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  Buenos Aires/
Escala 1:1

(Compilado por
Juan Terranova)

Levín, Mariasch, Cucurto, Funes, Coelho, Molina, Gorodischer, Pavón, Parisi, Oyola, Havilio, Mavrakis, Martínez Daniell, Moret, Paula, Pensotti, Bruzzone, Linne, Grillo Trubba, Budassi, Romero, Incardona, Longhi, Vanoli, Tomas

316 páginas; 16,5x12 cm.
Entropía, 2007
ISBN: 978-987-23508-1-9

   
 
+ Antologías en Entropía
 
     
   
 
 

En su doble compromiso con el territorio y la narrativa,
los relatos que integran Buenos Aires/ Escala 1:1
proponen la yuxtaposición de dos cartografías
complementarias: aquella que busca representar
un espacio y aquella que deriva en la invención
de una literatura.
El plano formal ofrece un recorrido geográfico por
las calles de Buenos Aires, una travesía por sus barrios;
o, si se prefiere, un dispositivo textual para reconfigurar
el modo de interpretar una ciudad. Cuentos, apuntes,
diarios personales: breves ficciones que dan cuenta
–de forma explícita, oblicua o incluso decididamente
abstracta– de ciertas particularidades urbanas,
demográficas e idiosincrásicas.
De manera simultánea, Buenos Aires/ Escala 1:1
va trazando una suerte de catastro de la narrativa
argentina actual. Aunque es posible encontrar
tradiciones, confluencias y discordancias en las piezas
reunidas en esta antología, tanto en los estilos como en
los abordajes, todos sus autores tienen –al menos–
una similitud: nacieron después de 1968 y forman parte
de una generación que ha comenzado a intervenir
prolíficamente en el presente de las letras locales.
Los mapas que resultan de estos relevamientos son,
por supuesto, parciales. Felizmente, también
son exhaustivos y reveladores.

 

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Fotos de tapa:
Marcelo Gabriele
 
 
Fragmento

Diario de Boedo

[Oliverio Coelho]

26/07
16:00-17:00

Mientras agonizo me pregunto si el granizo es un fenómeno especial que se da en Boedo o en toda la ciudad está sucediendo lo mismo. Estoy aislado en mi casita. Veo atónito rolitos voladores de cinco centímetros que trituran las plantas del patio y estallan contra los vidrios. Un fenómeno climático de estas características echa por la borda el trabajo cariñoso de meses. Adiós a la horticultura. Es una lluvia atípica y resulta incomprensible que el agua se haya condensado en piedras que con el paso de los minutos aumentan de tamaño; de cinco pasan a tener ocho y finalmente diez centímetros de diámetro: verdaderas pelotas de handball. Los paneles de vidrio de la entrada comienzan a denotar el castigo y presentan rajaduras. La gata está aterrada. Ama pasear bajo la lluvia, pero esta vez no sale y va de un lado a otro. El helecho radioactivo, resguardado bajo el alero de la galería, de rebote también recibe castigo.

Cuando mengua el granizo me animo a salir al patio. Todavía caen algunas piedras. El patio amarillo está blanco. Pienso que debería guardar restos de granizo en el congelador. No sé cuál será la composición química del granizo –y del agua de lluvia en general–, pero según un amigo, a la hora de tomar un buen single malt, lo apropiado es preparar cubitos de hielo con agua mineral para no “manchar” el blend de maltas. ¿Servirá el granizo?

Recojo los restos de plantas: parecen algas... Todo ha quedado como si un enano de jardín se hubiera descolgado de una cornisa y se hubiera puesto a saltar encima.

El agave, planta fuerte y desértica, de largas hojas carnosas, ha resistido, aunque está cuarteada y babea con suficiencia un poco de savia. La rosa china está mutilada.

 

         
               
Autores  

Federico Levín,
Lucas Funes Oliveira,
Washington Cucurto,
Marina Mariasch,
Oliverio Coelho,
Violeta Gorodischer,
Ignacio Molina,
Cecilia Pavón,
Alejandro Parisi,
Leonardo Oyola,
Iosi Havilio,
Sebastián Martínez Daniell,
Natalia Moret,
Nicolás Mavrakis,
Romina Paula,
Mariano Pensotti,
Félix Bruzzone,
Joaquín Linne,
Diego Grillo Trubba,
Sonia Budassi,
Ricardo Romero,
Juan Incardona,
Leonardo Longhi,
Hernán Vanoli,
Maximiliano Tomas.

   
 

Reseñas

 

 





No retornable
(Nicolás Raúl Correa)

WickedBA
(Carolina Sborovsky)

La lectora provisoria
(Quintín)

Caras y Caretas
(Raúl Arcomano)

 

[Revista No retornable]

 

Ojos nuevos para la literatura

por Nicolás Raúl Correa

 

Primero: Una antología que da cuenta de la mayor parte de los barrios de Buenos Aires es, efectivamente, un mapa que construye un recorrido y una multiplicidad de experiencias. Eso es la presente obra. Un compilado homogéneo que realiza el trabajo unánime de revitalizar la literatura. Y desde allí hacemos pie sobre la nueva escritura emergente que viene levantando polvo. Pero no es sólo eso. Es más.

Si avanzamos, parcialmente, desde la construcción de los personajes que plantea La calle de los maniquíes de Federico Levín, veremos que, casi como un calco, las experiencias se repetirán hasta el final de la antología, aunque con las sorpresas necesarias que puede darnos Oliverio Coelho en “Diario de Boedo”, o “Animetal” de Leonardo Oyola y hacia el final “Walter y el perro dos narices” de Juan Incardona. El resto de las obras cumplen y trazan la misma línea: Personajes que describen puntos y referencias a lugares ejemplares de Buenos Aires como Palermo, o Parque Patricios o Retiro, que en sí mismos son bastante meritorios por su tradición, para elevar al creador. Por eso he dicho que revitaliza la literatura, ese es el trabajo de estos jóvenes escritores, darle un nuevo sentido a lo cotidiano y a su vez, fuerza a nuevas generaciones. Lavarle la cara al entramado de historias que golpean lo cotidiano y habitual, despejar el campo para volver a barajar las posiciones de la realidad de los escritores.

Segundo: “First the First” diría Animetal. Lógicamente, es inevitable pensar que una antología supone riesgos inevitables. Riesgos económicos, seguramente. Riesgos de que muchos lectores huyan despavoridos, aunque no es el caso por dos motivos: El primero simplemente, por que no todos los escritores que participan de la obra son desconocidos y segundo, porque la lectura de uno de los cuentos, supone la necesidad de la lectura del próximo (y esto se observa en la calidad de los trabajos) por naturalidad, por sorpresa, por sentido ilativo, por mera curiosidad. Considerando el riesgo que supone realizar una antología, destacamos que esta viene a reivindicar el pensamiento que supone dicha recopilación y es en la unidad temática que propone, donde gana crédito. No se pierden los nombres porque sin ir más lejos, la temática misma, los ata a un recuerdo, a un barrio. Buenos Aires/ Escala 1:1, gana en todo el sentido de la palabra, porque aprovecha el total de sus páginas para resemantizar el recorrido de las maquinas, de los colectivos, ese recorrido que todos hacemos a diario o hicimos: Los barrios. No hay perdida.

Entrando en la cueva donde moran los textos que pronto añadiremos a nuestro inconsciente, cuando al pasar por Jean Jaures y Corrientes o por el Bajo Flores recordemos ese nombre que va a titilar y nos traiga a cuento una historia joven, de un joven escritor. Entrando en esa cueva, donde Leonardo Oyola nos recibe con “Animetal”, nos recibe y no deja que confundamos un Japonés con un koreano, porque es bien Koreano, allí el sentido de pertenencia es tan grande como la antología misma. El saber y la experiencia de los personajes llevan de la mano entre la realidad del barrio, entre las verdades que encierran los paraguayos y las otras vicisitudes de una noche cualquiera. Pero la pertenencia es insalvable. “Híbrida” dirán, porque el personaje es un Koreano, “No” podemos responder, porque lo que se renueva y resuelve es toda una imagen y una geografía.

Y una geografía es la que dará Oliverio Coelho en las andanzas por Boedo y la construcción que realizará en cada bar donde deposite su presencia. Porque en cada lugar donde se detiene esparce las entrañas de su ser y allí queda el creador. Es el autor que merodea las calles y con cierta nostalgia revive, a modo de diario personal, las hazañas de un andar lleno de vida. Es la nueva ciudad la que se descubre, la mítica que va a dar cuenta de sus rarezas y novedades.

Entonces, como una ráfaga, “La traición de Calubio” de Maximiliano Tomas, recordará las traiciones más añejas, más esperanzadoras, más redentoras. Es la traición de un hombre y de un problema que parece no tener solución pero encuentra su salida, indefectiblemente, en el áspero cruce con la memoria. Es la fuerza de lo impensable ante la humanidad de la inocencia, del joven que confía y muchas veces no premedita.

Tercero: Eso es nuestra antología Buenos Aires/ Escala 1:1. Los barrios por sus escritores, un acerbo de jóvenes promesas (y presentes realidades) que avanzan sobre un campo ya construido, ya prestablecido y quizá algo añejo, que pide a gritos se devuelva su inocente mirada. La lectura de la obra nos presta sus ojos nuevos y nos recuerda las sensaciones que se pueden tener, las nuevas miradas de nuestra geografía y de nuestra literatura.

Entonces, cuando lleguemos al final de las líneas, cada personaje tiene una historia real que quedará inmortalizada en los anales de un barrio, de unos nombres que se mezclarán para dar cuenta de una época y de que algo naciente se venía dando, algo que hoy, es presente. El escritor que es personaje y que es un barrio.

Cuarto: Una antología. Un barrio único. Ojos nuevos para la literatura.

 

 

       
             
                   
     

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[Revista WickedBA]

 

Pinta tu aldea

por Carolina Sborovsky

 

Desde hace un tiempo, la nueva generación de narradores denominados por la primera antología que los reunió como “la Joven Guardia” viene demostrando que la ficción porteña se renueva con auspiciosa vitalidad. A partir del suceso de esa primera selección, siguieron varias otras como la femenina Una terraza propia (Norma), la picante En Celo, sobre sexo, editada por Mondadori que acaba de sacar In Fraganti, a partir de resonados casos policiales argentinos. La consigna de Escala 1:1 (Entropía), esta vez, fue contar los barrios de Buenos Aires. Aquí la “Joven Guardia”, ya ampliada, dibuja un mapa literario, una travesía de veinticinco relatos alejados de cualquier guía turística. Fijados con la precisión del cronista atento, cada uno es una muestra de fidelidad a las calles tantas veces recorridas donde conviven la capacidad de observación, la sensibilidad para el ritmo y el desenfado para contar.

Entre toda la paleta, algunos textos son verdaderos hallazgos, como “Eleven”, de Natalia Moret, quien elude tics de chica sexualmente liberada y da una ingeniosa vuelta de tuerca a ese clisé; “Animetal”, el genial cuento en el que Leo Oyola crea un potente voz lumpen (e incluso la parodia) en una helada noche en el Bajo Flores; “Capacidad de adaptación”, un agudísimo micro- memoir de Sonia Budassi; “Autocine” del también actor Mariano Pensotti y “En la santería”, la filosa excursión a la sordidez barrial de Hernán Vanoli. La primera persona y las anécdotas casi mínimas en la mayoría de los relatos da a esta antología un tono bastante íntimo, en algunos casos nostálgico o de reflexión en voz alta que, junto con el estilo llano, directo y el leve cinismo para tratar ciertos temas caracterizan a esta nueva generación. Quizás otros relatos, menos afortunados, vuelvan algo despareja la calidad total de la colección, o de a momentos algunos (pocos) la vuelvan monocorde; sin embargo esa heterogeneidad, creemos, puede ser tomada como parte de la consigna y el riesgo de la antología.

La Buenos Aires que se dibuja es contradictoria, festiva, cruel y bestial. Heterogénea y fascinante, cada relato arma figuras caprichosas en el vertiginoso calidoscopio de nuestra urbe. Como advierte el escritor y compilador Juan Terranova: “Buenos Aires incluye tanques de agua teñidos de óxido, terrazas llenas de macetas, calles bien y mal iluminadas, parques reciclados, avenidas y edificios, personajes excéntricos y para cada uno de sus habitantes, la poética del recorrido privado. Además, sus aldeas, a las que llamamos barrios, generan sus historias y sus formas de desprecio y seducción”.

 

 

 

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[Blog La lectora provisoria]

 

La penúltima antología

por Quintín


No termino de reseñar una antología de jóvenes escritores argentinos, que ya hay otras en las librerías. De hecho, esta apareció hace varios meses y ahora ya hay un segundo tomo de la colección que se inició con En celo. Algún escritor terminará publicando una antología de sus cuentos aparecidos en otras antologías. O, siguiendo la sucesión lógica de los acontecimientos, otro escritor publicará un libro de cuentos con el título: “¡Joya. Nunca antologado!”

Lo primero que hay que decir de la edición de Entropía es que es linda, de un formato chico y elegante, con una tapa atractiva. Después del carnaval de La joven guardia y de la grosería de En celo, es reconfortante que la antología sea sobria, tenga aspecto de buen libro y no de alguna otra cosa con connotaciones juvenilistas. Lo segundo que hay que decir es que el prólogo de Juan Terranova es bueno y no sólo por lo breve. Con cierta distancia y cierto humor, nos advierte que esta gente ha llegado con el serio propósito de quedarse. Y, por último, como para marcar un contraste con los viejos (y jóvenes) carcamanes de la literatura, nos recuerda que la mayoría de los antologados tiene un blog (aunque con adecuada prudencia agrega que no sabe muy bien qué puede significar eso).

Buenos Aires / Escala 1:1 lleva como subtítulo: “Los barrios por sus escritores” y cada relato transcurre en una parte distinta de la ciudad. Los barrios de la antología no son los míticos 100 de Alberto Castillo, ni los 47 oficiales, ni las 28 circunscripciones electorales, sino apenas 25 que son, de todos modos, suficientes como para asegurar la diversidad social y arquitectónica. Terranova parece haber apuntado a que la geografía estuviera presente en los relatos, porque salvo excepciones, eso es lo que ocurre. Así, una buena parte de lo narrado transcurre en las calles y esas calles tienen nombre, lo que contribuye a dar un anclaje al realismo de la mayoría de los cuentos.

Hay otro aspecto que se repite: el tono autobiográfico. Es evidente que la literatura argentina se inclina cada vez más hacia la narración, abierta o disimulada, de la experiencia personal. Esto se nota tanto en la obra de la generación anterior (acaban de aparecer ficciones semi o seudo autobiográficas de Daniel Guebel, Alan Pauls y Sergio Bizzio) como en la de la Joven Guardia. A esta tendencia se agregan las recientes performances autorreferentes de intelectuales y artistas en espectáculos como los biodramas de Vivi Tellas o el confesionario de Cecilia Szperling. Para legitimarse frente a la sociedad y a la industria editorial los escritores se ven obligados a ofrecer alguna libra de carne de su cuerpo al escrutinio público.

En Escala 1:1, una buena cantidad de los relatos utiliza la primera persona para contar algo que, de no provenir de la experiencia personal del autor, no valdría la pena inventarlo. Es decir, en los cuentos en primera persona (que son muchos) la regla es que el episodio relatado corresponda a una vida sin demasiado relieve propio para dar lugar a un arquetipo generacional y social que engloba a los escritores. Así es como abundan las barras de amigos, las novias de la adolescencia y la asistencia a la universidad, pero también los dealers, las patotas y una cierta marginalidad siempre decorativa e inquietante (al mismo tiempo, curiosamente, hay una ausencia casi absoluta de elementos políticos, históricos o intelectuales de todo tipo). Si un elemento falta de esta lista (primera persona, matiz autobiográfico, costumbrismo, recuerdos de la infancia o adolescencia, historia de amor fallida, ambiente de clase media no del todo próspera, contacto con lo lumpen o lo delictivo), es muy probable que los otros estén presentes, lo que le da a la selección su aire de familia.

La lectura de Buenos Aires / Escala 1:1 sugiere a veces la idea de un gigantesco taller literario capitalino con una consigna para sus participantes: contar un episodio de su propia vida (o de un alter ego, o de un falso ego) ligado al barrio. Se pone de manifiesto así una idea optimista y deportiva de la literatura, que hace del escritor un caminante frente a una senda ya trazada que debe recorrer con la mayor destreza posible. Ese espíritu se nota particularmente en un cuento, el de Maxi Tomas, que cierra la antología como si fuera su síntesis o su elemento más representativo. Es el relato de una batalla entre vecinos, perros y patotas adolescentes de Villa Urquiza que me hizo acordar a una versión en tono menor, más lúdica, de Stand by Me, película de Rob Reiner basada en Stephen King (no leí el texto original) por el tono olímpico con que el autor encara la narración (“Quince años atrás, cuando transcurre esta historia, Villa Urquiza era, sobre todo, un entramado de carencias…”) y, sobre todo, por su confianza en que el secreto de la prosa reside en la exacta administración temporal de la anécdota.

Tomas piensa y ejecuta como indica un guión de Hollywood y le sale bastante bien. En la antología hay versiones menos logradas de ese estilo canónico, que se pierden en la chatura, la rutina y hasta cierta falta de compromiso (Alejandro Parisi, Joaquín Linne, Violeta Gorodischer). Pero para hablar del resto de los cuentos, conviene ordenarlos según la particular desviación que presentan respecto de esa media imaginaria.

Leonardo Longhi, por ejemplo, extrema los rasgos autobiográficos de sus pares hasta producir una narración confesional y furiosa, un verdadero ajuste de cuentas con varias generaciones familiares y con un edificio de Chacarita. El título (Vamos funebrero, un prólogo) hace pensar que estamos ante el anticipo de una obra de mayor aliento (que promete).

En el extremo opuesto de la pasión subjetiva de Longhi, se ubica la objetividad de Romina Paula, que depura la vida en Parque Centenario de todo lo que no sea una minuciosa descripción de sus recorridos en bicicleta, como si aspirara a dejar registradas con precisión las particularidades de cada cuadra, de cada casa, de cada negocio del barrio y de las relaciones que sus travesías anudan con cada elemento del catastro.

Dos relatos se apartan de la norma de permanecer en exteriores y transcurren en el interior de un edificio. Sonia Budassi relata las innumerables dificultades para alquilar un departamento y exhibe la indefensión que acecha a una pareja sin demasiados recursos frente a las calamidades inmobiliarias. Hay algo en el cuento que excede la crónica y se conecta con un terror y una tristeza que no llegan a decir su nombre, como si las complicaciones edilicias ocultaran (o señalaran) que esa vida no merece ser vivida.

La contrapartida cómica de Budassi es el relato de Natalia Moret, encerrada en un ascensor durante buena parte del cuento. Moret tiene un indudable talento para la farsa, como ya lo exhibiera en En celo. Hay un momento que parece el clímax de una película, con la protagonista atrancada entre dos pisos mientras su proveedora de consoladores la espera en la planta baja y una enana ninfómana intenta abrir la puerta sin llegar a la manija.

Si en Moret el sexo (al menos de a dos) es siempre una imposibilidad, en Marina Mariasch es lo que abunda. Mariasch (que personalmente —es amiga de mi cuñada— tiene un aspecto de chica modosita y madre ejemplar) ha creado un personaje de ninfa volcánica, que en una mañana belgranense confiesa que “viene de coger”, pero no le hace asco a un viejo que es amigo de la familia mientras intercala recuerdos de una orgía. Pero la aventura (en un libro muy convencional en ese sentido) está más bien por el lado del lenguaje, con sus continuos cambios de registro, juegos de palabras [“avancé como si en vez de amateur fuera habitué (amo el francés)”], mezclas de lunfardo y lenguaje culto, habla canchera y jerga técnica (“Pero encima, o atrás, tipo de fondo, había otra imagen igual de nítida pero más turbia, más dura, que era de ellos jugando un cachurra-monta-la burra, un pseudo potro de pijazos interdados”). Incluso, en un momento aparece un poema en un tono costumbrista e infantil. Todo termina con una charada: “No, no, esta vez, de verdad, no es tan mentira.”

Otro personaje idiosincrásico (aunque de funcionamiento permanente) es el de la marica con veleidades aristocráticas llamada Mavrakis y creada por Nicolás Mavrakis. El blog de Mavrakis está escrito desde el mismo lugar y es realmente filoso en su crítica al kirchnerismo. Allí se llama a CFK “La Presidenta Ignoranta”. Volviendo al cuento, es difícil para el autor mantener el monólogo de loca desaforada y maligna por mucho tiempo y es igualmente duro para el lector avalar una catarata de prejuicios de clase, gorilismo, incorrección política y provocación heterofóbica. Pero Mavrakis se las arregla para mantener la intensidad sin desmayos. Niní Marshall aplaude desde la tumba.

En el extremo opuesto de Mavrakis está la protagonista de Cecilia Pavón, mujer minimalista en un relato ídem. Aislada en su autismo, compara las formas de la ciudad con las del campo (“Las plazas secas y las veredas desiguales son idénticas a los desiertos andinos”) e intenta reeducar su oído en las discotecas para poder disfrutar del ruido de las calles de Congreso. Pavón, conocida como poeta (ahora, en la era de la Presidenta Cristina, habría que volver a lo de poetisa) y animadora cultural, dice cosas como “Además de la discoteca, lo que más me gusta de este barrio son los cortes de luz.” Todo el cuento, que es muy corto, tiene esa cualidad de extrañamiento lunar y no logro descubrir si se trata de una gigantesca pavada o es otra cosa. Tal vez, como leí hace poco en algún lado, la literatura ha dejado de ser una cuestión entre el lector y el texto, para pasar a ser un asunto colectivo, ligado a la performance y otras experiencias comunitarias que permiten reinterpretar textos como el de Pavón. Pero acá en San Clemente no hay performances ni vernissages (y, en invierno, ni siquiera discotecas) de modo que no puedo dar fe de esas teorías y sigo perplejo.

Diego Grillo Trubba y Hernán Vanoli utilizan la primera persona para narrar desde el lumpenaje. El de Vanoli es un dealer de facultad y su relato, previsible y falsamente transgresor, está en la línea de alguna novela de Parisi o de su mentor Paszkowski. Lo de Grillo (de quien no me había gustado el cuento incluido en La joven guardia) es mucho mejor (y mucho más divertido): la historia delirante de una banda de villeros que secuestra un contingente de turistas extranjeros y les enseña a trabajar para ellos, mientras que el protagonista aprovecha la ocasión para disfrazarse de alemán e internarse en el Four Seasons con una puta de la que está enamorado. Es un cuento inteligente, que da cuenta de la proximidad entre la villa 31 y la zona paqueta de Retiro. Todo bien, pero pido una cosa. Si alguna vez llevan este cuento al cine, que el papel protagónico no lo haga el psicópata de Estrellas, aunque el relato parece inspirado en ese canalla.

Oliverio Coelho produce uno de los relatos en primera persona, descriptivos del barrio, realistas y con presunción autobiográfica que abundan en la antología. Pero Coelho es capaz de subvertir el género sin tocarlo, a pura inteligencia. Por un lado, su relación con Boedo no es la del que sale sino la del que llega, un forastero que va descubriendo el barrio, estableciendo sus puntos de referencia y sus costumbres. Hay un posible juego literario en esta mudanza, la del escritor que se muda a Boedo desde una filiación claramente Florida. Coelho es un camaleón: a veces (como en su trilogía de ciencia ficción) es Cohen, otras es Onetti (en su novela turca o en el relato incluido en La joven guardia) pero acá se le da por ser Feiling, con su misoginia y un sibaritismo etílico que lo lleva a recorrer los lugares donde se toma cerveza artesanal de estilo británico y a discurrir sobre sus variantes. Ultima sorpresa, no le hacía a Coelho aficiones cortazarianas como el boxeo.

Si el lector quisiera apartarse del realismo dominante, debería seguir el camino que va de Havilio a Bruzzone y de allí a Martínez Daniell. Empecemos con Havilio, que imagina un portero mitómano de La Boca, seductor de mujeres en el sótano donde guarda dos cuadros robados de Quinquela Martín. Havilio (ya lo demostró en Opendoor, una de las novelas del año) tiene ojo para la marginalidad. Pero no para el cliché de la marginalidad, el del villero y el dealer, sino por personajes desfasados de la medianía aunque ajenos a la desesperación. Un poco locos, un poco asociales, pero misteriosos como el mundo que los rodea. Ese decalaje, esa tierra incógnita, el deseo de saber que se superpone con la imposibilidad de conocer del todo, es de lo más interesante de la literatura actual, una veta fértil y promisoria. De algún modo, la cultura argentina ha vivido sabiendo demasiadas cosas, encerrada en sus coordenadas de conocimiento apócrifo (de la que la orientación política actual es la mejor prueba). La discusión literaria vernácula, que vive reciclando tres ideas y cinco nombres, tan estancada en sus principios y en sus debates como los escritores lo están en sus temas y sus tratamientos, es totalmente refractaria a esas zonas de misterio y de novedad. Havilio, que parece no venir de ninguna parte (deliberadamente, su currículum nunca aporta datos), parece haberlo comprendido. Y además, su escritura marca un movimiento contrario al de la autorreferencia y la introspección a la que nos referíamos más arriba. Esas falsas pero irrompibles certidumbres sobre la sociedad terminan arrinconando al escritor en la introspección, porque el mundo exterior está clausurado para la vida intelectual. El camino elegido por Havilio sirve para evitar esa aporía.

Félix Bruzzone, que en En celo sorprendía con un cuento que estiraba el lenguaje hacia sus aristas más lunfardas y marginales, es un cultor de la autobiografía paralela (más que apócrifa). En la antología anterior, Bruzzone afirmaba dedicarse, igual que su personaje, a la limpieza de piletas de natación. Aquí nace en el mismo año que su protagonista y es hijo de desaparecidos. Después, en el cuento, las cosas se complican y termina siendo un inventor que, tras una serie de peripecias y amoríos, se llena de dinero con unos cigarrillos para fumar bajo la lluvia. Es como si, a mitad del relato, el narrador tomara una droga alucinógena y viera su vida desde ese prisma, como si fuera otro. La prosa de Bruzzone es ahora completamente diferente, está adaptada a otra clase social. Sería interesante que ambos cuentos fueran parte de un proyecto en el que las distintas vidas paralelas armaran un abanico que cubre todas las posibilidades de una generación, pero con la misma persona como base.

Ni fantástico ni realista, más bien abstracto, el cuento de Sebastián Martínez Daniell es menos narrativo del libro. Es un conjunto de especulaciones sobre la forma, las estatuas y las rarezas del barrio de Núñez que, efectivamente, es bastante poco barrio, casi una entelequia (“esa lividez, esa tenue morbilidad, esa fugaz sensación de abismo es Núñez”). Si la frase le parece al lector más bien un puro palabrerío, espere hasta leer esto. “Los mapas muestran que, fisonómicamente, Núñez tiene la cabeza apuntando al norte, las alas retráctiles y la cola desviada hacia la izquierda.” O si no: “Hacia el norte, ya ni urbe ni paz, sino más bien reservorios de cloro y paranoia.” A veces, el texto resulta imaginativo, otras oscuro, las más inexplicable. Tal vez a Daniell le convenga más el formato largo de la novela (ha publicado Semana en Entropía) pero ese también me resulta un texto impenetrable, que derrotó varios intentos de leerlo. En fin, un autor demasiado inasible como para abrir un juicio definitivo, pero parece de aquellos escritores (y de aquellas personas) que suponen que el resto del mundo comparte su humor, sus preocupaciones y sus códigos. Un populista al revés (un populista cree que él comparte el pathos de todo el mundo).

Se pueden detectar varias tribus en la selección de Escala 1:1. Por ejemplo, los escritores de la casa, los que publicaron en Entropía: Molina, Havilio, Paula, Martínez Daniell, podría ser una. Otra, los cercanos a la editorial Tamarisco: Budassi, Vanoli, Bruzzone, Gorodischer. Los veteranos de La joven guardia una tercera: Cucurto, Coelho, Parisi, Grillo Trubba, Tomas. O los estudiantes de letras (demasiados para nombrarlos), o los discípulos de Paszkowski (que han disminuido con respecto a LJG o ahora no confiesan serlo), etc. Pero hay un grupo que debuta en las antologías y constituyó para mí un verdadero descubrimiento. Son cinco escritores (Levín, Funes, Oyola, Molina, Romero) que animan un grupo de lecturas públicas autodenominado El quinteto de la muerte. Algunos publican en la editorial Gárgola y casi todos tienen una activa participación en la blogósfera (qué palabra imposible). Se advierte en los cuentos de ese grupo algo en común. No es una homogeneidad temática ni estilística, sino una rara combinación de libertad y seguridad, de voluntad de encontrar lo nuevo y de jugar con convicción el juego de la literatura. Los cuentos tienen una frescura inusual y dejan la impresión de ser la obra de escritores formados, de gente que ha desarrollado una dialéctica con el lector potencial (y que uno es ese lector) y no de un estudiante que quiere publicar por reflejo gregario a partir de un oficio aprendido como una técnica de soldadura autógena. Creo que Terranova advirtió esa fuerza y comenzó la antología con tres relatos del grupo.

El primero es el de Federico Levín, cuyo protagonista imagina y padece frente a las vidrieras solitarias que exhiben maniquíes en el Abasto, en una noche que lo aleja de una mujer de pelo corto. El tono fantástico, que juega con las posibilidades de mirar sin ser mirado, quiebra por anticipado lo que resultará la constante costumbrista de la antología y, a su vez, la tercera persona toma distancia de la tentación autobiográfica. De hecho, no se supone que haya plenamente un personaje, sino fragmentos de memoria y alucinación que no llegan a integrarse del todo.

El segundo es el de Lucas “Funes” Oliveira, escritor con sobrenombre. A partir de un retrato costumbrista, de una conversación entre un policía y un mecánico, el relato se va transformando en una historia de premoniciones con secretas referencias sociales. El protagonista resulta un freak atrapado en el cuerpo de un cana. El tema, los personajes y el desenlace son muy inusuales. Hay que decir también que el blog de Funes, Funes de memoria, es muy activo y vale la pena darse una vuelta, por ejemplo, para leer el relato de un escándalo reciente en el Rojas.

El tercero es el de Leonardo Oyola, que se adscribe al subgénero picaresca lumpen, pero es de una poderosa gracia. Oyola crea el personaje del coreano Kim, habitante de Koreatown en el Bajo Flores, actor de teatro pansori (?), amante de las películas coreanas, conocedor de toda la fauna delictiva de la zona, él mismo ladrón y apretador en pequeña escala. Dentro de la moda actual de introducir extranjeros lúmpenes en las ficciones, Kim es un personaje más robusto, más carismático que los paraguayos de Cucurto o el chino en bicicleta de Magnus (debo confesar que tengo esa novela por la mitad y nunca la termino). Además, Kim no hace un papel secundario, sino que es el protagonista. Combé.

Más tarde aparece el de Ignacio Molina, que corresponde al grupo de relatos que recuerdan una historia de amor trunca en el barrio. Pero acá, el barrio no es el del narrador sino el de la mujer perdida y la descripción elude la familiaridad en todo sentido. El personaje es un extraño: de Colegiales, de la vía del tren y de los rituales que allí se practican, de la casa de su novia que tiene un hijo de otro, del amor mismo. Esa ajenidad le da un clima particular al cuento y convierte lo dado en desconocido.

Los cuentos del grupo tienen la virtud de explorar ambientes no habituales o descubrir en los ambientes habituales un mundo oculto. Lo mismo ocurre con el de Ricardo Romero, que transcurre en una pensión de San Telmo y es el que más me gusta de la antología. Como Havilio, Romero tiene la virtud de poner en escena personajes ausentes de la literatura argentina y conectarlos con el narrador. El resultado es la aparición de otro país, un territorio más libre, no reconocido por las cartografías literarias y periodísticas salvo para hacer de él lo radicalmente otro, lo exótico o lo monstruoso. Su relato habla de los lazos que establece el protagonista en la pensión. De su anunciado y diferido romance con la chica de pelo azul y de su amistad con Juan, un hombre que tiene un pie gangrenado y una novia demasiado locuaz en una pensión vecina. Y también de los curiosos habitantes del barrio y de un mundo intocado por trabajos u ocupaciones convencionales. Con cierta distancia, pero con curiosidad y con afecto, Romero explora su San Telmo privado. Hay una frase del libro que es dinamita:

Juan era un militar retirado de la Marina, un sargento de escritorio que entre otras cosas había sido secretario de Astiz en Sudáfrica.

Es difícil creer que alguien se anime a escribir esa frase, salvo para demonizar al personaje. Romero no lo hace y la historia transcurre por carriles ajenos al horror del pasado. Pero el cuento sirve para recordar que hay una conexión posible entre un escritor y un ex marino y que hay una sociedad mucho más articulada entre sí de lo que nos cuentan otra vez en estos días. Sin embargo, para ser preciso, creo que hay también dos campos en el relato de Romero, y este transcurre en uno de ellos: el de los que no tienen ninguna relación con el poder. Es de nuevo la lección de Opendoor: si hay vida fuera del espacio prescripto para la literatura, hay vida para la literatura. Debo reconocer aquí una deuda con Romero. Hace alrededor de un año (tal vez más), me preguntó por mail si me interesaba leer una novela suya. Le dije que sí, que me la mandara y eso hizo, pero la puse en la biblioteca y la olvidé completamente hasta ahora. Debería leerla. Se llama Ninguna parte.

Dejo para el final tres cuentos que, por distintas razones, no parecen pertenecer a la antología.

Uno de ellos, por malo. Se trata de Autocine, de Mariano Pensotti, un autor de teatro que, según la biografía que hay al final del libro, ha ganado todos los premios, becas y concursos que se le cruzaron por delante. Pero aquí intenta una suerte de pastiche multidisciplinario, sobre un personaje que imagina filmar la película de su vida y dice cosas como “Los taxis en la Avenida Caseros son olas amarillas sobre acantilados de cemento.” Cada tanto, el texto se corta para dar lugar a un párrafo escrito en mayúsculas en el que se va contando París, Texas, el film que inspira al protagonista adolescente. Pensotti la pifia con el cine, con la literatura y con la vida y produce un engendro que mete miedo.

Otro es el de Cucurto, que a esta altura debería tener la entrada prohibida a las antologías de nuevos escritores. Es demasiado conocido Cucurto, demasiado editado como para seguir jugando en el juvenil. Cucurto no habla de barrios, ni de paraguayas ni de supermercados salvo como parte del eterno flujo de conciencia de sus protagonistas. Aquí muestra que puede armar otra combinación con los pocos elementos de siempre, una combinación que se parece a todas las anteriores aunque —admirablemente— logra una vez más distinguirse de ellas. En el centro hay esta vez una segunda versión del encuentro de Vega con un poeta homosexual (cuya identidad aparece ahora más nítida y la intención del escritor mucho más sangrienta) que se la termina chupando. En los relatos completos de Cucurto hay un personaje que narra en primera persona y que —herencia, imitación o parodia de Osvaldo Lamborghini— solo se relaciona sexualmente con los otros personajes. Esa relación es siempre, además, una relación de abuso, de utilización, de violación, de engaño. Instalado en ese esquema de inofensiva provocación y florido lenguaje, Cucurto va camino de producir la obra más monótona de la literatura universal después de Nicolás Guillén.

Por último, Walter y el perro Dos Narices, de Juan Diego Incardona, que es un cuento para chicos: la historia de una carrera de bicicletas organizada por un grupo de voluntarios sociales de Lugano en la que hay un chico pobre y esforzado y un perro de ciencia ficción. Incardona se declara peronista y en su espíritu de fiesta popular hay algo de Pulqui, la película de Fernández Mouján que utiliza la obra de Daniel Santoro, pero sin el guiño y el segundo grado de este último, sino en una versión frontal e ingenua cuyo lector ideal es menor de catorce años. El cuento es delicioso y bien podría inaugurar (o reinaugurar) el género de la ficción infantil justicialista (aunque no haya una sola alusión política) para ser distribuida en las escuelas o en las unidades básicas. Pero en el contexto de la antología parece un ovni aterrizado solo para probar que bajo la palabra “literatura” caben propósitos divergentes. De todos modos, la simpatía y la frescura del cuento y la novedad de su tema, permiten seguir la discusión sobre su pertinencia hasta el infinito.

 

 

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[Revista Caras y Caretas]

 

Ciudad oculta

por Raúl Arcomano

 

Una excusa para reconfigurar y reinterpretar la ciudad. Generar nuevas miradas a partir de un deambular flaneur. Literatura con el territorio urbano de telón: cuentos, apuntes, diarios personales. Todo eso es Buenos Aires/ Escala 1:1, una antología de jóvenes escritores, nacidos entre 1968 y 1982 con un reto: escribir y describir 25 de los 48 barrios porteños. Plasmar "breves ficciones que dan cuenta –de forma explícita, oblicua o abstracta– de ciertas particularidades urbanas, demográficas e idiosincráticas", apunta el libro. Que es, en su trazado, "una suerte de catastro de la narrativa argentina actual".
El libro fue editado por Entropía y compilado por el escritor Juan Terranova. El resultado no es una guía turística, pero sí dibuja un mapa "amable y cotidiano" de la diversidad porteña, dice Terranova. ¿Desde qué lugar se narra a Buenos Aires en el libro? "Supongo –responde– que se escribió más cerca de la pulsión arlteana, esa pulsión de caminar la ciudad y vivirla entre sus miserias y sus grandezas, que del espacio mítico borgeano. Hoy la ciudad de Buenos Aires es, al mismo tiempo, un monstruo tentacular y una madre permisiva, que te deja ir y te deja hacer y te recibe cuando volvés lastimado o triunfante."

Continúa por acá, en un escaneo de incómoda lectura (el departamento de tipeo sigue de huelga).