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  Los domingos son
para dormir
Sonia Budassi

192 páginas; 20x13 cm.
Entropía, 2008
ISBN: 978-987-23508-7-1
     
     
 
+ Sonia Budassi en Entropía
         
           
             
       
 

Los nueve cuentos que componen Los domingos son para dormir nos presentan una voz que logra ser, a un tiempo, múltiple, multiforme y marcadamente personal. Las narraciones de Sonia Budassi, complejas y templadas, bucean en la precariedad, la incertidumbre y las pequeñas guerras de la cotidianeidad con una mirada alejada de cualquier cliché o convencionalismo.
Desde la conmovedora nostalgia por la mitología familiar que se impone en un relato rural como “Seis menos dos”, hasta el extrañamiento urbano que rodea a la protagonista del potente “Acto de fe”, Budassi despliega su talento para sugerir las cualidades inaprensibles que circulan en el implícito, el sobrentendido y el prejuicio como mecanismo semioculto del movimiento de las cosas.
Los personajes que atraviesan cada uno de los cuentos de este libro son, en definitiva, sobrevivientes que dejan testimonio de su deriva a través de las imposiciones del código social, de la soledad y de la incomunicación, pero también de la imprevista comunión de lo diverso.
Campo y ciudad, periferia y centro, consumo y déficit: mediante el juego de opuestos, Los domingos son para dormir nos transporta entre silencios y soliloquios desmesurados, hacia otro tiempo, inacabado, en potencia; el que sólo puede asumir el acto literario y que termina convirtiendo al desarraigo en una experiencia de lenguaje.

Contratapa
 
 
     
    Fotos de tapa:
Familia Budassi
 
     
 
Fragmento

Fuera de temporada

 

Apoyo mi bolso sobre la puerta del bar que también funciona como venta de pasajes, quiosco y terminal de ómnibus. No hay casi nada que pueda hacer mi espera menos aburrida; ninguna revista, tampoco barras de cereal ni su opuesto calórico correspondiente: los alfajores triples de chocolate que tanto me gustan. Comer por gula es entretenido. Llegué primera gracias a la exagerada puntualidad de mi madre (en este caso más que inconveniente; el insomnio me había dejado dormir sólo dos horas y, de no haber sido por mamá...) que me despertó una hora antes de lo convenido; quizá para lograr (y lo logró) que antes de irme desayunara con ella “como corresponde”, es decir, varios mates con tostadas y dulce casero.
Pero puedo sorprender a las chicas con algo más que mi insólita puntualidad: compro chocolatines para todas y para Marisa, cigarrillos –ella fuma otra marca, pero de esos no tienen—, y también varios paquetes para mí. Este lugar me recuerda a esos bares de pueblo, más bien al único bar que hay en el pueblo donde viven mis tíos, bares multifunción; quizá las pulperías hayan sido así; ningún drugstore que conozca es a la vez terminal de ómnibus.
Afuera, vergüenza de ser vista; en cada auto que dobla, una posible amenaza: ex compañeros de colegio, ex novios de la infancia, ex malas amigas; pensar que después de tanto tiempo van a verme así me hace sentir horrible (blanca, ojerosa y con la angustia evidente en mi rostro, todo culpa de mi pelea telefónica con Juan; por qué los novios porteños se quedan en Buenos Aires; por qué nací en esta miserable ciudad del interior). No tengo demasiada fe en el lugar al que vamos a ir pero quiero estar en el colectivo cuanto antes. La gente empieza a llegar, busco mis lentes oscuros y no los encuentro. Dos niños (uno morocho, el otro rubio, diría que no son hermanos) levantan graciosas acusaciones contra su madre que se niega a comprarles una Coca-Cola (hace poco, mi hermana, mientras buscaba la segunda Coca light de la heladera de su casa, me preguntó si me acordaba de que cuando salíamos a comer con mamá y papá sólo podíamos tomar una Coca chica durante toda la cena).

 
                 

Autora

 

 

 

 

 

   
         
                         
        Sonia Budassi nació en Bahía Blanca en 1978.
Es editora del sello de narrativa Editorial Tamarisco.
Sus cuentos han sido publicados en diversas antologías entre las que se destacan Hojas de Tamarisco (2006), Buenos Aires/ Escala 1:1 (2007) y Uno a Uno (2008).
Los domingos son para dormir es su primer libro de cuentos.

         
                         

Reseñas

 




Inrockuptibles
(Mauro Libertella)

El Interpretador
(Félix Bruzzone)

[Inrockuptibles]

Desde los márgenes

por Mauro Libertella

Los domingos son para dormir podría ser una cifra de todo aquello a lo que el mercado editorial contemporáneo le tiene miedo: un primer libro, y encima de cuentos. Como si en esa fórmula se resumiera no sólo un lugar en las librerías, sino también una idea del espacio literario: la escritura que viene de los márgenes y hace temblar a un centro masculino, novelístico, de prosa dura. Ése es el efecto más inmediato de estos diez cuentos: relámpagos de sentido que desestabilizan, que apuestan al exceso como una forma de poner en evidencia algunos clichés de la literatura y de las formas expresivas más fosilizadas.

Podríamos jugar un juego infinito que consistiría en armar series secretas entre los cuentos, como si acercando "Todo lo de anoche" a "Tu vida sin mí", por ejemplo, pudiéramos rearmar el arco completo de un ciclo biológico en sólo diez páginas. El juego es inútil, por supuesto. Cada relato estalla en metástasis y contamina todo el libro, pero también cada cuento es autónomo y sólo se puede leer como un universo cerrado y de límites precisos. "Acto de fe", que abre el libro, no tiene nada que ver con el largo relato final, "Fuera de temporada", pero también se puede leer como su reverso alucinado, su lado B –lo universal frente a lo local, lo solitario frente a lo grupal. En "Acto de fe", tal vez, se resume todo: el viaje, la prosodia beatnik para tiempos modernos, la confianza en los efectos de un estribillo, la escritura que puede ser todo estilo y que sin embargo toca bien de cerca lo real.

Probablemente sea muy pronto para proyectar una filiación y sentenciar que Sonia Budassi pertenece a tal o cual tradición de la literatura argentina. Llegarán además nuevos libros, que se encargarán prolijamente de desdecir estas líneas y que quizás profundicen en esa idea de la literatura como un juego y un ejercicio de auto transformación, como un lugar para decirlo todo sin solemnidad y muy lejos de la afectación.

 

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[El Interpretador]

Literatura de arborícolas

por Félix Bruzzone

 

Este año a Sonia le regalé dos plantas. Una chiquita, en preciosa maceta, y otra más grande, un árbol en realidad, un Paraíso, en un horrible balde agujereado a golpes de destornillador, para que el agua drene.

Ahora leo su libro, y resulta que en la lectura también encuentro una especie de árbol. O una figura arborescente, si se quiere. Y no es paranoia ni conspirativismo ni ánimo de ver en todas partes árboles: es la realidad de cada uno de los párrafos: frases ramificadas, personajes y situaciones y detalles, miles de detalles, que viven ahí como arborícolas. No sé si alguien de los acá presentes alguna vez leyó ese libro de Graciela Montes que se llama “Y el árbol siguió creciendo…” Es una novela para niños, muy imaginativa, en la que un árbol empieza a crecer en medio de la Nueve de Julio, y que con el correr del tiempo no sólo se convierte en una atracción para periodistas y comunidad toda sino que empieza a ser vivienda de muchos. El conflicto surge cuando alguien pide la remoción del árbol y todos sus habitantes. La resolución no viene al caso, pero la imagen a mí me quedó, una de las primeras grandes imágenes que me dejó el haber leído algo. Después, árbol y lector crecieron, y los árboles, en general, todos los árboles, se volvieron para mí las formas más raras y expresivas. Este libro de Sonia, claramente, participa de esa arborescencia compleja, inclasificable, llena de flores hermosas, frutos verdes, maduros, podridos, pestes, animales de todo el orden zoológico, zonas húmedas y secas, luz directa, reflejada en el verde del follaje, refractada por las gotas de la lluvia o la humedad matinal, cantidad de olores, rugosidades, músicas.

Con la música hago un aparte.

A los cuentos de Sonia, antes que nada, los escuché. Los escuché leídos por alguien, quiero decir, en voz alta. El ritmo era raro, como ondulante o deshilachado. Música aleatoria en hilachas que en conjunto armaban como un plano ondulado. Así que para mí estos cuentos fueron, antes que nada, una sonoridad. Por eso me interesa el sonido de los cuentos de Sonia. No el ritmo, o la melodía, o la entonación, que serían las partes de ese sonido y que quedan para los expertos, sino todo el sonido, completo, dando una idea de algo, como por ejemplo la composición de una histeria. Lean la quíntuple negación de la segunda oración de “Fuera de temporada” y van a saber de qué hablo. Quíntuple negación, qué abuso, que falta de “menos es más”. Pero no, es sonido, y el sonido significa mucho, y es interesante, porque en todo el libro las referencias a la música, lo que podría entenderse por “banda sonora del libro”, son pocas, y yo creo que eso es porque los relatos suenan por sí mismos.

Volviendo al árbol, el libro también es el árbol de las genealogías, que no son siempre las de una o dos chicas que vienen del interior a estudiar en la capital, como en “Roomates”, o que están de viaje por el gran país, como en “Fuera de temporada”, dos de los cuentos del libro. Hay genealogías rotas por el destino, como en “Seis menos dos”, y por la voluntad, como en “La verdad del Lena”. Y cruces que dan cuenta de las capas o niveles posibles del gran árbol. En “Seis menos dos”, por ejemplo, a la vez que espera la noticia de la muerte de sus padres, la niña que quedará huérfana ve cómo sus hermanos ayudan, sin mucho éxito, a parir a una vaca. En “La verdad del Lena” la oportunidad de comenzar una vida nueva en la Patagonia es dada por el hundimiento de un submarino. Y una imagen, hacia el final de “Roomates”, nos sugiere que no hace falta vivir en ningún árbol para sentir la inestabilidad de cualquier superficie: “En el suelo, las cucarachas y sus patitas peludas, inquieto círculo agitado que arrastra telarañas, hilos débiles que se enredan debajo de mí.”

Con los árboles se podría seguir. A mí, por ejemplo, me sirvieron para entender esos puntos que Sonia pone en la mitad de la oración, después de un “de” o después de un “que”. Ramas rotas, pienso yo, desvíos. En todos los árboles hay de eso, y eso habla también de capas de tiempo, recuerdos marcados. Igual que en los cuentos, donde una misma frase puede contener lo actual, el recuerdo y algún recuerdo dentro de ese recuerdo, como en capas. Y cuando las frases son así es porque en algún lugar hay o hubo viento, inclemencia climática, vida real, en definitiva.

Cuando a Sonia le regalé la planta fue para su cumpleaños. Un regalo delicado, precioso, para una chica. Cuando le regalé el árbol no, era para una estratagema de ella con su vecina, que le impedía el uso de la terraza y entonces a Sonia se le ocurrió lo de meter la excusa de necesito la terraza para mi árbol, que no tenía y que entonces le dí.

Así que las cosas, ahora, con relación al libro de cuentos para mí serían así: primero viene la planta, pequeña, débil, tallo y pocas hojas que hay que cuidar muy bien porque enseguida pueden morir. Eso es la niñez evocada, la nostalgia de la niñez; y luego, el árbol, el impulso barroco de la vida en la ciudad. Ese es el tránsito. Y la vida en los árboles, que son también la intemperie, la sofocación de lo múltiple, de las dispersiones acumulativas, o más que acumulativas, superpuestas, entrelazadas, y en el centro la melancolía, o el deseo del abandono de todo, mito de eterno retorno en cada círculo de cada tronco, cada año, cada mes, cada semana, y en la idea de semana, el domingo, que es el inicio y el final, según el lente, pero en todo caso el descanso, el sueño. ¿Con qué sueñan los personajes de este libro? Aparentan, se cargan de cosas. “no sólo hay que ser buena, también hay que parecerlo” dice la narradora de “Las cosas que brillan a mi alrededor” repitiendo a su padre. Pero qué sueñan, eh, qué. No se sabe. O no sueñan. Porque los domingos, lo dice el título, son para dormir.