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  Las teorías salvajes
Pola Oloixarac

252 páginas; 20x13 cm.
Entropía, 2008
ISBN: 978-987-24797-0-1
 
         
               
             
               
 

«Las teorías salvajes podría entenderse como una comedia (y más exactamente: como una comedia isabelina) si no fuera porque, en rigor, es más bien un roman philosophique, que encuentra en la razón, la modernidad y el sujeto universal sus temas. Por supuesto, las doctrinas, tal como cualquier persona con paciencia puede aprenderlas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (“un ecosistema gagá donde se permitía al académico gagá convivir a gusto con el deterioro institucional”), no están ausentes de su discurrir, pero el aspecto que presentan los personajes filosóficos convocados es de tal talante que, ahora sí, parecen héroes de una comedia (pero una comedia disparatada de los años cincuenta).
El lector atento encontrará en Las teorías salvajes ramalazos de Humbert-Humbert, de Rousseau, de Wittgenstein, incluso de Nippur de Lagash. Es como si la novela (o las novelas que se incluyen unas dentro de otras, como Matrioshkas desquiciadas que además han leído a Proust y saben que todo puede ser leído à clef) quisiera gritar: “¿pero no era que filo-sofía quería decir amor por el saber, no importa dónde se encuentre?”. Desde estas páginas que Pola Oloixarac (pariente empática del barón Jacob von Uexküll, el eminente zóologo) nos regala, alguien le contestaría que no: “La filosofía es el playground de Satán”.»

Daniel Link

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Fragmento

En los ritos de pasaje practicados por las comunidades Orokaiva, en Nueva Guinea, los niños que van a ser iniciados, varones y niñas, son primero amenazados por adultos que se agazapan tras los arbustos. Los intrusos, que se supone son espíritus, persiguen a los niños gritando “Eres mío, mío, mío”, empujándolos a una plataforma como la que se usa para matar cerdos. Los niños aterrorizados son cubiertos por una capucha que los deja ciegos; son llevados a una cabaña aislada en el bosque, donde se convierten en testigos de secretas ordalías y tormentos que cifran la historia de la tribu. No es infrecuente, narran los antropólogos, que algunos de los niños mueran en el curso de estas ceremonias. Finalmente los niños sobrevivientes regresan a la aldea, vestidos con máscaras y plumas como los espíritus que los amenazaron al principio, y participan de la caza de cerdos. Regresan ya no como presas sino como predadores, gritando la misma fórmula que habían escuchado de labios enemigos: “Eres mío, mío, mío”. Entre los Nootka, Kwakiutl y Quillayute, en el noroeste del Pacífico, son los lobos –hombres con máscaras de lobos– que amenazan a los pequeños iniciados, persiguiéndolos a punta de lanza hasta empujarlos al centro de los rituales del miedo; al cabo de esas torturas esótericas son introducidos en los secretos del Culto del Lobo.
La vida de la pequeña Kamtchowsky se inició en la ciudad de Buenos Aires, durante los “años de plomo”; el acceso a la conciencia coincidió con la “primavera alfonsinista”. Su padre, Rodolfo Kamtchowsky, provenía de una familia polaca radicada en Rosario durante la década del ‘30. Era el único varón de la casa; la prematura muerte de su madre lo había llevado a vivir con sus tías. Ya en primero inferior demostró habilidades excepcionales para el pensamiento abstracto; en cuarto grado su maestra de matemática, que había estudiado en la universidad, se refirió con elogios a su inventiva formal. El pequeño Rodolfo fue a contárselo a sus tías, que se asustaron un poco y decidieron que cuando cumpliera trece años lo mandarían a Buenos Aires a estudiar. Rodolfo era un chico alegre, aunque muy tímido; hablaba poco y a veces parecía no registrar lo que le decían. Cuando llegó el momento, Rodolfo se mudó a la casa de otra tía, frente al Parque Lezama. Entró en la escuela técnica Otto Krause y más tarde se recibió de ingeniero en tiempo récord.
Su elección de carrera y su carácter retraído no fomentaban las relaciones con chicas; en la facultad apenas había conocido a dos, y no podía asegurar que reunieran méritos suficientes para adjudicarse la denominación “chicas”; tenían el estilo de retaca amorfa que luego heredaría su hija. Pronto se volvería evidente que el destino y la opción intelectual habían hecho de Rodolfo un elemento forzosamente fiel, monógamo y heterosexual. Era natural que apenas la Providencia le acercara una mujer (una perteneciente al conjunto “Chicas”), Rodolfo se aferraría a ella como ciertos moluscos nadadores viajan por el océano hasta que clavan su apéndice muscular en el sedimento como un hacha, cuya concha o manto tiene la facultad de segregar capas de calcio alrededor de la película mucosa que lo lubrica; al cabo de un tiempo ésta se rompe y el molusco regresa a la deriva, que varía entre el océano y la muerte.

     
         

Autora

 

 

 

 

 

Foto: Stefania Fumo

 

 


 

   
             
 

Pola Oloixarac nació en Buenos Aires en 1977.
Estudió Filosofía en la UBA y escribe sobre arte y tecnología
para diversos medios.
Mantiene el blog melpomenemag.blogspot.com
Las teorías salvajes es su primera novela.

   
         
                 

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[Perfil]

La teoría en tiempos de Google

por Beatriz Sarlo

 

El pececito se llama Yorick y la gata Montaigne Michelle. Su dueña se aferra a una “edición trilingüe de la Metafísica de Aristóteles” y usa “gorra de escribir” como Jo en Mujercitas. Una tormenta le impone, como toda la naturaleza, su “efecto gótico” y el terror la conduce a una cita de John Aubrey sobre la costumbre de Hobbes de cantar de noche desgañitándose porque creía que así beneficiaba sus pulmones. Inmediatamente, por deslizamiento, llega Rousseau que, como Hobbes, también protagoniza episodios de paranoia “clásica y barroca”.
Cualquier párrafo de la novela de Pola Oloixarac ofrece esta variedad de remisiones culturales. La Facultad de Filosofía y Letras de la UBA es la patria de adopción de la narradora (alias Rosa Ostreech: Avestruz Rosado), hija vengadora y respetuosa, satírica y disciplinada de la heterotopía cuyo lugar físico es Puán y Pedro Goyena. Las teorías salvajes no podría haber salido de una cabeza educada en otra parte; a quienes conocen la abigarrada escena de la Facultad esta novela les resultará algo así como una carta escrita por un pariente próximo que desprecia y ama los cuatro pisos del edificio y los personajes de picaresca que discurren allí (los vendedores de videos y discos truchos o de panes rellenos, los organizadores de iniciativas descabelladas que la novela, al pasar, pone en ridículo, las profesoras arratonadas, los ayudantes de cátedra solícitos, los titulares carcomidos por la decrepitud y la repetición que se transforman en objetos eróticos de estudiantes obsesivas, ávidas y ambiciosas).

Las teorías salvajes muestra lo que se puede hacer con lo que se aprendió en la Facultad, o sea que, a su modo, es un panegírico del mundo universitario que ha convertido a una mujer joven y bella (narradora, personaje, conste que no digo autora) en una especie de monomaníaca para quien lo erótico se consume o se consuma en la pasión filosófica y viceversa. Reivindicación hipercrítica de Puán y Pedro Goyena, la novela se apoya sobre el mismo suelo que convierte en un campo minado. No hay por qué pensar de antemano que eso carece de un interés más amplio, porque todo depende de la eficacia de la sátira que a veces es veloz, inteligente, cruenta, y otras, demasiado engolosinada con su perspicacia.

Fiel a esta heterotopía del Saber, la narradora tiene siempre un libro a mano para fregarlo contra el hocico de su gata en un gesto de didactismo mimético; o para contar una performance porno-underground o un trip de pastillas y polvos diversos en una disco. Las teorías (antropológicas, psiquiátricas, filosóficas, tecnológicas) fascinan, pero también son instrumentos para escribir una novela que yo no llamaría filosófica, sino de aprendizaje, no una “educación sentimental” sino una educación a secas.

Se podría hablar de los procedimientos intertextuales que ponen de manifiesto esta educación, de las citas de libros reales o de textos inventados. Sin embargo, no estoy muy segura de que “intertextual” sea la palabra adecuada. Habría que buscar otra. La intertextualidad pertenece a la época de las bibliotecas reales y de las enciclopedias. Las citas, alusiones y ficciones teóricas de esta novela son de la era Google, que ha vuelto casi inútil el trabajo de hundir citas cifradas porque nada permanece cifrado más de cinco minutos. Sylvia Molloy escribió que la erudición borgeana era incierta y finalmente poco confiable. Esa cualidad dudosa de la cita, que producía la indeterminación de los textos de Borges, hoy no tiene condiciones de posibilidad: no hay incertidumbre; verdadera, modificada o intacta, la cita siempre se encuentra a pocos golpes de teclado; y las citas falsas no aparecen entre los resultados del buscador.

El personaje de Las teorías salvajes lleva una mochila llena de libros, posee los clásicos en las lenguas correspondientes, clasifica con cartoncitos los estantes de su biblioteca. Pero ella y nosotros sabemos que allí está Google, burlando la colección de libros y artículos sobre papel, como una amenaza a la custodia privada del saber. Atento a esta cualidad Google, Tulio Halperín Donghi, en Son memorias, reemplazó todas las referencias a libros que conoce perfectamente por una fórmula leve y divertida: “Google me informa”. Después de Google, no hay erudición sino links. Las teorías salvajes vive desesperadamente esta situación y quizá por eso Pola Oloixarac acumula referencias.

Aunque Hobbes es “el centro flamígero” de la biblioteca y las teorías de un antropólogo apócrifo invierten la ficción freudiana en torno al asesinato del Padre, Las teorías salvajes sobresalen más en el aforismo y el mot d’esprit: un setentista es un “trasto viejo de ideologemas” y está “envuelto en su extraño glamour de veterano de guerra sucia”; el consumo de cumbia por las capas medias es una “degeneración chic de lo inadmisible”. Igual que Laura Ramos, Oloixarac es implacable con la educación recibida como hija de “progres”: a los chicos no se les compra helados Massera y en los colegios está bien visto “escribir ensayos sobre los desaparecidos y poemas sobre la dictadura en las clases de expresión corporal”, cuyos títulos pueden ser “Pégame y llámame Esma”. La caricatura de esos años de infancia es tan sarcástica como eficaz, con una sola excepción: no funciona la parodia del diario íntimo de una militante setentista que la novela transcribe. La parodia necesita una idea más exacta del texto a parodiar y Oloixarac no la tiene.

En paralelo a la historia del desenfrenado erotismo filosófico de la narradora nacida y criada en Filosofía y Letras hay otra historia, que transcurre en el escenario de lo semi fashion, semi cool, bizarro de Buenos Aires, donde cada minoría cultural es el centro de pequeños oleajes de celebridad marginal (en realidad: todo es margen). Esos personajes, por un capricho de la fortuna, acceden al estatuto de celebrities fugaces. Allí hay de todo: hijos de madres setentistas (exactamente captadas con su pelos al viento a lo Farrah Fawcett y sus largas polleras), parejas en busca de parejas que arman una especie de colonia urbana para el sexo, las drogas, la difusión de videos, y la creación de una página de games en Internet que se inaugura con Dirty Wars 1975, nerds, cumbieros y, como pintoresco desafío, un empleado de MacDonald’s con síndrome de Down que se masturba con la protagonista de videos under porno. Este abanico de life-styles tiene una dinámica merecidamente mayor que el reducto Puán de las pasiones filosóficas. La zona juvenil de Las teorías salvajes, en especial una noche en la disco y la realización del video-game cuya acción transcurre en los años setenta, muestra una vitalidad exuberante, acentuada por la original insistencia con que Oloixarac escribe sobre los cuerpos feos y las materias o los olores inmundos.

La mezcla de bizarros, nerds y beautiful people produce un tratado de microetnografía cultural más convincente que los que resultan de las pasiones teóricas. Las teorías salvajes están allí.

 

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[Revista Ñ]

Hacia una literatura más radical

por Hernán Vanoli

 

Cuando una novela aborda de modo directo núcleos traumáticos de la sociabilidad que la constituye y alimenta, y además muestra la voluntad de cuestionar ciertas prácticas y creencias presentes su comunidad de lectores potenciales, ese ímpetu de trascendencia, por más que venga acompañado de los correspondientes anticuerpos, funciona como un hecho político – literario en el que vale la pena detenerse. Las Teorías Salvajes, de la debutante Pola Oloixarac, cumple con estos requisitos.

La novela es, a primera vista, el diario desbocado de una estudiante de filosofía que sueña conquistar a un titular de cátedra. Este diario convive con la historia de amor entre Pabst y Kamtchowsky, dos bloggers que, retratados con despiadada ironía, encarnan los clichés propios de una microcultura arraigada en un sistema de referencias geek cuyas coordenadas van de You Tube y la modernidad periférica del circuito de las artes visuales a Los Goonies y las películas de Olmedo y Porcel, pasando por la filosofía de Leibniz y la revista Humor. Recorrido hiperbólico entonces, que a través de la lógica de la redundancia y la superposición disecciona un humus emotivo generacional, como si Oloixarac fuese una etnógrafa trash empantanada en el fango académico de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, con la que se muestra inclemente pero de la cual, sin lugar a dudas, es un producto refinado.

Diario y romance narrado en tercera persona se ven interrumpidos por mazazos o bocetos de esas “teorías salvajes” que conforman el núcleo de la novela: una ambiciosa ontología de lo humano (la “Teoría de las transmisiones yoicas”, que apuesta por una suerte de neo-racionalismo pragmático e historicista, no teleológico), y unas acaso más interesantes reflexiones sobre lo actual (“había comprendido que el régimen de acceso a la empatía contemporánea se encuentra vinculado al uso inteligente, glamoroso, de la crueldad”) que, de a momentos, acercan su propuesta a la de Michel Houellebecq o Frederic Beigbeder. Pero, a diferencia de lo que ocurre con los franceses, el deseo de producción de verdad que sostiene Las Teorías Salvajes surge de procedimientos que asumen el riesgo de apropiarse y de re-contextualizar la jerga heredada de la filosofía canónica, haciéndola, al fin, productiva.

A la hora de abordar la herencia de la militancia setentista, la novela cae en su propio diagnóstico generacional. Así, aunque la repetición de ciertos gestos pop sobre las fricciones entre líbido social y proyecto político no están a la altura de su inteligencia, estamos ante el triunfo de una voluntad que reclama un espacio diferente para la literatura, acaso más radical.

 

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[La lectora provisoria]

Huida y lectura rápida

por Dasbald

 

Tratando de huir a los microefectos negativos que me provoca el contacto con mi familia política, de la cual una parte esta noche viene de visita a mi hogar dulce hogar, salgo a la calle, me encamino hacia una librería tratando de comprar Las teorías salvajes de Pola Oloixarac. Pronto me doy cuenta de que estoy ante un posible pequeño best seller, si es que apresuradamente se puede llamar así al efecto de haberse agotado en una, dos, tres, cuatro librerías. Finalmente hay dos ejemplares en una sucursal de Hernández sobre los que me abalanzo discretamente. Entonces pago, miro de reojo alguna que otra cosa, pero básicamente salgo rápidamente del local y más rápidamente intento abandonar la zona de la avenida Corrientes con su aire de fantasma setentista de sábado por la noche. No es que la calle Corrientes me parezca insoportablemente espeluznante y horrible bajo cualquier luz o a cualquier hora del día, debiendo escapar imperiosamente cada vez que necesito frecuentar sus inmediaciones, sino que en esta ocasión su fealdad no es suficiente. Debo buscar algún espacio o sitio aún más espantoso que silencie el continuo tic tac con el que una bomba de horror doméstico me acosa: ellos, es decir, mi cuñado, el primo de C., en fin, y algunos otros miembros de la tribu de los Campanelinsky, en este momento deben de estar paseándose por mi casa y sus pasillos, inspeccionándolo todo, hablando a los gritos, etc. Por lo tanto, no se me ocurre nada mejor que el Alto Palermo para esta emergencia. La noche recién comienza y el show aún no.

Una vez allí, en el patio de comida, me siento en un sillón alargado, tipo banco de plaza acolchado, que da frente a un McDonald’s, entre dos seres en devenir rubias y un padre con su hijo recién amaestrado. Abro el libro, comienzo y sigo sin poder detenerme hasta la página 188 en la que leo: “Nada compite en asco con el capitalismo escénico desarrollado por las izquierdas para la comercialización de sus productos. Es una forma de banalidad común a las sociologías triunfantes: el silogismo práctico según el cual la verdad está necesariamente del lado de los perseguidos y de los pobres, sólo porque halaga al ideal democrático en vigencia y otra sarta de eufemismos que no pueden ser puestos en duda. Tener una izquierda triunfante en el ámbito de la cultura tiene consecuencias peores que simplemente malas películas”, dice el personaje apodado como Pabst, blogger de la paja furiosa, aspirante a destruir cualquier romanticismo del individuo a través de sus despliegues teóricos sociológicos, y a punto de crear unas páginas más adelante, con otros 3 freaks de la cultura porteña con los que comparte sexo grupal y frustraciones, un juego en red llamado Dirty War 1975 en el que los montoneros son recompensados por una grabación de la voz del padre Mujica, a la vez que se enfrentan tácticamente, por ejemplo, a Rani I en su uniforme de servicio: traje, corbata, Ray Ban negros.

Al detenerme se me ocurre que me he reído más de una vez en voz alta a lo largo de estas 188 páginas que recorrí de un tirón, aunque no puedo asegurarlo. El ruido ambiente distorsiona cualquier sentimiento y su concatenada expresión. Se trata de determinar algo en medio de la sofisticación del ruido. Pero debo decir que esta frase, no el primer dardo dirigido hacia la izquierda, me hace reír a la vez que no puedo dejar de sentir cierta compasión por este grupo de personas exaltadas, mesiánicas, del cual tantos, y cada vez más, van a comer como se come la carne al borde del patíbulo. De pronto siento que me enternezco, poseo un sentimiento de piedad política y recuerdo la risa fáustica y la vitalidad glamorosa de Foucault restallando sobre la pudibundez de un Chomsky sobrecargado de buenas intenciones. Como dos estrellas de una película blop, sus rostros me dicen algo desde la minipantalla de youtube.com. No puedo dejar de pensar que el postestructuralismo tuvo algo que ver en esta carnicería, en esta caída, con sus mariconerías teóricas, su desdén por lo humano, su capacidad milimétrica para la semántica y la sintaxis, su frivolidad y cinismo eléctricos. Pero vuelvo a la lectura, donde finalmente todos los personajes se reúnen en una fiesta para celebrar un nuevo programa con el que intentan hackear el Google Earth, como insectos embravecidos por el alcohol, el sexo de terrario y el fin de cualquier ilusión romántica, de cualquier espontaneidad que pueda dejarlos más allá, o más acá, de las teoría que enarbolan una tras otra, constantemente, tratando de no quedar desnudos, porque, a decir verdad, los personajes que pululan por esta novela, no tienen idea de qué es estar desnudos, de qué es la espontaneidad, esa diosa innombrable, desproporcionada y deforme.

Novela sobre los ritos de iniciación, casi como si de un manual de etología se tratase, pero qué manual desopilante, en un primer capítulo podemos seguir retrospectivamente la historia de los padres de K, actual artista multimedia, allá por los ‘70, y los comienzos de una relación donde sexo y política se mezclaban como vemos se mezclan también muy rápidamente en la contemporaneidad de K., pero con la diferencia de que en aquellos años de plomo, dice Pabst, uno se podía permitir ser cursi, decir yo quiero ser un poeta maldito, mientras que hoy eso sería una ridiculez insoportable. Así como la generación anterior, una bomba de jabón que explota desencadenando la generación de K, separándola, expulsándola en fragmentos, las aventuras de nuestra narradora, que mira a K y su pandilla desde la distancia y de la cual solo conocemos su nombre por medio de un anagrama, volverán a unir estas generaciones, entregándose ella misma a un examen minucioso con el que intentará ver cómo el pasado se vuelca en el presente de la artista K., pero sin saber que al acercarse tanto, ambas capas, la década del ’70 y la actualidad, colisionarán mostrando cada una sus detritos, sus inseguridades y su imposible erotismo. Porque nuestra narradora, una especie de Mirna Minkoff en busca de su Ignatius Reilly, nos irá contando sobre ella misma y sobre el enamoramiento incontrolable que sufre por un profesor ya decrépito de la facultad, a la vez que se ve perdida en el rito de aprendizaje al que se somete cuando trata de seducir a un ex líder montonero con el que se propone aprenderlo todo y así volcar ese conocimiento, experta estudiosa, sobre el campo de batalla amoroso, pero por sobre todas las cosas, sobre las teorías anquilosadas de su profesor, futuro amante, a las que intenta insuflarles vida. Porque el campo que Augusto García Roxler comenzó a vislumbrar cuando era joven y trabajaba ad honorem en la Colonia Montes de Oca, necesita de esta ninfa milimétrica que todo lo observa desde su claustro en el que vive con un pez y una gatita. Narradora virginal, férrea, que nos recuerda un poco al costado irónico del poema de Margaret Atwood, The Loneliness of the Military Historian, en el que una mujer habla de su profesión de historiadora de la guerra, poco a poco, al ir mostrándonos sus teorías y sus lecturas, logra algo irresistible: hacer delirar el lenguaje técnico de la ciencia hasta convertir la novela entera y su cadencia filosófica, cuya voz personal parece delineada dúctilmente por un dibujante de historietas, casi como si Pola Oloixarac intentara leer al Marqués de Sade como un escritor de comedias, en una comedia de costumbres desopilante, donde por ejemplo no falta el diario de una militante que le escribe a Mao sobre su cola chata y los bigotes de su enamorado. Pero por sobre todo, lo que Pola Oloixarac intenta con cada avance táctico sobre la historia, la política, el miedo a dejar de ser humanos, la construcción exacerbada de situaciones y deformidades narrativas, el análisis hilarante y exhaustivo de películas de la cultura de masas, el propio deseo de la narradora, es cuán lejos se ha propuesto ir, aún a riesgo de fracasar en un lugar donde esta novela se encuentra sola, debiendo saludar tal vez como los gladiadores que se entregaban a la arena pública diciéndole al César, Morituri te salutamus, sabiendo muy bien que el pasado no es sino un umbral de presente puro, salvaje, en el que nos ponemos una tras otra las teorías pero también intentamos sacárnoslas, una tras otras, como infinitas capas de horror.

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[Radar Libros]

Retrato del yo

por Mariano Dorr

Algunos de los primeros capítulos de esta novela filosófica comienzan con el relato de un rito de iniciación; niños que son perseguidos y atormentados por hombres enmascarados “que amenazan a los pequeños iniciados, persiguiéndolos a punta de lanza hasta empujarlos al centro de los rituales del miedo”. Una vez de regreso, los niños traen puestas las mismas máscaras con que habían sido perseguidos: dejan de ser presas para convertirse en cazadores. La experiencia del miedo los prepara para enfrentar las dificultades de la vida en comunidad y, sobre todo, la guerra. El primer epígrafe de la novela pertenece a un texto de Adorno: “Toda la práctica, toda la humanidad del trato y la conversación es mera máscara de la tácita aceptación de lo inhumano” (Mínima Moralia). Es decir, la práctica misma de los ritos de iniciación, donde hacen falta torturadores enmascarados –verdaderos precursores de toda pedagogía futura– es ya una “mera máscara”. ¿Y qué hay detrás de ese disfraz? Sólo bestias; la más cruda brutalidad que llamamos, eufemísticamente, humanidad. Las teorías salvajes cuenta (entre otras historias paralelas) la iniciación de la “pequeña Kamtchowsky” y su grupo de amigos en la vida sexual e intelectual de Buenos Aires en la era del blog y la ketamina; pero esta vez, se trata de una iniciación con tormentos teóricos y son las teorías mismas las que ahora se exhiben como máscaras. En definitiva, las teorías son máscaras detentadas por tribus modernas. En este sentido, el texto se revela menos como una novela filosófica que como una ficción teórica. En su estructura, la novela amenaza con presentarse como un Tractatus, aunque asediado por el mismo caos que caracterizó desde siempre a la filosofía.

Una voz femenina en primera persona especula con fascinar a un viejo y afamado profesor de Puan (Filosofía y Letras) proponiéndole “un proyecto imposible”: llevar sus propios desarrollos teóricos –la “Teoría de las Transmisiones Yoicas”– a su máxima radicalidad. El loco afán de seducir al profesor Augusto García Roxler lleva a la narradora a escribir sus más bellas páginas en algún lugar entre la carta de amor, la meditación cartesiana y la filosofía política hobbesiana. Para explicar el vínculo entre Soberanía, Reverencia y Muerte, la narradora observa (como Spinoza con sus arañas) un encuentro entre su gata –Montaigne– y una “Blatella Germanica”, la típica cucaracha. Ante el poder de la gata, que la manipula con facilidad, la cucaracha “avanzó voluntariamente hacia su Predador y se postró frente a él”. La narradora se pierde en el “derrotero mental del insecto” Y si es posible imaginar la voz interior de la cucaracha es, ante todo, porque nosotros mismos somos conciencia, y la conciencia –según la teoría– no es sino el resultado de la experiencia del terror. Sólo puede haber un Yo allí donde hay miedo.

La primera novela de Pola Oloixarac no es tanto un texto ambicioso como una novela sobre la ambición. ¿Acaso “pensar”, decir “yo pienso” no es ya una empresa ambiciosa? Las teorías salvajes propone su propio proyecto imposible: hacer un retrato del Yo. Es decir, el retrato de esa ficción que asumimos todos los días, sin hacernos cargo de sus efectos. Y no se trata ni de una psicología ni de una fenomenología del espíritu, sino más bien de una comedia filosófica deslumbrante.

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[Rolling Stone]

Generación post-post

por Agustín J. Valle


El pasado, más que determinarnos, muta al compás de lo incierto del presente. Intervenir sobre él –su figura, su sentido, sus derivados- es un modo humano de constituirse actualmente. Esta novela de autoconciencia generacional (Oloixarac nació en el 77 y plasma la era multidroga y Google Earth) critica el proyecto político de la generación de los setenta. En tiempos en que desde la cúspide del Estado se gesticulan reivindicaciones de lo muerto entonces, difícil ver como casual que una de las dos protagonistas paralelas de Las teorías salvajes se apellide Kamtchowsky y sea casi siempre llamada la pequeña K.

El humor, por tramos subyacente y por tramos explícito en esta novela debut, acota el rango de tiro de su ambición –manteniéndolo distintivamente extenso pero dándole finitud-, al tiempo que la salva de la pretenciosidad del sabelotodismo. Pues el tono hasta absurdo y delirante que adquiere el relato de la narradora, una bella y brillante estudiante de filosofía, relaja nuestra recepción de su teoría. Plantea una matriz para las formas de ser de la criatura humana, vinculada a la herencia histórica de los albores de la especie: la marca de haber estado milenios ocupando en la cadena alimenticia (esa dinámica cotidiana) la posición de presa. La lógica presa-predador, lógica del matar y ser matado como posibilidad constante del mundo, anidaría en toda estructura cultural. Funda un punto de vista que emana un radical trastocamiento de la moral, lo que pone a circular, en todas las zonas y épocas, un amplio abanico de atrocidades; con la sustancia de esa memoria, Oloixarac, sobre el final de la novela, literalmente pinta su aldea.

Novela también de obsesión sexual -vale decir de realismo sexual-, con una pequeña K de promiscuidad no ideológica que involuntariamente deviene estrella porno amateur, y una filósofa-narradora elegantemente guasa, que sólo para impresionar a un tipo quiere levantarse (apresar) a otro, un escritor ex montonero que le parece horrendo. Sobre él la novela tracatatea su crítica. Califica a los Montoneros como “banda armada de profesión peronista”, dice “pegame y decime ESMA” y un etcétera de sarcasmo. La tragedia setentista ya no es solemne; estamos en la post-postdictadura. Pero también cuela críticas menos cancheras, como ¿bastan las buenas intenciones para ser heroico?, o el cuerpo de los asesinatos y las amenazas eran el camino ritual hacia un destino ejemplar. A la crítica plasmada en la novela –incisiva argumentación acaso cercana a Bombita Rodríguez- podría objetársele el estar hecha con la liviandad de quien juzga las conductas de un tiempo desde las perspectivas abiertas por el ulterior, salvo por una intervención del ex monto, quien contesta la metralla retórica de la brillante joven diciéndole: “No sos mejor que nosotros por no haberte equivocado. Hubieras hecho lo que fuera por ser una Evita cualquiera, una montonera”.

Con voluntad antropológico-epocal exhaustiva, y un poder de nombrar inhabitual, es una novela sobresaliente. Lejos de meros ejercicios redaccionales, anecdotarios o flashes autobiográficos, busca aprovechar las posibilidades que sólo ofrece el artefacto novela, y en ese sentido lo honra. Ahora bien, en su voluptuosidad expresiva, en algunos tramos se complejiza mucho; rinde culto a la riqueza del idioma pero debilita el lazo con todo lector no altamente letrado, el relato resulta atropellado, como si de tanto entusiasmo la narradora sobreestimara la comprensibilidad de lo que escribe. Pero avanza la novela y triunfa la creatividad, la imaginación, con una trama que en sus mojones “entretenidos” no pierde ni sutilezas ni pluralidad de sentidos simultáneos; el atropello logra la forma virtuosa de una prosa desbordante, que se lleva puesto el lenguaje y deforma naturalmente las palabras.

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[Arcadia]

La palabra salvaje de Pola Oloixarac

Por Oscar Guisoni

Hay un personaje que se repite como una obsesión en las portadas del único libro que hasta ahora se conoce de Pola Oloixarac. Un Napoleón furibundo montado en un blanco caballo mientras mira con ojos torvos y esconde su mano en el abrigo militar en ese gesto que sólo el emperador francés era capaz de ejecutar con tanta autoridad aparece en la edición argentina de Las teorías salvajes (Editorial Entropía) y un Napoleón con un extraño pajarraco anidando en su sombrero corso se repite en la edición española (Alpha Decay). Como si la propia Pola hubiera dado la orden ¿marcial? de incorporar al guerrero máximo en una obra que habla de la guerra como si se tratara de una película pornográfica en la que los fusiles son penes incólumes que penetran cuerpos de mujeres que provocan la muerte con filosófica alegría. Las portadas (ambas) funcionan así como preludio alucinado de lo que vendrá, anuncio de un texto bizarro como pocos, plagado de árboles invertidos, tortugas que son como el universo, manzanas por cabeza y elegantes cucarachas de roja cabellera. Ante semejante despliegue surge la pregunta: ¿quién es Pola Oloixarac?

Nacida en Buenos Aires en 1977, Pola era apenas una palabra mágica pronunciada entre ciertos especímenes de lectores argentinos desde que en 2008 publicó Las teorías salvajes, suscitando una avalancha de críticas excelsas y se transformó de repente en una especie de incipiente celebridad regional cuando la prestigiosa revista literaria inglesa Granta la incluyó el pasado año en el grupo de los escritores en lengua castellana destinados a alumbrar el porvenir. Antes de Las teorías salvajes

Oloixarac era, como ella misma lo cuenta, una escritora secreta que había empezado a “escribir a los siete años y a los ocho, en un viaje familiar por el Atlántico”, que se había obsesionado con Carl Sagan tanto como para empezar “a mandar cartas a la Nasa” y a la que fascinaban Borges y Leopoldo Lugones, mientras conseguía su primer trabajo como escritora redactando textos… ¡para un hotel!

Mientras entrenaba su escritura ejecutando “un libro de cuentos sobre enfermedades imaginadas, una comedia social que transcurría en Punta del Este (con orgías de quinceañeras católicas), una novela de ciencia ficción biológica (que ahora estoy reescribiendo), y una novela en inglés gótico, sobre un joven rey que es visitado por fantasmas”, Pola ingresaba a la Universidad de Buenos Aires para estudiar Filosofía, un dato biográfico no menor teniendo en cuenta que en ese ámbito se desarrolla su libro.

Su primera novela, que recibió elogios de Ricardo Piglia (“el gran acontecimiento de la nueva narrativa argentina”) y de Ignacio Echevarría (“una novela realmente insólita, escrita por una exquisita antropóloga de la barbarie contemporánea”), entre otros, es un texto arrollador que tiene por protagonistas a una joven pareja que hace de su deformidad física su raison d’être, mientras una rara voz en primera persona fantasea con seducir a un viejo profesor de la facultad proponiéndole llevar hasta las últimas consecuencias su extravagante Teoría de las Transmisiones Yoicas. Personajes que en realidad son refinadas excusas para que Oloixarac saque a relucir su ácida visión del Buenos Aires contemporáneo, una ciudad que bien podría ser cualquier otra del planeta, ya que en la era de las redes sociales y el mundo Google poco importa en qué lugar se desarrollan las tramas.

Construida a golpes de descripciones filosóficas, como si la filosofía fuese el ángulo que viene a reemplazar las visiones psicoanalíticas de los personajes que alumbraron la literatura en el siglo XX, Las teorías salvajes es también una reflexión profunda sobre la violencia y sobre los modos que la violencia adquirió en los años setenta, o al menos, sobre el modo en que a Pola le narraron la violencia de una época en la que ella no vivió, pero cuyos ecos impregnaron sus años iniciáticos. “Sentí que seres privados de luz permanecían junto a mí en medio de sombras impalpables; que un hombre me miraba como solo se mira a un predador. ¿Era este el llamado ?”, se pregunta la poderosa voz que recorre la novela, solo un poco después de haber afirmado que “aquel que nunca ha oído historias de dioses, héroes y santos, difícilmente quiera o pueda transformarse en un héroe o un dios”.

Novela sobre el mito, o mejor, sobre el reciclaje de los viejos mitos en el esperpéntico siglo XXI que apenas comienza, Las teorías salvajes es también una broma macrabra de humor negro capaz de hacer desternillar de la risa al lector durante páginas, una risa que se corta de manera brusca cuando se percibe que no hay mucho de qué reírse y la mueca se trastoca en horror. Es ese mismo horror que ensombrece el texto desde el principio, cuando un narrador incierto todavía relata “los ritos de pasaje” practicados por ciertas comunidades primitivas en los que los niños que van a ser iniciados son “amenazados por adultos que se agazapan entre los arbustos” para provocarles miedo, un miedo primordial que está en la base de toda formación del yo. Después de convertirse “en testigos de secretas ordalías y tormentos que cifran la historia de la tribu”, los niños que sobreviven “regresan a la aldea, vestidos con máscaras y plumas como los espíritus que los amenazaron al principio, y participan de la caza de cerdo. Regresan ya no como presa sino como predadores”.

Invadida de una sexualidad tan salvaje como la que anuncia su título, la ópera prima de Oloixarac más que una cumbre es un anuncio de lo que vendrá. Bella y voraz, como su autora (a juzgar por la seductora foto que acompaña la edición argentina sería lícito preguntarse —en irónica sintonía con su propio texto— si no estamos ante la primera escritora diseñada íntegramente por Photoshop de la historia de la literatura), la palabra de Pola llegó para quedarse y todo hace suponer que todavía tiene mucho por decir. ¡Que así sea!

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[Babelia]

Caracola Pop

por Sabino Méndez

Cuentan los mejores guitarristas de los sesenta que cuando Jimmy Hendrix se presentó sobre un escenario europeo, después de ver su técnica y la variedad de sus dotes, todos pensaron que iban a tener que espabilarse mucho porque el nivel de exigencia iba a subir desmesuradamente. Entre los escritores jóvenes que actualmente usan el español como herramienta de trabajo, es posible que algo parecido vaya a suceder cuando progresivamente vayan conociendo el libro de Pola Oloixarac Las teorías salvajes, recientemente editado en nuestro país (Alpha Decay). Libros como este son libros-prueba, libros que no admiten opciones tibias. Suponen un salto técnico en el panorama joven, y hablo de escritura joven dando por buena la definición de Montaigne. El libro podrá gustar o no, ser admirado o rechazado, comprendido o malinterpretado, pero en cualquier caso queda fuera de duda la capacidad de la autora a la hora de dominar los registros, su pericia para combinarlos, su facilidad para el contraste y, en general, una variedad de técnicas narrativas de excelente página. Da la sensación como si Pola hiciera los solos con las seis cuerdas y los demás escritores jóvenes los hicieran solo con una. Se lo pone muy difícil a los debutantes de estereotipo narrativo como el hipido feminista autocompasivo, el buenismo terribilista de barrio o el telegrafismo de angustias de juguete para usuario de Internet. Los escritores del tipo de Pola no pueden conformarse con tópicos monocordes porque son voraces; absorben todo. En sus páginas vemos aparecer desde el hoyuelo estilístico de la añeja Jane Austen hasta la malignidad de un Vila-Matas, la franqueza de un Hunter S. Thomson e incluso versiones pop de las innovaciones de W. G. Sebald sobre la página impresa. Enfoques similares podrán encontrar los más avisados en otros escritores jóvenes como Manuel Vilas. A veces pienso que la mayor brecha de comunicación entre los diferentes países que usamos el español se debe precisamente a causa de nuestro común idioma. A los españoles nos cuesta hacernos a la idea de que los argentinos llamen cola a la región glútea sin sentirse fatal al beber una pepsi. El enigma del verbo coger ya es broma vieja. ¿Por qué usan una palabra tan común y polisémica para el trato carnal? Los españoles, como andamos todo el día cogiendo cosas (incluso medios de locomoción), no es extraño que terminemos pergeñando libros que parecen embarazados por un trolebús. En el libro de Pola se coge mucho, y eso me alegra porque permite repetir esa palabra muchas veces en las críticas sin ser considerado chabacano. Como libro contagiado de pop intelectual (fabuloso oxímoron), Las teorías salvajes tiene una extraña música, a medio camino entre The Residents, Tav Falco y The Tigerlillys. La vocación literaria de Pola está fuera de toda duda porque, con la grupa y el tipazo que gasta, podría perfectamente ganarse la vida de una forma espléndida sin necesidad de dedicarse a la escritura. Pero lo definitivo, lo fundamental, es que su libro nace de toda la cultura de masas que ha acompañado la música popular en el último medio siglo. Y eso supone un paso adelante en la idea (tan cara a cualquiera que tenga visión de futuro) de que esas herramientas pueden estar al servicio del verdadero arte.

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[La Mano]

Caracola Pop

por Sabino Méndez

Al que dijo “Fogwill con polleras” le digo naaaaahhh, naaaahhhh y requetenaaaahhh, la veo mucho más Carly Simon con ojos de “tears in my coffee” y todo en la penumbra del “Café de los Incas” (la mejor carta de maltas all around the city) con Bryan Ferry colándose en mi grabador digital cortesía de, ya saben, la radio-de-clásicos.

“Será que los dos no nos comemos la mitología de la izquierda, pero lo que cada uno hace con eso es totalmente distinto”.

Va a decirme la escritora revelación (¿revolución?) del último año de la primera década del nuevo siglo de un país más bien tirando a sin novedad en el frente en la vida narrativa.

Pero llegó Pola (1977): la del apellido difícil, como de ansiolítico (que no quiere revelar el origen geográfico por cuestiones de política de género. “Las mujeres siempre terminamos llevando el nombre de un hombre, no es relevante que te diga eso. Es una decisión y punto”); la que algunos (Quintín) pensaron que era un tipo (¿Fogwill con pollera?); la que, antes de empezar a hablar, pide poder escuchar la entrevista.

-Y no Pola Oloixarac, eso no se hace...

Se nota que la chica está feliz (“mi idea era que la novela se expandiera como un virus”) y al mismo tiempo seca (y un poco paranoica se ve) con la repercusión de Las teorías salvajes que agotó una edición de mil libros desde enero (los solemnes agitadores del runrún columnístico matarían por colocar esa cantidad en ese tiempo) y va por la segunda vía Entropía -a donde la chica llegó apuntalada por... ¡Fogwill! (sin pollera)-.

Les voy a contar cual es el éxito verdadero de LTS (así lo pone ella en los mails que cruzamos pre y pos “Café de los Incas”). Cuando entro en el bar y tengo que esperarla diez minutos siento que es una trampa y que el que viene a sentarse a la mesa conmigo no es otro que “Collazo”, el sádico ayudante de cátedra que yo digo que viene a ser Galimberti. Estoy tratando de decir que la novela crea un mundo tan poderoso que puede plugearse como USB a nuestro rígido cotidiano.

Y, ¡bum!, tras una devaneo acerca del oximoron “teorías salvajes” y la delgada línea entre la racionalidad extrema y el desprecio por la humanidad, a la Oloixarac (¿griego?, ¿checo?) le sale una frase de aquellas:

“Galimberti es mucho más interesante que Voltaire”.

Y para seguir en la senda digamos que LTS explica paso a paso como hackear el programa Google Maps tal como un panfleto de la tendencia podría pasar la receta de una molotov. Y que consigue integrar la herrumbe del mundo académico (Puán) con una crítica a la izquierda acrítica (y no, no es reaccionaria por eso. Houllebecq tampoco) y un friso generacional que entrelaza a la Buenos Aires geek-cosmo de la pos crisis como nunca hemos leído aquí.

“Mi plan era hacer un artefacto sobre el estado actual de la cultura. Quería hacer una comedia con eso”.

Yo también creía que Pola Oloixarac era un invento. Cuando me escribió que el lunes no podía porque “tenía que comandar un grupo terrorista” o cuando escuché en su contestador “marque 1 si es hombre, 2 si es mujer, deje un mensaje si no es ninguna de las dos cosas”. …

Si este texto huele a booklet es porque sí: salí a comprar LTS como si fuera un disco.

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[El País]

El plan maestro de Pola Oloixarac

por Gabriela Wiener

"El gran acontecimiento de la nueva narrativa argentina", como lo ha llamado el pope de los novelistas de ese país, Ricardo Piglia, tiene a lascelebrities del cosmos literario hispánico alborotadas, primero al otro y ahora a este lado del charco. Las teorías salvajes, de Pola Oloixarac (Buenos Aires, 1977), que acaba de aterrizar en España gracias a la editorial Alpha Decay, no sólo es un desternillante catálogo contemporáneo de doctrinas sobre la guerra en tiempos de Google Earth, tan impracticables como indestructibles, sino también una sátira de la oficialidad académica, política, cultural y progre de los setenta, bombardeada con los argumentos/armamentos de una mujer fatal. Aunque cuando su autora escucha decir que parece un Houellebecq con falda y tacones, afirma llevar "la mano a mi revólver".

Pese a su aspecto de pin up, su léxico de doctora en filosofía política le ha granjeado muchas enemistades; algunos la han acusado de reaccionaria, por su potente crítica a la izquierda de su país; otros (los que más) de guapa; de impostora, y hasta de "escribir sin amor". "¡Pero la novela está llena de amor! Hay mucho amor a la teoría, pasiones nerds, la vida interior de la erotomanía. Y filosofía, que es algo más que la excitación sexual por el saber", defiende la escritora. Pero ¿quiénes la odian? "Me odian los emos sin sentido del humor, los velocirraptores", asegura. ¿Y quién la ama? "Los amantes de las emociones fuertes, del vino, la filosofía, las olivas y el jamón". ¿Fuentes para esa inspiración caleidoscópica? De todo un poco: las facultades de filosofía, que ella define como "ecosistemas gagá" donde encontrar "perfectos personajes de comedia". Lo modernillo y friki del último Buenos Aires "como motivación morbosa". Y, desde luego, la campante "tácita aceptación de lo inhumano", como reza el epígrafe de Theodor Adorno al inicio del libro: "Me interesa la violencia como parte de la cultura, un componente obsceno que se exhibe como una cualidad obvia de la civilización, cuando es brutal".

Por su discurrir mental y verbal salpicado de cibercultura, porno y videojuegos, y por su talante innovador, la tentación de situarla como prima porteña y tardía de la española generación Nocilla también sería grande si no fuera porque esta novelista punk, filósofa, blogera, experta en arte y tecnología, cantante dulce del dueto Lady Cavendish, modelosexy en las revistas y devota de los zapatos del malogrado Alexander McQueen, es escandalosamente inclasificable. "Se trata de una novela brillante, excitante y pedante, a partes iguales", opina de Las teorías salvajes el crítico literario Ignacio Echevarría: "es decir, rabiosamente argentina. Sorprendente, también. Y una prueba de fuego, además, para tantos escritores españoles que, con mucho menos atrevimiento, se las dan de modernos". El escritor Javier Calvo, por su parte, cree que para los que están alimentados de su "dosis de nocilla patria y traducciones de Anagrama", descubrir esta novela, "parecida a Sterne, a Nabokov, a Pynchon y yo qué sé a qué más", va a suponer un "patatús". "Yo personalmente me rindo de rodillas ante su narradora monstruosamente erudita, cruel y virginalmente cautivadora", confiesa el catalán. Para Julián Rodríguez, editor de Periférica, lo mejor es "su desparpajo y esos lados oscuros que me hacen preguntarme sobre cómo y qué debemos narrar, algo que no todos los libros consiguen".

Etnografía de un fenómeno

Como las ceremonias de iniciación para ciertas tribus aborígenes que aparecen citadas en su libro, el rito de paso para Oloixarac tuvo un despertar salvaje: las "orgiásticas sesiones" con los clásicos de Occidente. Pero tras peregrinar de Borges a Descartes y a través de "una obscena serie de hombres, varios cientos de años mayores que yo", llegó el momento de experimentar esa "aventura perversa que es pasar de la teoría a la práctica" y escribir una novela. Ésta es la primera.

Aunque el libro tiene tantos hilos argumentales como una tela de araña, éste puede ser uno: en un decorado extravagante, dominado por erotómanos, freaks y guerrilleros tecnológicos, se pasea la protagonista, una estudiante de filosofía obsesionada con su profesor, que decide someter a un tercero para poner a prueba una teoría que consiste en la transformación del imperativo marxista-leninista en una escena coital. Las etiquetas para entender Las teorías salvajes son, según Oloixarac, "comedia negra", "experimento con el zeitgeist [o espíritu del tiempo] moral y tecnológico", "el geek en la época de la reproductibilidad sexual".

Oloixarac escribe sumergida en su particular lenguaje y, en sus palabras, "buscando crear los túneles subterráneos, dentro de él, para poder dar con una forma de organizar el mundo, volverlo más hermoso y manejable". Finalmente, su mayor influencia, dice, es el vale tudo, una lucha brasileña donde puedes usar todas las partes del cuerpo. "Al igual que en literatura tienes todo el cuerpo de la cultura para dar tu combate", proclama.

EP3. En poco tiempo ha concitado mucha expectativa entre los autores y críticos españoles, y muchos ni siquiera han leído su libro. ¿Le ha sorprendido?
Pola Olaixarac. Bueno, no. Forma parte de mi plan de dominación mundial.

EP3. Sus personajes lo mismo citan a Rousseau y Hobbes que a Alex P. Keaton, de Enredos de familia, y a Gordo Porcel, el cómico obsceno argentino.
P. O. Es que adoro las comedias malhabladas y las tiras inocentes. Todo lo que quieras saber de una cultura en un momento dado está ahí.

EP3. ¿Así que lo más natural en usted es mezclar citas intelectuales con las alusiones a su biquini? Dijo que la portada argentina de su libro era rosa por el color de su biquini favorito.
P. O. Como diría la gran Esther Williams, que jamás usó uno, un biquini es un acto que se hace sin pensar.

EP3. Entonces lo de la moda va en serio. ¿Por qué ha decidido dedicarse también a la crítica online de moda?
P. O. Creo que mi primer post sobre moda surgió al enterarme de que los uniformes nazis habían sido diseñados por Hugo Boss. No pocas veces, hojeando Vogue Italia, he tenido la sensación de estar ante un prodigioso tratado de sociología, mucho más profundo e innovador que muchos ensayos.

EP3. No sólo en las comedias ingenuas y en las revistas de moda le encuentra usted alma a la cultura. En la novela también analiza la lógica de otro gran producto cultural: el comentador violento de los blogs.
P. O. La autoestima y el desprecio son un mismo movimiento y una forma de subjetividad contemporánea en el comentarista violento. En el blog me hice muchos amiguitos, y gracias a los robots de spam tengo información muy actualizada del precio del Viagra y excelentes oportunidades de negocios con viudas de ex presidentes nigerianos.

EP3. ¿Quién es la Lady Cavendish que da nombre a su banda?
P. O. Una dama maravillosa del siglo XVII que escribió poemas sobre átomos, liebres y la infinidad de los mundos. Con mi amigo Esteban Insinger los transformamos en liederpara piano y voz.

EP3. ¿No le parece que se está pasando de moderna?
P. O. No sé, pero la modernidad es nuestra antigüedad, recurrimos a Baudelaire y Duchamp como los renacentistas babeaban con los grecolatinos. En términos culturales, es un poco inevitable. Ésta es una época renacentista. No me culpes por ello.

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[Télam]

"Escribí mi libro y doy batalla"

por Adrián Moujan

La escritora Pola Oloixarac irrumpió en el mundo literario con Las teorías salvajes, una novela que describe con una visión afilada y divertida el mundo académico, con la que intentó probar que la clase media progresista porteña "no se pone a repensar sus posiciones" y que la izquierda universitaria "no tiene ganas de hacer una autocrítica".

Con apenas 32 años, Pola navega con placer por las aguas de una polémica que surgió en torno a su novela (editada por Entropía), en la que le toma el pelo a ciertos aspectos de la vida interna de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), en medio de referencias filosóficas, históricas y antropológicas, a través de un viaje entre delirante y cómico por la noche under porteña.

Con mucha personalidad, que se trasluce en su blog (melpomenemag.blogspot.com), Pola sacudió a muchos con definiciones como que la facultad de Filosofía y Letras es "un ecosistema gagá donde se permite al académico gagá convivir a gusto con el deterioro institucional".

Sus ironías, que lanza desde la vereda de quien busca la polémica y la agitación, le valieron que una agrupación de izquierda le pidiera un desagravio moral a la facultad y otros la amenazaran, así como elogios por parte de Horacio González o Guillermo Martínez, entre otros.

Esta bella morocha charló sobre su libro y las repercusiones que tuvo.

–¿Cómo nace la novela? ¿Cuál es su génesis?
–Las novelas son uno, no hay manera de no pensarlo así, y a mí me divertía la idea de armar un yo que funcionara como una estrategia de guerra y ver si en mi vida no pensaba también en términos de una estrategia de guerra. Me interesa mucho la guerra, me parece algo re impregnante sobre lo que quiero escribir y sobre lo que quiero dar cuenta. Hay algo del desprecio que atraviesa a todas las personas; que las vuelve inhumanos y que me parece medio fascinante. La manera en que lo siniestro está en nuestras vidas y cómo no hay manera de dejar de verlo así en el momento en que lo ves. El arte de la guerra de Sun Tzu está citado en varias partes de la novela y también leí tratados de estrategia militar. Me interesaba recuperar ciertos textos y leerlos en términos de estrategia militar, porque es otro discurso que es interesante verlo como literario.

–¿Qué querías contar con la novela?
–Quería escribir para poder pensar los valores de una sociedad contemporánea y quería atacar la hipocresía de las clases bienpensantes, la clase media me interesaba en particular. Quería atacar la novela de educación de esa clase media y también el confort en el que vive, que no necesita repensar posiciones y piensa que ya está todo medio bien.

–¿Desde qué lugar lo criticás? ¿Desde una posición de derecha?
–Eso es algo que prefiero que lo responda el lector. No me parece que sea necesario que yo defina un punto de vista, donde la clase media puede ser vapuleada de una manera u otra. El libro es fuerte y está hecho para generar una controversia. Si te gusta, genial, y si querés discutir, también.

–Te metiste con el mundo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA ¿Tuviste repercusiones de eso?
–Hacía tiempo que veía como excelentes personajes a las agrupaciones, a los profesores, a algunas alumnas, a un montón de gente. Venía observando un grupo humano que me parecía un buen material de comedia, que me gustaba y me gusta. No es que yo le quiero pasar una factura a la facultad, en sí me parece divertidísima.

–¿Las agrupaciones te molestan, te parece que son parte de la vida interna de la facultad?
–Cuando cursaba me parecían irrisorios ciertos planteos y situaciones. Era todo muy "trosko". Además, la violencia con la que se manejan, es gente medio heavy a veces. Es muy de la izquierda argentina tomar posiciones reaccionarias. Creo que hubo algo dentro de la recepción de la novela que también ilustra eso. Hubo reacciones reaccionarias frente al libro, que tienen que ver con una manera de leer a Marx un poco rancia. Pero también está bueno, porque hace a la ilustración de la novela misma. Como que la novela se ilustra a sí misma con la repercusión que tiene.

–¿Y te excita esa repercusión?
–Sí, me parece genial. Fue raro, terminaba un quilombo y aparecía otro más grande.

–¿Algún intelectual de izquierda te insultó?
–No, la gente de izquierda-izquierda, como Horacio González, que es un intelectual comprometido, flashea con la novela. Me parece reinteresante que a gente como ellos, que también son destinatarios de la novela, les haya interesado y hayan sentido que se criticaba desde un lugar interesante, para mí fue un triunfo total, moral. Igual hubo situaciones que me sorprendieron más que otras. Hubo chicos de la facultad que dijeron cosas con mala leche y una agrupación me pidió una retractación pública y me pareció loquísimo. Pibes de una agrupación estalinista me exigieron que le haga un desagravio moral a la Facultad de Filosofía. Y justamente, esa situación funcionaba acorde al mundo que describía en la novela. Por todas esas cosas, incluso las que me sorprendieron más por su violencia, seguían ilustrando mi libro y probaron su efectividad; que el virus había funcionado y había infectado gente. La novela los había enfermado y por eso reaccionaban así, no se explica si no, por qué tanta violencia. Y eso me parece reloco, experimental, copado.

–Hubo un comentario que generó debate: cuando a un personaje le roban y vos decís que son "los desclasados del sistema".
–Si vos lees esa escena, ¿no te parece que es obvia la ironía total sobre la cuestión? Por eso yo prefiero que el libro hable y no aclarar que no soy de derecha. Es obvio que no soy de derecha, soy una persona que se pone en un lugar, que no tiene miedo a criticarle a la izquierda cosas que la izquierda no tiene ganas de criticarse a sí misma. Yo no me como ni media en ese sentido, hago un libro y es mi apuesta.

–¿Buscabas lo que provocó el libro, que se dijera que es un libro de derecha?
–Escribí mi libro y doy batalla. Yo escribo y me parece muy interesante que el libro haya generado una situación de discusión que hace tiempo no ocurre. Es un lujo y está bueno. Lo que me puso muy contenta de la novela, con todo el quilombo y los insultos, es que aparezcan esas cosas, que las produzca. Habla de que la novela es efectiva.

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[Veintitrés]

Los debates salvajes

por Diego Rojas

Hace tiempo que las tranquilas aguas de la literatura no se veían conmovidas por la publicación de una novela. La democracia y la posmodernidad parecían haberle quitado cualquier posibilidad de peligro a la literatura: todo podía ser dicho y ser tolerado, ya nada habría de causar escándalo. Sin embargo, Las teorías salvajes, la primera novela de Pola Oloixarac, dividió las aguas y provocó reacciones polarizadas. El escritor Guillermo Martínez opinó que era una “novela brillante, a la vez profunda y divertida, que logra convertir la teoría en prismas de inesperada belleza literaria”. 

Para Beatriz Sarlo “las teorías (antropológicas, psiquiátricas, filosóficas, tecnológicas) fascinan, pero también son instrumentos para escribir una novela que yo no llamaría filosófica, sino de aprendizaje, no una ‘educación sentimental’ sino una educación a secas”. Pero así como recibió elogios, también provocó rechazos: “¿Puede alguien ser considerada nueva promesa de las letras y publicar una novela debut que, para digerirla, es recomendable usar hepatoprotectores?”, se preguntó Cicco en el diario Crítica. Diego Erlan señaló en su columna en la revista Ñ que muchos decían por lo bajo que Las teorías salvajes era una “novela sin amor y sin poesía”. Planta, una revista que circula en la Facultad de Letras, fue aún más lejos: pidió “una retractación pública por parte de Oloixarac” y planteó que, más que literatura, se encontraba allí “un consenso periodístico de derecha”.

¿Pero qué pudo haber escrito esa chica para provocar semejante revuelo? La novela narra las peripecias de su protagonista, obsesionada por los postulados del catedrático Augusto García Roxler y por su persona, mientras decide llevar adelante un plan para seducirlo que incluye ciertas aventuras con Collazo, un intelectual de pasado guerrillero. Al mismo tiempo, relata la relación entre Pabst y Kamtchowsky, dos nerds que incursionan en algunos hábitos sexuales y culturales alejados de su experiencia previa. 

De cualquier manera, el texto es una excusa para revisar la actualidad de las imposturas intelectuales y políticas en la academia, el estado de situación de la cultura y el campo cultural y se ríe de la santificación de los setenta. En el comentario sobre el libro publicado en Veintitrés se dijo que Oloixarac era una especie de “Fogwill con polleras”. El mentado escritor opinó sobre la polémica: “Pola es una mina que va llegar lejos. Es mucho más culta que cualquiera de los que escribieron sobre ella. La verdad es que no me doy cuenta si la izquierda es atacada o no, porque yo opino igual a lo que plantea la novela”. Al ensayista y director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, el pedido de retractación le resulta raro, ya que la novela es “fresca y muestra una desfachatez inteligente y aguda. Usa una técnica de la provocación en términos de gran sutileza. Es un coqueteo insinuante con la deformación de la vida y estetiza con alegría algunos de sus rasgos, que son muy amargos. Y produce una nostalgia por el valor de la teoría a partir de teorías inexistentes”. Hace tiempo que una ficción no provocaba tanto apasionamiento. Y siempre es bienvenida la pasión a los debates que impulsa la literatura.

–Pola, ¿es una escritora de derecha?
–Claro que no. Pero la ausencia física de una extrema izquierda, desde la que se podría realizar una crítica valedera, hace parecer que cualquier crítica a la izquierda se realiza desde el lugar del mal. Como si habitara un bastión intocable. Yo fui formada en el pensamiento crítico, que es un valor de la izquierda, y cuando hay una serie de cuestiones que no se repiensan, quedan anquilosadas. Y hay que moverlas de alguna manera. Para eso utilizo la escritura.

–Su novela provocó posicionamientos polarizados. ¿Qué piensa sobre el fenómeno?
–Por un lado, creo que diseñé la bomba y, en tanto bien construida, es natural que explote. Es un libro fuerte y lo concebí de ese modo. Es muy sano que aparezca un texto que apunta a desestabilizar una cultura falocéntrica y machista que se ubica en una zona de confort, una cultura a la que no le interesa criticarse y donde todas las posiciones están tomadas.

–Algunos personajes setentistas en su novela son objeto de crítica...
–Existe una recuperación del discurso setentista que es el discurso oficial, del oficialismo. No me interesa derribarlo o darle un golpe violento, sino empezar a pensarlo desde otro lugar. ¿Qué se halaga en estos intelectuales de izquierda setentista para que sólo se los pueda colocar en el lugar del héroe? El personaje de la novela es hoy un burgués perfecto. Militó, ahora vive en un lugar superpaquete a cuadras de Libertador, va en su lancha por el Tigre. A estos esplendores burgueses les suma el glamour de un veterano de aquella guerra sucia. Quería ver cómo convive el registro del dandy superburgués con el héroe del setentismo.

–Algunos lectores creyeron ver en el personaje del intelectual setentista a Martín Caparrós.
–Bueno, Caparrós es un personaje muy interesante, todos soñamos con poder retratarlo, es un excelente personaje de novela.

–También existe un diario de una militante que la muestra demasiado ingenua...
–No. Quise plantear que es muy difícil asociar la noción de mujer a la noción de soldado. Lo podés ver incluso en la película La Gaby, que es la biografía de Norma Arrostito. No se la muestra como soldado, no ocupa ningún lugar en Montoneros, tampoco se menciona a Firmenich. Cuando Abal Medina acaba de ajusticiar a Aramburu, se acuesta en la cama como diciendo: “¿Qué hago con mi pija?”, y ahí aparece ella para consolar al macho. No hago una parodia con ese diario, sino que me apropio del género de las “memorias de la lucha armada”, tan en boga últimamente, y lo aplico a una chica. Estos diarios de lucha muestran a las mujeres como chicas buenas, no pueden verlas como soldados.

–La narradora es hipersofisticada en su intelectualidad, ¿también piensa que es un papel que 
difícilmente se le otorgue a una mujer?
–Justamente. No se tolera a una mujer soldado, ni que sea intelectual ni que haga jactancia al respecto ni que disfrute de su vanidad intelectual. La recepción de la novela habla sobre la tolerancia a ciertas cosas y ciertas cosas no.

–La protagonista también puede ser percibida como un objeto sexual.
–Pero es un objeto sexual consciente de sí. Ella misma se usa como carnada para atrapar a su presa. Quise hacer comedia con esa forma de seducción.

–Cierto imaginario piensa a las feministas como mujeres que no se pintan, que visten sin glamour y odian a las marcas. En cambio, usted...
–Me gustan las polleritas. La cuestión del feminismo pasó por distintos momentos teóricos. Hoy tengo la posibilidad de pasar por todas esas lecturas y aferrarme a las que me inspiran, a las que me unen en una causa común con otras mujeres. Que una feminista se rehúse a la feminidad es un prejuicio. Por el contrario, la feminidad es algo muy feminista. No voy a dejar de lado lo que soy, dejar de lado mi vanidad, no voy a dejar de divertirme conmigo. Ser mujer es muy divertido.

–Entre las reacciones a su libro existen voces que piden una retractación pública.
–Es genial. Están totalmente locos. Primero porque es una obra de ficción. Pero una persona de izquierda no pide una retractación...

–Pasó en Cuba, en la Unión Soviética...
–Es que es un gesto totalmente estalinista. Totalmente contrario a la izquierda en la que me crié, en la que podemos pensar, criticarnos y divergir, pero donde hay una tolerancia. Cuando piden que retire mi palabra demuestran que es un buen momento para pensar qué es la izquierda, porque desde cierta izquierda se hacen planteos totalmente reaccionarios.

–Cicco dijo en Crítica que escribía para los profesores.
–Pero ese chico no leyó la novela, dice en su nota que se la salteó toda y confunde los personajes. Si Crítica le paga para eso...

–En Ñ dicen que es una “novela sin amor y sin poesía”. Pero, ¿se le pediría a Sergio Chefjec, a Fogwill, que escriban con amor?
–¿Alguien le pide amor a Osvaldo Lamborghini? Es como la idea de Como agua para chocolate: cuando cocinás con amor todo es más hermoso. Y ellos probablemente querían que les cocinara una receta con amor para comérsela. Ninguna escritora puede estar contenta con que la pongan en un lugar así. Bueno, Corín Tellado escribía con amor. Ese es el canon grosso al que hay que aspirar.

–¿También se dedica al canto?
–Soy soprano. Con un amigo estuvimos haciendo lieders sobre los poemas de Lady Cavendish, una grafómana del 1600 cuyos textos estoy traduciendo.

–Si hiciera caso de ese pedido de retractación, podría abandonar la literatura y dedicarse a la música...
–Las tarlipes. Repito: las tarlipes.

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