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Daniel Link
280 páginas
 
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Segundo corte (1955-1966)

Crítica y política

[página 57]


Los libros, se sabe, circulan como mercancía. Existe un mercado, constituido por el público, los autores, los editores y diversos agentes de mediación entre los que la crítica es una institución decisiva. La crítica descubre, dictamina, sanciona, premia o condena. Los críticos ponen en circulación textos, deciden (no unilateralmente) el valor de una mercancía.
Pero la crítica también puede ser pensada ella misma como una mercancía: se integra en el circuito de producción-consumo de los libros en general y allí compite con otros géneros discursivos por los favores del público (en los últimos años, hemos visto a la crítica perder terreno respecto de otros géneros: la biografía, el testimonio, la entrevista). Este doble estatuto institucional de la crítica (aparato de consagración pero también objeto de consagración) es tal vez su rasgo distintivo más perdurable.
El mercado de libros no es homogéneo; aparece estratificado, constituido por clases de público que se superponen, se rechazan, se complementan. A su vez, los órganos por los que la textualidad crítica circula también son específicos. Existen revistas especializadas (la mayoría de las veces académicas), tradiciones temáticas y estilísticas específicas, congresos, premios, becas, etc., que delimitan las posibilidades de construir un objeto crítico determinado, o mejor: que delimitan las reglas a partir de las cuales los objetivos críticos se construyen.1
Parece obvio: cuando el boom latinoamericano se agotó como hecho de mercado,2 la crítica puso en el centro de su interés las características, los límites, los aportes, la estructura y la política de ese boom editorial. Es decir que se transfirió de un sector público a otro (más especializado) una oferta temática, de modo que la demanda todavía produjera algo de riqueza. Se trata de que el mercado específico de la crítica pueda mantener de manera más o menos constante ciertos valores de producción, circulación y consumo.
La crítica (por qué habría de ser de otro modo) funciona según una lógica de mercado, o una “lógica universitaria (que funda el pasaje sucesivo de una tendencia a la siguiente: el abandono de lo que se sostenía ayer y su reemplazo por lo que se sostiene hoy: el desplazamiento constante de la verdad)”.3
Esa “lógica universitaria” no domina, contra lo que puede pensarse, sólo a la crítica producida en (o para) las instituciones escolares, si bien es cierto que allí es donde más espectacularmente aparece su modalidad rotativa: ayer lo que importaba era el estilo de los textos, luego su función política, más tarde la “literaturidad” que actualizaban, hoy lo que representan, mañana el modo en que construyen la imagen de Dios (todo es posible).