idea sobre el tiempo es “Hacer un pozo y meterse adentro”, que trata del esfuerzo de controlar y desarrollar algo –una mirada, una constancia, una permanencia– y todo lo que interfiere en la vida para que eso no suceda. Habla de ese loop. Mientras el protagonista, Bruno, porfía en hacer el pozo, el cuento va evidenciando todo lo otro que va sucediendo en esa vida.

- T: La imposibilidad de comunicación se reitera en los cuentos, algo aparece en “Formosa”, en esos dos hombres que decían “casa, ruta, pueblo agua y todo sonaba a un idioma inventándose”; o en “Olivia”, cuando el narrador escribe sobre su madre cosas como “a los otros no los conocemos nunca”.

- S.C.: Eso me pasa en la vida cotidiana, termino imaginando que hay un código común y que entre todos más o menos sabemos lo que pasa, pero dándome cuenta todo el tiempo de que no hay dos personas que digan lo mismo cuando dicen silla. Es algo muy tangible que siento tal vez con una intensidad un poco atrofiada, muchas veces me reprimo hablar de esas cosas en un contexto del día a día porque en la vida hay momentos en los que no tenés que dudar, pero cuando escribo dudo todo el tiempo de todo, es el lugar donde puedo desplegar esa perplejidad. Pobres tipos sobre los que escribo, están perdidos en esa especie de rulo y de multiplicidad de sentidos, posibilidades y tiempo que se abre permanentemente.

- T: La metafísica y lo corpóreo circulan mucho en los textos, extrañados por una especie de ensoñación.

- S.C.: Me gusta la literatura que borra esa barrera porque me parece más realista, mi vida tiene ese carril: trabajo, subte, marcha, quilombo y una parte mía que percibe y está dentro del cuento. Vivo y pienso así, para mí es cierto lo que me figuro de las cosas, no me pone un límite la cosa en sí, las personas con las que me relaciono son lo que yo me imagino de esas personas y no lo que son. Lo que digo es que son una construcción.

- T: El narrador va variando pero mantiene una conciencia de soledad existencial a lo largo de los textos.

- S.C.: Con un amigo que hablo estas cosas, decíamos que se trata de ver cuán bueno y cuán malo está darse cuenta de algunas cosas y de ver adónde poner el esfuerzo para no verlas y estar más tranquilos. Son bastante evasores los personajes de este libro, pragmáticos es otra manera de decirlo. Yo escribo sobre lo que no sé, lo que me interpela tiene que ver con agujeros, con cosas que no están, escribo siempre rodeando un pozo, esa es la sensación de estar en la escritura para mí.

- T: El caos, como concepto nutriente y creativo se cuela en todo el libro, en las atmósferas de los cuentos, en intervenciones de los personajes y en la estructura de algunos textos, como intentaras dejar a la vista el motor, el corazón de la narración. 

- S.C.: Eso es un proyecto de mi escritura, me gusta que, en un punto, se evidencie que se está generando una narración y dejar engranajes a la vista es algo que trato de hacer, es un proceso que está bueno no esconder, me parece que abre más puertas que las que cierra.

- T: La voz de infancia también se reitera en las diferentes historias.

- S.C.: Adoptar esa perspectiva tiene que ver con que hay un resto de las convicciones de infancia que permanece en mÌ, no hay tanta diferencia entre mi perspectiva de hoy y la de los ocho años respecto de varias cosas, y hay muchas cuestiones de base –lo familiar, la permanencia, el grupo– que quedan asentadas. Abrís un poquito esa caja y ese registro está, no se fue.

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